NUEVA YORK.- El sacerdote Fabián Arias se sube a una camioneta. Detrás suyo, un cuerpo dentro de una caja de cartón. Se dirige a un cementerio en Nueva York . Allí, los restos de un feligrés latino serán cremados y despedidos por una familia que nunca pudo decir adiós. La pandemia se ha ensañado con las comunidades vulnerables. Arias, el sacerdote argentino de la Iglesia luterana de San Pedro en Manhattan, dedica sus días y sus noches a consolar las vidas de los golpeados por el coronavirus .
Son las 10 de la mañana de un sábado gris en la Gran Manzana. El pastor se acostó tarde, bien entrada la madrugada. Junto a un pequeño ejército de voluntarios, Arias se pasó la noche en un improvisado operativo para donar alimentos a quienes más lo necesitan. Desde hace semanas que no duerme más de un puñado de horas por día.
Pese a la falta de descanso, su voz es enérgica. Desde su humilde departamento en el Bronx, Arias, de 56 años, toma mate y habla con LA NACION. Han pasado 8 semanas desde que Nueva York impuso una especie de candado gigante y colocó un cartel de cerrado al público. Pero el mundo continúa girando, y no hay tiempo para detenerse.
Mientras se ocupa de juntar alimentos, Arias recibe desesperados llamados de sus feligreses que ahogados lloran el sufrimiento de haber perdido a sus seres queridos en soledad. La pandemia se ha robado la vida de más 40 de los miembros de la iglesia San Pedro, y el pastor se ocupa de que todos puedan tener un momento especial para despedirlos.
Según cifras reveladas por las autoridades gubernamentales, el 34% de los fallecimientos en el estado de Nueva York son de latinos. La necesidad de salir a trabajar y el hecho de que vivan en condiciones de casi hacinamiento en las zonas más pobres de la ciudad ha aumentado significativamente la exposición a contagios. Así también, las muertes.
En las últimas semanas, Arias ha realizado más de dos docenas de funerales en escenarios impensados. En un abarrotado departamento en Queens -con todos los esfuerzos posibles por mantener la distancia entre los presentes-, el pastor preparó un velorio con ceremonia religiosa para la familia López. "Es muy difícil para nuestra comunidad", explica Arias. "Para todos los latinos, cuando nuestra gente muere, reciben una bendición; nos despedimos y rezamos juntos. Es muy importante para nosotros tenes ese momento", subraya.
Pese a los riesgos que significa la exposición con grupos de personas en espacios reducidos, Arias no imagina otra alternativa. Con más de 23.000 muertos en la Gran Manzana, las casas de funerales no sólo han reducido sus servicios de atención, si no que los costos se han vueltos imposibles para los más carenciados.
Esta es su familia: más de 400 feligreses que desde hace casi dos décadas se acompañan y alientan a través de la religión. Hoy, con el avance del virus respiratorio, ha visto morir al diez por ciento de ellos. "Mi parroquia es mi familia. Desde que llegué acá, por dedicarme al ministerio, por consagrarme y por no tener una familia de sangre, hago de la gente mi familia", explica a este medio, y remarca: "Entonces lo que les pasa me importa mucho y quiero estar ah, siempre voy a estar".
Sus feligreses lo ven como una especie de héroe religioso. Desde su casa, Arias ofrece servicios de misa que son trasmitidos online para todos los que necesiten un encuentro religioso. Después de eso, se traslada por los barrios de los miembros de su comunidad para llevar la eucaristía.
Arias se comunica por WhatsApp. "Hola, importante: recordá por favor que hoy tenemos la Santa Misa a la 1.30 PM; continuaremos desde mi casa y vos en la tuya, compartiendo y alimentándonos de la palabra de Dios", reza el mensaje que termina con la firma P. Fabián.
Los minutos y las horas en la pandemia pasan a la misma velocidad que antes, pero el nivel de tareas de este sacerdote argentino en Nueva York se han multiplicado. Su misión se ha repartido por los cinco distritos de la Gran Manzana, y su teléfono no para de sonar con pedidos de ayuda o la súplica de una charla de confesión.
"Todos sabemos que estamos sufriendo, pero es muy importante que nos cuidemos", remarca en sus mensajes a su comunidad.
Los inmigrantes, una prioridad
Desde hace más de una década, el sacerdote Fabián Arias trabaja en conjunto con el Movimiento Santuario con el objetivo de brindar apoyo y refugio a indocumentados en Estados Unidos. Según cuenta a este medio -hasta ahora- tiene más de 90 hijos: chicos que cuando llegaron sin papeles al país norteamericano quedaron bajo su tutela legal.
Hermes Espinoza fue su primer hijo. Corría el año 2008 cuando el joven mexicano entró en contacto con Arias, quien ya entonces llevaba un tiempo trabajando en temas de inmigración. Amparado por lo que se conoce como la visa juvenil -una medida destinada para chicos sin documentos que han sufrido abusos, abandono o descuidos en su país de origen-, Arias accedió a ser tutor legal de Espinoza en Estados Unidos para que así pudiera recibir su permiso de residencia en el país, y los beneficios laborales que eso conlleva.
La secuencia no tardó en repetirse. Como Hermes, otro centenar de jóvenes latinoamericanos se acercaron a Arias en busca de auxilio. Historias cargadas de dolor y desolación. Menores que escaparon de la violencia, la discriminación, de familias quebradas en busca de un futuro mejor.
Los chicos llegan a Estados Unidos con una ilusión que pronto es rota en pedazos cuando -en muchos casos- son enviados a centros de detención a la espera de una solución que acaba envuelta en eternos tejidos burocráticos.
"Es un líder para los inmigrantes", afirma Espinoza, en diálogo telefónico con LA NACION. Diez años después de haber conseguido su permanencia en Estados Unidos, el joven estudia fotografía, su gran pasión. Como él, muchos otros jóvenes ven en Arias una figura paterna y alguien en quien pueden ir en busca de contención.
"Todos lo quieren, y lo que yo pienso es lo que la mayoría; realmente es una gran persona", subraya Espinoza. "Nunca vi alguien que trabaje con tanta humildad, sobre todo para los chicos que sufren", remarca el joven mexicano que ahora tiene 28 años y continúa si vida en la Gran Manzana.
Desde entonces, el sistema que significa pasar por la corte de menores para conseguir la tutela legal de chicos inmigrantes que gritan auxilio no se ha detenido nunca. Aún hoy, en tiempos de pandemia, Arias protege a los jóvenes que escapan de horrores. "El sistema es perverso y está quebrado", sostiene el sacerdote luterano a este medio. Según opina, faltarán muchas modificaciones en la legislación del país para ver cambios sustanciales en la problemática que atraviesa a los inmigrantes.
De Iglesia a Iglesia
Casi veinte años después de haber llegado a Estados Unidos, Arias se ríe con tierna ironía, y dice: "Por momentos me siento un católico infiltrado en la iglesia luterana y un hermano separado en la fe para la Iglesia Católica Apostólica Romana". A los 17 años, Arias se formó en el seminario Santa María de los Ángeles, en Buenos Aires, pero nunca llegó a ordenarse como sacerdote católico.
Estudio filosofía y teología. Trabajó en un banco. Viajó y conoció el mundo. Descubrió su camino mientras cuestionaba ciertos aspectos de la Iglesia que lo formó. "Fui aprendiendo a no juzgar la vida del otro, fui aprendiendo a aceptar que los demás viven su vida como quieren", afirma.
En 2002, cuando llegó a Nueva York por segunda vez, se adentró en la iglesia luterana, donde finalmente se ordenó en 2003. Allí encontró un lugar en el que puede servir, y al mismo tiempo mantener ciertos condimentos propios de su formación eclesiástica original. "Hoy podría estar casado o en pareja, pero para mi hay una vida celibata que es parte importante de mi fe como opción de entrega a la comunidad. Tengo clarísimo mi corazón desde ese lugar", remarca.
Arias despierta todos los días en un lugar al que no llama hogar. "Deseo volver a la Argentina, deseo enormemente. Siempre digo que nunca tuve el corazón para quedarme acá, mi casa está en la Argentina. Por las cosas que Dios me puso acá, estoy acá. Acá encontré un lugar donde me sentí útil, donde podía cumplir mi misión, mi liderazgo, que aún hoy me cuesta asumir", subraya, y concluye: "Siempre voy a estar con la gente, pero estoy de paso. No me veo envejeciendo acá, y el tiempo pasa rápido".
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