Un Oscar silenciado en China
Lejos de la algarabía latina que hubiera acompañado en su tierra a un compatriota que recibe un prestigioso premio, en la República Popular China la mayoría no llegó siquiera a enterarse de que Chloé Zhao había recibido un Oscar a sus 39 años.
La veda informativa impuesta por el gobierno chino se encargó de eliminar todas las menciones a la ceremonia de entrega en medios y redes, confirmando el nivel de censura reinante respecto de lo que proviene de los Estados Unidos. Abundan los temas prohibidos y la gran muralla digital se encarga de filtrar todo aquello que pueda incomodar al régimen autoritario, controlando las redes sociales pero también integrándolas a su política propagandística. Tanto es así que la prensa china ya había sido advertida de que debía abstenerse de cubrir la 93° edición de la Academia de Hollywood. Las emisoras de China continental y de Hong Kong no la transmitieron, por primera vez en décadas. Y Nomadland, la premiada película dirigida por Zhao, no será exhibida en su país de origen.
Ella es la segunda mujer y la primera asiática en recibir esta codiciada distinción. Nació en Pekín, se educó en el Reino Unido y vive actualmente en los Estados Unidos. Declaraciones pasadas respecto de que había “mentiras por todas partes” cuando era niña la han ubicado en el centro de la controversia para el régimen, a pesar de que ella valora y recoge su herencia china como dejó ver con su discurso de agradecimiento.
Sin Google, YouTube, Facebook, ni Twitter entre muchas otras plataformas, China ofrece a sus habitantes versiones locales diferentes, con contenidos absolutamente controlados por el Partido Comunista. Las personas no pueden prácticamente detectar lo que les han quitado, sumergidas en un mar de superficialidad. Allí radica parte de la fuerza del nefasto régimen: genera ruido para confundir, divierte para no informar y empuja a consumir para no pensar.
Documentales exitosos fronteras afuera sobre las protestas antigubernamentales de 2014 y de 2019 enfrentaron también cancelaciones ordenadas por un régimen que los consideró “sesgados”. Otros artistas chinos, como el reconocido Ai Weiwei, son censurados por el Partido Comunista y sus obras retiradas de los museos, al tiempo que también se lo castiga con la interrupción de cualquier tipo de subvención por su disidencia. Libros retirados de anaqueles y cambios en los planes de estudio son otros métodos utilizados para aniquilar toda manifestación independiente.
“Necesitamos expresiones de arte cuando y donde sea. Son como flores que crecen en grietas y nos permiten bailar en el momento más desesperado”, expresaba un artista chino conocido como Brother Nut, que mantuvo su boca cerrada con broches de metal, guantes y cintas por 30 días en oposición a la censura durante el brote de Covid-19. Estos episodios que trascienden las fronteras confirman que la violación de derechos básicos es constante en China y deberían suscitar la atención y la preocupación del mundo libre.