El miedo une a millones ante el errático rumbo del huracán
Los rituales de aquellos que viven bajo la amenaza constante de las poderosas tormentas tropicales
ATLANTA, Georgia.- Norma Lemon, propietaria de un restaurante de temática caribeña en la costa de Carolina del Sur, conoce en carne propia los devastadores efectos de un huracán sobre la vida y los bienes de las personas. Lemon recuerda el ruido distintivo de los techos arrancados de cuajo durante el huracán Hugo, que azotó la ciudad de Charleston en 1989. Y después de las inundaciones provocadas por Irma, en 2017, tardó seis meses en poner en condiciones su restaurante, el Island Breeze.
Y anteayer, mientras el huracán de categoría 5, Dorian, avanzaba erráticamente desde el Atlántico a unos 800 kilómetros de donde estaba ella, Lemon también supo que era parte de una dispar comunidad de personas de todo el país unidas por la misma amenaza. Sabía que a todos ellos, a los millones de personas que viven en el paso directo del huracán o dentro de su vasto radio de probables desvíos, los embargaba el mismo sentimiento de preocupación.
"Estamos todos en el mismo barco, literalmente -dice Lemon, de 57 años-. Hablan de vientos de 280 kilómetros por hora. Primero uno piensa en las pobres personas de las Bahamas y otros lugares donde realmente está pegando fuerte y ahí te acordás de que el próximo sos vos".
El Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos informó ayer que Dorian disminuyó su potencia a categoría 4 y que se había frenado sobre un sector de las Bahamas con vientos huracanados que se extendían a 72 kilómetros desde el epicentro y con vientos de potencia de tormenta tropical que se extendían 150 kilómetros más allá. Anteayer, el ciclón había llegado a esas islas con ráfagas de más de 350 kilómetros por hora: la tormenta más potente que se haya registrado en el archipiélago.
Si Dorian golpea las costas de Florida con vientos de semejante intensidad se convertirá en el mayor embate climático sufrido por ese estado desde el devastador huracán del Día del Trabajo de 1935.
Pero todavía no se sabe si el ojo de la tormenta tocará tierra en Florida o si lo hará en alguna parte. Los posibles derroteros de Dorian son tan extensivos como impredecibles. Ayer se esperaba que la tormenta girara al norte, pero finalmente disminuyó su velocidad y su poder de destrucción continuó pegando a las Bahamas.
A última hora de ayer los funcionarios del Centro emitieron una alerta formal de huracanes para la costa de Florida, desde Titusville hasta Jupiter, y una alerta de marejada ciclónica hacia el sur hasta Lantana, con advertencias también para las zonas circundantes. Pero esos son apenas los lugares donde se espera que la tormenta impacte en las próximas 36 a 48 horas. Las advertencias a más largo plazo se extienden mucho más al norte y también a lo largo de la costa, según funcionarios de Georgia, las dos Carolinas y Virginia, que instaron a los residentes a prepararse para una eventual catástrofe en los próximos días.
Se trata de un temor que ya conoce de cerca esta región, cuyos habitantes cuentan sus años en función de los huracanes a los que han sobrevivido. Su relación con las tormentas, con su poder destructor y asesino, está fundamentalmente basada en el miedo.
Quienes viven bajo la amenaza constante de una tormenta tropical, ya sea en las pequeñas islas del Caribe o a lo largo de la costa de Estados Unidos, comparten los mismos rituales de tapiar las viviendas, hacer los bártulos y abandonar la casa no bien pueden. Un ciclo repetido año tras año que se vuelve agotador.
"Acá, la edad de la gente se mide en temporadas de huracanes", dice Eric Blake, especialista en huracanes del Centro Nacional de Huracanes, en el oeste de Miami, que hace relevamiento de tormentas desde hace 20 años. "Es algo viejo ya".
Pero no por viejo se vuelve necesariamente más fácil.
"Estoy al borde de las lágrimas", dice Norma Lemon, que ya tuvo que evacuar tres veces en los últimos años. "Y uno se dice: '¡Otra vez lo mismo!', y ya sabe que va a ser terrible".
Las islas Abaco sintieron la furia del huracán y los residentes tuvieron que correr a los refugios o meterse en las iglesias. Hubo marejadas de hasta 7 metros de altura y cayeron 650 milímetros de agua, amenazando inundar las muchas zonas bajas de las Bahamas. Algunos sectores de Marsh Harbour, principal localidad de las Abaco, quedaron bajo el agua.
El primer ministro de las Bahamas instó a los residentes de la isla Gran Bahama, la siguiente en el camino de la tormenta, a buscar refugio en tierra en Freeport, la principal ciudad de la isla.
El día antes de la llegada de la tormenta, el diario Nassau Guardian había publicado en su sitio web las distintas vías de evacuación con un titular sin medias tintas: "Váyanse".
F. Robles, N. Gobel-Burroughs, P. Mazzei y R. Fusset
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