Cómo era el pueblo de Hugo Chávez, antes de la crisis en Venezuela
Sabaneta, foco de violencia y muerte, supo ser un centro de devoción chavista
Depende de qué costado del arco ideológico usted se ubique, se trata de un paseo por la cuna del Comandante Eterno, o de un tour bizarro por Chavezlandia. En cualquiera de los dos casos resulta interesante ver en primer plano algunos detalles de esta devoción que tiene su epicentro a menos de 400 kilómetros de Caracas.
El recorrido, ofrecido como La ruta de la conciencia, comienza al pie de un árbol de camoruco de 250 años de antigüedad bajo el cual acampó Bolívar en 1813 y por el que pasó Chávez en 1986, en su cabalgata hacia Carabobo. Ahí nace la avenida principal de Sabaneta, que se llama, claro, Libertador. Y también la ruta turística por su historia, que insume unas dos horas de caminata y no requiere gastar un solo bolívar para acceder a los distintos hitos. Puede que le pidan una contribución en la escuela (venden unos llaveros a modo de souvenir), pero no es obligatoria.
Pedro Hurtado, guía y amigo del comandante, vivía a una cuadra de su casa. Dice que Chávez, en lo personal, le costeó una operación por lo que le va a estar agradecido por siempre, y en lo colectivo le dio “armonía y alegría al pueblo”. Lo cuenta justo antes de detenerse en lo que llama “la segunda estación de la ruta: los murales”. Un largo paredón ilustra cronológicamente las distintas etapas de la vida del ex presidente, con dibujos que se realizaron cuando se cumplían 60 años del nacimiento del “Comandante Supremo”. Comienza con su infancia, cuando jugaba pegándole a una chapita con el palo de un cepillo, pasa por su tarea como subteniente paracaidista del Ejército, admite su devoción por Sandro (era fanático del Gitano y le encantaba cantar “Una muchacha y una guitarra”) y llega hasta la primera magistratura.
Jefferson, un nene de 8 años vestido con ropa de fajina y boina militar, recita un poema inflamado de loas al héroe del pueblo. Unas pocas cuadras más adelante aparece la casa de la infancia de Chávez. “En este patio sagrado corrió nuestro gigante”, se lee en una pared.(La casa de la infancia hoy fue noticia porque en medio de una ola de saqueos y violencia la quemaron)
Aníbal José Chávez Frías es hermano del comandante y alcalde de Sabaneta, pueblo que tiene 15.000 habitantes. Cuenta que eran 6 hermanos, todos varones. “Adán, Narciso, yo, Argenis, Adelis, Hugo. ¡Es que Eva no llegaba!”, recuerda, divertido, enumerando por orden de aparición los resultados de la búsqueda infructuosa de la nena.
“Mamá tenía carácter, papá era más bien un indio tranquilo. Una vez, Hugo le pegó a Adán, nuestro hermano mayor. Como sabía que iba a ser castigado, se encerró en el baño. Mamá lo esperaba afuera con una rama en la mano. Pero Hugo salió y se la partió. Tenía seis años”, relata. También lo recuerda como hincha de Magallanes, equipo de beisbol. “Cantaba y declamaba”. ¿Afinaba? “Argenis y Adelis lo hacían mejor”, admite sonriendo.
A esa edad se fue a vivir con su abuela, Mamá Rosa, a la casa que ahora se visita, porque sus padres eran maestros y consideraban que Hugo iba a estar mejor cuidado de esta forma. Lo acompañó su hermano Adán. La vivienda tenía piso de tierra y fue su hogar hasta los 12 años, cuando entró al Liceo, en Barinas. Hoy se conservan solo las paredes y las ventanas en estado casi original. Todo lo demás fue remodelado. Incluso el baño en el exterior de la casa (letrina y ducha) fue recreado. Se ganó prolijidad. Se perdió autenticidad.
Hay carteles con frases acuñadas por Chavez: “La mujer revolucionaria es la mejor, porque sabe de partos y dolores”; “Un auténtico socialista debe ser también un auténtico feminista”. En el fondo había hace décadas una huerta, frutales, gallinas y cerdos. En ese marco Chávez jugaba a la metra (bolitas), a las cuarenta matas (escondidas), al trompo o armaba papagayos (barriletes caseros con papel de diario).
Los cuartos tienen consignas. La cocina, por ejemplo, lleva por título “La soberanía alimentaria”. En ese espacio se revela el por qué del apelativo “arañero” con el que se lo conocía al comandante. Con lechosa (papaya) rallada y azucarada su abuela preparaba unos dulces fritos que terminaban teniendo una forma que semejaba a ese animal. Chávez los vendía los días de semana en la escuela, y sábados y domingos por el pueblo. “Arañas calientes, para viejas que no tienen dientes. Arañas sabrosas, para las buenas mozas”, cuenta la leyenda que era su slogan, según reproducen los guías. Hoy se venden esos dulces en las ferias de las plazas, a 15 bolívares cada unidad. Son crujientes y muy ricos. Compiten en exquisitez con las tabletas de coco, que por 10 bolívares llenan la boca de azúcar.
Los venezolanos son tremendamente golosos, así que la oferta en este rubro es grande. Si se busca algo más sofisticado, hay unos potes de dulce de zanahoria y piña cortados en trocitos, a 60 bolívares; dulce de cumo con canela (una especie de natilla deliciosa, que venden con una cucharita de plástico, para ir comiéndola al paso) a 50 bolívares; cuadrados de majarete (otro dulce blanco y blando), a 30 bolívares la porción. El sumum es la gelatina, porque la ofrecen con toppings de leche condensada: empalagosísima. Y el “raspadito de colita”, que probamos luego, en Barinas (ver aparte).
“Mamá Rosa fue la primera maestra de Hugo. Ella le enseñó a leer antes de que empezara la escuela”, se despide Aníbal. Vamos entonces hacia la siguiente estación del recorrido. A pocos metros se encuentra el colegio, que se llama Julián Pino. En la biblioteca exhiben con gran orgullo el registro de notas del comandante. En una escala de calificaciones que va del 0 al 20, se lee que su nota definitiva cuando egresó de la primaria, en 1966, fue un 18.
Otros hitos de la ruta son la Iglesia Nuestra Señora del Rosario (donde el comandante fue monaguillo), el estadio de beisbol Francisco Contreras (allí se enamoró de este deporte, que lo llevó a ingresar a la Academia Militar buscando convertirse en profesional del juego), la plaza Hugo Chávez (construida a partir de una donación del gobierno de Rusia), la plaza Bolívar (espacio de juegos en la niñez del comandante, repleta de iguanas), el Centro de Educación Inicial Mamá Rosa (jardín de infantes y escuela primaria erigidos donde estaba la primera casa de la abuela, que fue el lugar de nacimiento de Chávez en 1954), el balneario de la isla Madre Vieja, junto al río donde el habitante más célebre de Sabaneta se bañaba cada verano, y hasta el lugar donde sus padres se conocieron.
Este artículo fue publicado en la edición de la Revista Lugares de mayo de 2015
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