En Bruselas, los hombres de la canciller se adueñan de las instituciones europeas
BRUSELAS.- En esta capital, los alemanes se olvidaron de los complejos de la posguerra y no piden disculpas por dar forma al futuro de Europa: ocupan puestos clave en las instituciones de la Unión Europea (UE) y no dudan en impulsar vigorosamente los intereses comerciales de Berlín.
Los otros 27 Estados miembros no pueden negar que una nación que alberga a uno de cada seis ciudadanos del bloque y que es responsable de un quinto de la producción europea debe tener mucho peso a la hora de decidir. La nueva confianza y determinación que demuestra tener Berlín, acentuada por la brecha económica cada vez más grande que la separa de sus aliados en problemas, no deja de suscitar, sin embargo, algunas quejas, aunque por ahora hay pocas señales de que el poder que ostenta Angela Merkel en Bruselas pueda verse amenazado.
Para alemanes como Herbert Reul, jefe de bancada de los demócratas de la canciller en el Parlamento Europeo, esa influencia es una consecuencia natural de la historia, para un país que durante mucho tiempo puso sus riquezas al servicio de una UE francocéntrica, a cambio de la rehabilitación política que necesitaba después del nazismo.
"Eso ya fue para nosotros", dijo Reul, en referencia al perfil bajo de los alemanes en Bruselas, que se extendió durante el largo liderazgo de Helmut Köhl, que en los 90 vio la creación del euro y la reunificación de las dos Alemanias.
Klaus Welle, secretario general del Parlamento Europeo electo, es el encargado de buscar una mayor coordinación entre los alemanes que están en la capital de la UE. Lo hace, en parte, a través del Círculo Genval, el discreto foro que tiene en Bruselas la Unión Demócrata Cristiana (CDU), el partido de Merkel.
La coordinación entre los alemanes de Bruselas y Berlín no es fruto del azar. Köhl solía quejarse de que sus compatriotas tendían a abandonar su identidad nacional apenas cruzaban la frontera.
Fue durante el gobierno del predecesor de Merkel, Gerhard Schröeder, cuando una nueva generación de líderes alemanes, demasiado jóvenes para recordar el nazismo, empezaron a levantar un poco la voz en Bruselas.
Frank-Walter Steimeier, del SPD y ministro de Relaciones Exteriores del primer gobierno de Merkel, inició un programa para entrenar a funcionarios alemanes a ganar puestos en la UE. Es probable que la nueva coalición de izquierda y derecha que gobernará en Berlín acentúe aún más una postura alemana unificada frente a los asuntos de la UE.
"Para el gobierno, es muy importante incrementar la presencia de personal alemán en las instituciones europeas", dijo un vocero del ministro de Relaciones Exteriores. "El objetivo es que Alemania, el Estado más grande de la UE, esté representada adecuadamente en todos los niveles de la estructura del bloque."
Un informe de la Comisión Europea muestra que en la institución ya hay 45 alemanes que ocupan altos cargos, superando a los franceses y holgadamente a los italianos y británicos, que no llegan a los 30 cada uno. Alemania se ha enfocado en áreas de la comisión que concentran más poder, como relaciones económicas, control antimonopolio y áreas reguladoras. El comercio también es importante: el embajador de la UE en China, Markus Ederer, es alemán.
Los planificadores del gobierno alemán, que hacen el seguimiento de los progresos de sus mejores talentos, también han identificado a germanófilos no alemanes a los que vale la pena apoyar, y es así que promueven para ocupar puestos a quienes, por ejemplo, han estudiado en universidades alemanas.
Una disputa sobre una propuesta de endurecimiento de las reglas de la UE respecto de la emisión de gases de vehículos contaminantes, que concluyó este mes con una postergación a la medida de las automotrices de lujo alemanas, es un buen ejemplo del peso que tiene Berlín.
Según altos funcionarios, en su larga campaña para construir alianzas, Merkel llamó personalmente, entre otros, a los líderes de Irlanda y Portugal, para recordarles que Alemania estaba ayudando a sus economías agobiadas por la deuda. Merkel también intervino en la disputa de este año con China por los paneles solares, un tema en el que Alemania no tenía aliados.
A fines de mayo, cuando la Comisión Europea se preparaba para imponer sanciones a Pekín, al que acusaba de haber inundado el bloque con paneles solares baratos, el premier chino, Li Keqiang, voló a Berlín con la advertencia de que una guerra comercial perjudicaría a la industria automotriz alemana.
Tras decirle a la opinión pública que haría todo lo posible por detener una guerra comercial, Merkel levantó el teléfono y llamó a José Manuel Durão Barroso, presidente de la Comisión Europea.
El mensaje era claro. Alemania, cajero automático de los rescates de la eurozona y mayor contribuyente neto al presupuesto de la UE, no se arriesgaría a romper lazos con un país que le compra 50.000 millones de dólares anuales en máquinas.
Los europeos dieron un paso atrás y la disputa se resolvió fijando un precio mínimo para los paneles solares chinos.
Traducción de Jaime Arrambide
John O´ Donnell
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