El diputado del Partido Conservador británico Craig Mackinlay sufrió hace ocho meses un episodio de sepsis que estuvo a punto de causarle la muerte; dijo que ahora quiere ser conocido como el primer “diputado biónico”, después de que le colocaran prótesis de piernas y manos
Craig Mackinlay, diputado del Partido Conservador británico, sufrió hace ocho meses un episodio de sepsis que estuvo a punto de causarle la muerte. Mackinlay sobrevivió pero tuvo que ser sometido a una amputación de manos y pies.
El diputado recuerda la conmoción que sintió al despertar de un coma inducido y descubrir que sus extremidades se habían vuelto completamente negras. Eran “como plástico... como si fueran a caerse... estaban negras, desecadas, contraídas”, dice.
“Consiguieron salvarlas por encima de los codos y por encima de las rodillas”, añade. “Así que se podría decir que tengo suerte”. En declaraciones a la BBC, dijo que ahora quiere ser conocido como el primer “diputado biónico”, después de que le colocaran prótesis de piernas y manos.
“Un azul muy extraño”
Fue el 27 de septiembre cuando Mackinlay, de 57 años, empezó a sentirse mal. No le dio mucha importancia, se hizo una prueba de covid (que resultó negativa) y se acostó temprano.
Durante la noche estuvo muy enfermo pero seguía pensando que no era nada grave. Sin embargo, a medida que avanzaba la noche, su esposa Kati, quien es farmacéutica, comenzó a preocuparse y le tomó la presión arterial y la temperatura.
Por la mañana, Kati notó que tenía los brazos fríos y no pudo sentir el pulso. Después de llamar a una ambulancia, Mackinlay fue ingresado en el hospital. Al cabo de media hora su piel se había vuelto en lo que él dice era “un azul muy extraño”. “Todo mi cuerpo, de arriba a abajo, las orejas, todo, azul”, señala.
Había entrado en choque séptico. El diputado fue puesto en coma inducido que duraría 16 días. A su esposa le dijeron que debía prepararse para lo peor, y el personal del hospital describió a su marido como “una de las personas más enfermas que jamás habían visto”. Sus posibilidades de supervivencia eran sólo del 5%.
Ante la insistencia de su esposa, Mackinlay fue transportado desde su hospital local en Kent, al St. Thomas, en el centro de Londres, justo enfrente de su lugar de trabajo, el edificio del Parlamento británico.
Eso casi no lo recuerda, pero lo que sí tiene en mente son los extraños sueños que cree que fueron provocados por la morfina. Cuando volvió en sí, se impuso la sombría realidad.
Al despertar, recuerda haber oído discusiones sobre sus brazos y piernas. “Para entonces se habían puesto negros... era como si fueran a caerse”, dice, comparándolos con el plástico de un teléfono móvil.
Afirma que no se sorprendió cuando le dijeron que tal vez habría que amputarlos. “No tengo un título en medicina, pero sé cómo se ven las cosas muertas. Fui sorprendentemente estoico al respecto... No sé por qué. Podría haber sido el cóctel de drogas que estaba tomando”.
“Una Navidad sombría”
La operación para las cuatro amputaciones tuvo lugar el 1 de diciembre. Recuerda que se despertó después del procedimiento sintiéndose extrañamente alerta. Tan alerta que se preguntó si las amputaciones realmente habían ocurrido. “Pero me desperté y miré hacia abajo y obviamente te das cuenta de que lo habían hecho”.
La Navidad fue “sombría” y la pasó con su familia, incluida su hija Olivia, de cuatro años que, “se adaptó muy fácilmente”, dice Mackinlay. “Francamente, quizás mejor que nadie. Creo que los niños son notablemente adaptables”.
Olivia ha tenido que adaptarse a las nuevas prótesis de piernas de su padre, una de las cuales fue apodada Albert, en honor al muñeco utilizado por los prisioneros de los campos de guerra en la película de los años cincuenta Albert R.N.
Aprender a caminar con sus prótesis le ha llevado tiempo. Primero, tuvo que reconstruir los músculos que se habían desgastado. “Mis piernas nunca han sido grandes; siempre digo que tengo patas de pollo, pero ahora son patas de gorrión”. “No tenían ningún músculo, era bastante horrible. Levantabas la pierna y podías ver un hueso y algo colgando”. Una vez que le colocaron las prótesis para las piernas, poco a poco volvió a aprender a caminar. “Después de un tiempo, muy rápido piensas: ‘Puedo hacer esto’”.
El 28 de febrero, cinco meses después de sentirse enfermo por primera vez, pudo dar sus primeros 20 pasos sin ayuda. Inevitablemente, el progreso fue intermitente. Le salieron ampollas dolorosas en áreas donde su piel se había lesionado y tuvo que detener el avance. “Eso fue muy frustrante; para mí, caminar era mi señal de éxito”, afirma.
Por Helen Catt, Isabella Allen y Kate Whannel
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