Ante el riesgo de una parálisis
NUEVA YORK.– A menos que algún legislador se dé vuelta a último momento, la reforma del sistema de salud será aprobada en el Senado esta semana. Pueden contarme entre los que consideran que esto es un logro extraordinario. Es una ley con muchos defectos, y nos pasaremos años perfeccionándola, pero es un enorme progreso.
Sin embargo, fue una votación muy reñida. Y el hecho de que haya sido tan conflictiva revela que el Senado –y, por lo tanto, el gobierno estadounidense en general– se ha vuelto ominosamente disfuncional.
Los demócratas lograron un gran triunfo el año pasado, con una plataforma que puso en un lugar central la reforma del sistema de salud. En cualquier otra democracia desarrollada esto les hubiera dado el poder y la capacidad de introducir cambios de importancia. Pero la necesidad de contar con 60 votos para acabar con el debate en el Senado y con las maniobras dilatorias obstruccionistas –una exigencia que es una regla autoimpuesta– convirtió lo que debería haber sido un simple tema legislativo en una situación colmada de tensión.
Ahora pensemos en lo que nos espera. Necesitamos una reforma financiera fundamental, enfrentar el problema del cambio climático y afrontar el viejo déficit presupuestario. ¿Qué posibilidades tenemos de hacer todo eso si cualquier cosa requiere 60 votos en un Senado profundamente polarizado? Alguna gente dirá que siempre ha sido así, pero no siempre lo fue. El sistema moderno, en el que el partido minoritario usa la amenaza de una obstrucción para bloquear todas las leyes que no le gustan, es una creación nueva.
La analista Barbara Sinclair ha hecho los cálculos. En la década de 1960, ha descubierto, "los problemas relacionadas con el prolongado debate" afectaban tan sólo al 8 por ciento de las leyes importantes. En la década de 1980, esa cifra había crecido al 27 por ciento. Pero después de que los demócratas retomaron el control del Congreso en 2006, y los republicanos pasaron a ser minoría, ese porcentaje llegó al 70 por ciento.
Entonces, ahora que hay que tomar decisiones difíciles, ¿cómo podemos reformar el Senado para que pueda tomarlas?
A mediados de la década de 1990, dos senadores –Tom Harkin y Joe Lieberman– presentaron una ley para reformar los procedimientos. Aún se necesitarían 60 votos para acabar con un complot obstruccionista al principio de un debate, pero si esa votación fracasaba, se podía realizar otra dos días más tarde en la que sólo haría falta el voto de 57 senadores para acabar con las dilaciones, y luego otra más hasta que una mayoría simple pudiera acabar con el debate. Harkin dice que está considerando volver a presentar la propuesta, y debería hacerlo.
Pero si esa legislación también es bloqueada por una maniobra dilatoria –algo que seguramente ocurrirá– los reformistas deberían recurrir a otras opciones. Recordemos que la Constitución establece que el Senado es un cuerpo regido por mayoría, no por una supermayoría. Entonces la regla de los 60 senadores puede cambiarse. Un informe del Servicio de Investigación Parlamentaria del Senado de 2005 consigna que esto puede hacerse por medio de un voto por mayoría que cambie las reglas del Senado.
Nadie debería inmiscuirse con ligereza en procedimientos parlamentarios. Pero nuestra situación no tiene precedente: Estados Unidos está atrapado en medio de severos problemas que deben resolverse y un partido minoritario decidido a bloquear la acción en todos los frentes. No hacer nada no es una opción, a menos que uno quiera que la nación permanezca inmóvil, con un gobierno paralizado, esperando que las crisis financiera, ambiental y fiscal se desaten sobre nosotros.
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