Arabia Saudita: el reino de intrigas y efervescencia que inquieta al mundo
TÚNEZ.- El escabroso final del periodista saudita Jamal Khashoggi , el disidente asesinado en el consulado de su país en Estambul, desvió, como nunca, el interés global hacia Arabia Saudita, la opulenta petromonarquía marcada por sus intrigas palaciegas y dinámicas internas.
El reino del desierto, remoto y misterioso, aún es un desconocido para muchos en Occidente, pero la efervescencia por el caso Khashoggi abrió una puerta para indagar en cómo la dinastía de los Saud ha sido capaz de gobernar durante más de ocho décadas esta vasta nación, situada en la región más inflamable del mundo, sin desafíos serios a su autoridad.
El descubrimiento en su subsuelo del ingente maná petrolífero les permitió comprar voluntades y convertir un atrasado país de beduinos nómadas en una sociedad de consumo.
En 1968, el PBI per cápita era de unos 15.000 dólares, y apenas se veían vehículos por las calles de sus pocas ciudades. En cinco décadas, la cifra se multiplicó por cuatro, y el país es uno de los principales mercados de autos de lujo.
Hace ya casi dos décadas, la llegada a Estados Unidos le afiló la lengua a un joven estudiante saudita y empezó a subir escritos a internet con críticas al régimen y a favor de la democracia en su país. Un día, recibió la llamada telefónica de un funcionario que enseguida le pasó a su padre.
Entre lágrimas, su progenitor recriminó la deshonra que había llevado a la familia con sus textos. Mientras el chico aún estaba conmocionado, el funcionario recuperó el auricular y le dijo: "Creo que te gustaría estudiar un doctorado en Ciencias Políticas, ¿verdad? ¿Dónde? ¿En Harvard? Te lo podemos financiar con una condición: ni una crítica más". El estudiante aceptó la oferta, y unos años después se incorporó a la administración saudita.
La anécdota es otra muestra que sirve para explicar -en parte- cómo la dinastía de los Saud se mantiene en el poder con un férreo control.
El desarrollo tan rápido como radical del país habría sido imposible sin el trabajo -a menudo, más bien explotación- de los inmigrantes extranjeros. De los 30 millones de habitantes del país, casi un 40% son empleados foráneos que no gozan de los servicios públicos de los ciudadanos sauditas. La mayoría son obreros de países pobres, como la India, Filipinas o Paquistán, pero también hay calificados, del Líbano o Egipto.
Los sauditas suelen ocupar puestos de funcionarios o de supervisores en el sector privado.
Muchas familias cuentan con empleadas domésticas extranjeras a quienes les pagan un sueldo irrisorio y están sometidas a numerosos abusos. En Arabia Saudita, la división de tareas es marcada: los extranjeros trabajan y los sauditas consumen. Ni siquiera La Meca, la ciudad más sagrada del islam, se libró del furor consumista y desarrollista. Nada queda prácticamente de su patrimonio histórico, sustituido por un mar de flamantes hoteles y centros comerciales.
Esta fenomenal transformación económica y social no llegó acompañada de un cambio de mentalidad en una sociedad cuya interpretación tradicional del islam refleja los rigores de la vida en el desierto. A partir de su pacto con el establishment religioso ultraconservador, la dinastía de los Saud veló por evitar una "contaminación" de los modos de vida occidentales.
Restricciones
Por esa razón, los empleados estadounidenses de las compañías petroleras viven en complejos aislados de la población local, y es tremendamente difícil conseguir un visado de turista. Incluso los diplomáticos extranjeros ven muy restringidos sus movimientos en el reino del desierto. En pleno siglo XXI, el de la globalización y la sociedad de la información, Arabia Saudita es aún un lugar misterioso y opaco.
Sin embargo, su hermetismo no es tan perfecto como antaño y se filtró al exterior que el país experimenta una renovada efervescencia. El contrato social entre el Estado y sus súbditos, redactado durante el boom del petróleo, ya es insostenible.
En 1970, el oro negro mantenía a unos cuatro millones de sauditas. Ahora, la cifra asciende a casi 20 millones de personas, entre las que se cuentan más de 3000 príncipes con un lujoso tren de vida. Con una tasa de crecimiento demográfico del 1,5%, las proyecciones apuntan a que en 2040 superará los 40 millones.
Durante los últimos años, las arcas públicas registraron números rojos, y el Estado tuvo que emitir deuda pública. En la base de la pirámide social, ya hay sauditas que viven en la pobreza. Buena parte de ellos se concentran en la región del nordeste. Curiosamente, es allí donde están la mayoría de los pozos petrolíferos, pero también la minoría chiita, que sufrió históricamente la marginación de un poder muy intolerante hacia las minorías religiosas.
También se registran cambios en el ámbito de la moral social. El hedonismo capitalista en el que creció la nueva generación -un 70% de los ciudadanos sauditas son menores de 35 años- no se lleva bien con el rigor wahabita.
Modificaciones
Los jóvenes resienten la completa segregación de géneros que rige en el país, y que tan solo les permite relacionarse con sus coetáneos del otro sexo a través de los chats y las redes sociales. De ahí que recientemente se haya por fin modificado la legislación que prohibía conducir a las mujeres sin mayores turbulencias y se haya permitido la apertura de cines.
Es en ese contexto que asciende el flamante y temerario príncipe heredero, Mohammed ben Salman, que con 31 años fue elegido en junio de 2017 por el rey Salman ben Abdulaziz. Una decisión que rejuvenecía la línea sucesoria en la corona saudita y reafirmaba la intención de liberar la economía del país de la dependencia del petróleo. Mohammed sustituía así en la línea de sucesión a un sobrino del monarca, Mohammed ben Nayef, en ese momento de 57 años.
Aquella decisión no fue del todo inesperada, porque desde que su padre subió al trono, en 2015, Mohammed había sido nombrado en varios puestos claves, como ministro de Defensa, y en los hechos era la cara visible del gobierno.
Consciente de la necesidad de adaptar el sistema a un entorno cambiante, Mohammed ben Salman pretende que las reformas se limiten a los ámbitos económico y moral. Es decir, que no toquen una monarquía absoluta de carácter medieval. No obstante, sí quiere cambiar su modo de gobernanza interno.
La dinastía de los Saud siempre había mantenido una distribución de poderes regida por el consenso de los diversos clanes. En cambio, Mohammed ben Salman quiere centralizar todo el poder en sus manos, marginando a sus primos. Y a falta de recursos económicos para cooptar a una creciente élite, recurre fácilmente a la brutalidad, que antes también existía, pero era solo el último recurso.
Es una nueva doctrina en el reino, que pudo comprobar el malogrado periodista saudita Jamal Khashoggi.
La historia de la dinastía saudita
Orígenes
Los orígenes de la dinastía de los Saud, que dio su nombre al país, se remontan a principios del siglo XVIII. El emir Mohammed ben Saud decidió en 1745 consolidar su poder aliándose a un religioso que predicaba el regreso a un islam duro. En 1902, Abdel Aziz ben Saud expulsó de Riad a la dinastía rival Rashid y empezó a consolidar su poder unificando la península. En 1932 estableció el reino de Arabia Saudita y se proclamó rey
Sucesiones
El rey Abdel Aziz murió en 1953. Su hijo Saud, príncipe heredero, lo sucedió. Acusado de corrupción, este fue destituido en 1964 y lo reemplazó su medio hermano Faisal. Artífice de una política de modernización, fue asesinado por uno de sus sobrinos, en 1975. Su medio hermano Khalid lo sucedió y reinó hasta su muerte, en 1982. El príncipe Fahd subió al trono, y luego Abdullah -dos años menor- lo sucedió en 2005
Sorpresas
El rey Abdullah murió en 2015. En junio de 2012 sorprendió al elegir a su medio hermano Salman como príncipe heredero, al parecer sin acudir al Consejo. El rey Salman también generó sorpresa al nombrar en junio del año pasado a su hijo Mohammed, de 31 años, como príncipe heredero, relegando a su sobrino Mohammed ben Nayef. La familia real cuenta con 25.000 miembros, 200 de ellos príncipes en puestos políticos
Mecanismo
La ley saudita establece que el rey debe ser descendiente de Abdel Aziz. En 2006, se reformó el mecanismo de sucesión. Según ese sistema -aún no usado-, un Consejo de Lealtad, de 35 príncipes, designa por mayoría al heredero. El rey debe proponer hasta tres candidatos; pueden ser rechazados por el Consejo, que entonces elige a uno propio. Si no logra el aval del rey, el Consejo decide entre su candidato y otro elegido por el monarca
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