La casita del horror: de "Bernie" Madoff al calcio italiano
Un pequeño museo en Texas exhibe "souvenirs", acciones y otros documentos de las grandes estafas mundiales
AUSTIN, Texas.- Bernie Madoff era encantador. "Charming", como dicen los gringos. Elogios por aquí, alguna frase sobre arte o algún buen vino por allá. "¿Te gustan los buenos cigarros?", preguntaba al pasar, mientras comenzaba a hablar de negocios, aunque no mucho. Apenas lo suficiente como para tentar al cliente potencial. Y, al poco tiempo, una caja de cigarros de lujo llegaba a tu casa.
Sobria, elegante, de madera de cedro oscura, con letras doradas, la caja buscaba reforzar el mensaje tácito de Madoff: "Confía en mí, soy sólido, soy consistente". Y allí iba el desprevenido. Halagado, tentado, caía en la trampa. Porque mientras el pajarito gozaba de esos cigarros, el buen Bernie le esquilmaba cientos de miles de dólares. O de millones. Por un total superior a los US$ 20.000 millones con una rueda que se extendió desde los 70 hasta diciembre de 2008.
Una de esas cajas, que es lo único que le quedó a uno de sus clientes tras lidiar con Madoff, se exhibe ahora en Austin, en el "Museo del Fraude", una pequeña "casa del horror" económico que la Asociación Estadounidense de Examinadores de Fraude Certificados (ACFE, por sus siglas en inglés) montó junto a su cuartel central. Allí le recuerda, a otros pajaritos –pasados o potenciales– qué puede ocurrir cuando se topan con los vendedores, profesionales, de humo.
Ejemplos sobran.
Así, a unos pocos metros de los cigarros de Madoff, se exhibe una de las acciones de Enron, que cotizaban como rubíes hasta que el colapso del gigante en 2002 se fagocitó más de US$ 30.000 millones, junto a decenas de miles de empleos y fondos de pensión.
Enron distó de ser, no obstante, el fraude corporativo más portentoso. No, no. Porque otra compañía, esta vez de servicios de televisión por cable, Adelphia, se comió el doble: US$ 60.000 millones. Y aunque el fundador, John Rigas, y sus hijos terminaron en prisión, ya fue demasiado tarde para sus víctimas.
No todos los delitos de cuello blanco, sin embargo, son así de ostentosos, aun cuando una camiseta del calcio italiano con la publicidad de Parmalat recuerda, en otra de las paredes del Museo del Fraude, otro terremoto financiero, pero del otro lado del Atlántico. ¿Monto? 14.500 millones, pero de euros.
La mayoría de las veces, las estafas más efectivas son las más sencillas. Y todas comparten un mismo eje: la confianza y su abuso. Basta con repasar la vida y desmadre de Carlo Ponzi, quien pasó a la historia por el saqueo piramidal que desde entonces porta su apellido. Cayó cuando el diario Boston Post lo deschavó.
Todos los piratas –o al menos una amplia mayoría- son, también, simpáticos. Carismáticos. Astutos. Si lo sabrá el fundador de ACFE, Joseph Wells. "Siempre encontré extremadamente fascinantes las vidas de los estafadores", remarcó, tiempo atrás, cuando publicó un libro sobre sus andanzas. ¿El título? "Los Frankensteins del Fraude". Picante.
Tarde o temprano, sin embargo, los muchachos y muchachas de guantes blancos se pasan de rosca. Al menos algunos. Y todo se derrumba. Lo cual resulta incluso un alivio para varios de ellos, agobiados por el estrés de la gran simulación.
Así ocurrió con Ivar Kreuger, un adelantado. A principios del siglo XX y desde Suecia, dibujó las cuentas de sus empresas, escondió deudas en subsidiarias y hasta jugueteó con títulos de la deuda italiana por más de US$ 142 millones de la época. Hasta que llegó el final. Y se suicidó en 1932. "Estoy demasiado cansado para continuar", se despidió en una nota.
Entre tantos documentos y hasta "souvenirs", en la "casita del horror" no hay registros de alguna desventura argentina, pero hay ejemplos que resuenan cerca de casa, como algunos de la época de la Colonia española o, algo más adelante, la Inglaterra de 1719, con la "Compañía de los Mares del Sur".
También descuellan algunos artículos de prensa, como los que exponen la caída de Spiro Agnew, quien renunció a la vicepresidencia de Estados Unidos en 1973, tras admitir que había evadido impuestos, para evitar una acusación mayor por extorsión y, sí, también sobornos.
En cualquier caso, ese y otros muchos escándalos previos y posteriores expuestos en la "casita del horror" le permiten al visitante captar un mensaje: que los controles corren de atrás a los delincuentes de cuello blanco, pero que la prensa, los sistemas internos de detección temprana y los expertos pueden al menos detener la hemorragia. Aunque muchas veces el paciente no quiere escuchar al médico.
Que lo diga, si no, Harry Markopolos, un experto en fraudes financieros que alertó, sin suerte, a las autoridades sobre las maniobras delictivas protagonizadas por Madoff. El título de su libro sirve de buen resumen: "Nadie quiso escuchar". Hasta que fue demasiado tarde. Porque hasta entonces, "Bernie" acaso hasta tarareó la canción de Pink Floyd:
"Ven aquí, querido muchacho, tomá un cigarro.
Vas a llegar lejos, volar alto.
Nunca vas a morir.
Lo vas a lograr si lo intentás".
Madoff lo logró durante más de 30 años de dibujos financieros, sin que nadie lo detuviera. Claro, ¿cómo podía el filántropo "Bernie", que llegó a ser chairman de la bolsa Nasdaq y dueño de la sexta casa más poderosa de Wall Street, resultar un delincuente? Pocos se le animan a un gigante; muchos, por el contrario, son ciegos sobre aquello que no quieren ver.
Hoy Madoff continúa en prisión, condenado a 150 años tras las rejas.
Sus cajas de cigarros se subastan en Internet por 110 dólares.
Y una de ellas está, en Texas, en la "casita del horror".