Clinton recauda para que Hillary pueda ganar
WASHINGTON.- Al Gore vuela de día de la costa este a la costa oeste y regresa por la noche, de modo de aprovechar al máximo las tres horas de diferencia entre un extremo y el otro del país. Pero, decidido en su afán de valerse solo, toma distancia de Bill Clinton. Y dice algo así: "Gracias, pero no". Todo sea con tal de no depender de éxitos que considera ajenos, por más que pueda capitalizarlos como propios, mientras promete una nueva era.
Si Gore estuviera arriba de George W. Bush en las encuestas de intención de voto para el 7 de noviembre, la estrategia podría reportarle el orgullo como beneficio. Pero está empatado. O, en realidad, un punto debajo, según The Washington Post de ayer (47 por ciento a 46). "Mi estrategia es simple -dice-. No es sólo una estrategia. Es quién soy".
¿Quién es? Por ahí pasa la duda de muchos norteamericanos, no convencidos de sus intenciones a pesar de los ocho años que lleva como vicepresidente. Así, y todo, Gore se muestra renuente a la ayuda que procura darle Clinton. Actitud que, por ejemplo, no adoptó Hillary Clinton, pendiente del dinero que obtenga él en los actos de campaña.
Desde el año último lleva recaudados unos cinco millones de dólares sólo para su mujer. Ayuda que, en el último tramo de la campaña, no le vendría mal a Gore. Pero se niega. E, incluso, algunos hombres de campaña de Bush han confiado a La Nación , con cierta dosis de malicia, que prácticamente no se hablan entre sí.
Lo cual, si es cierto, refleja la dificultad de Gore de apartarse de la sombra de Clinton, con mucho más carisma que él y Bush juntos. La situación cambia en el caso de Hillary: es casi seguro que derrote en Nueva York a su rival, Rick Lazio, pero, igualmente, no puede descuidarse mientras los republicanos invierten sus últimos millones en la campaña. Todo trato entre el clan presidencial es parte de la sociedad conyugal que forman, definición que ella antepone a la palabra matrimonio.
Verdes propios e impropios
En las ligas mayores, asimismo, Gore y Bush procuran capitalizar el respaldo de sus partidarios y, a su vez, se disputan palmo a palmo, voto a voto, la voluntad de los indecisos. Con agresiones personales, en algunos casos, como los siete años y medio que el vicepresidente habría dedicado a ser el mayor obstáculo de los cambios, según el gobernador de Texas.
Tan parejas son las encuestas, como nunca en los últimos 40 años, que Gore se fija ahora hasta en donde jamás había reparado: los votos del candidato verde, Ralph Nader, por más que no representen más del cinco por ciento del total, podrían desequilibrar la balanza, en el Colegio Electoral, en favor de Bush. Sobre todo, en los Estados de Oregón, Washington, Wisconsin, Minnesota, Michigan y Maine.
Gore, a diferencia de Bush, tiene mejores notas en la defensa del medio ambiente, pero, curiosamente, sus mismos partidarios en esa causa, más identificados con Nader que con él, podrían perjudicarlo. El sistema no establece que gana el que recoge más votos en general, sino el que se lleva la mitad más uno de los 538 del Colegio Electoral. De ahí, la pelea Estado por Estado, como si se tratara de 50 contiendas diferentes en un mismo escenario.
Posición de privilegio
En cierto modo, Hillary es la que tiene menos que perder, como especula la escritora Barbara Probst Solomon. Si gana Gore, será una de las demócratas más poderosas del país. Y si gana Bush, será la demócrata más poderosa del país. Será, en un caso o el otro, una posición de privilegio de cara a un sueño a largo plazo: ser la primera presidenta en la historia de los Estados Unidos.
Su persistencia en la relación con Clinton, a pesar de los escándalos de polleras, restó apoyo, para Hillary, entre las feministas confesas, pero, a su vez, sumó otros entre independientes de ambos sexos. Que votarán por ella en Nueva York, según los sondeos, pero quizá no voten por Gore. Más dispuesto que nadie a divorciarse. No de su mujer, Tipper, precisamente, mientras zigzaguea entre costa y costa.