La guerra entre militares e ideólogos amenaza con debilitar cada vez más a Bolsonaro
Sin disimulo, excompañeros de armas del presidente y el entorno ideológico, liderado por el filósofo Olavo de Carvalho y tres de sus hijos, luchan por espacios de poder y la influencia sobre el jefe del Estado; la pelea pone en riesgo los planes del tercer grupo, los neoliberales del equipo económico
RÍO DE JANEIRO.- Las pugnas por espacios de poder son comunes en cualquier presidencia. Pero desde que Jair Bolsonaro asumió el comando del Palacio del Planalto, la lucha entre sus asesores más pragmáticos -principalmente sus ministros militares- y los del ala ideológica -integrada por los hijos del mandatario y otros discípulos del "gurú" Olavo de Carvalho- ha ido in crescendo hasta convertirse en los últimos días en una guerra abierta que expone y debilita al gobierno.
Excapitán del Ejército, Bolsonaro se rodeó desde un comienzo de la campaña electoral de antiguos compañeros de armas.
Hoy son generales de reserva que ocupan puestos claves en su equipo: desde el vicepresidente Hamilton Mourão -ahora cada vez más distanciado del presidente- hasta los titulares del Gabinete de Seguridad Institucional, Augusto Heleno; de la Secretaría de Gobierno, Carlos Alberto dos Santos Cruz, y de la Secretaría General de la Presidencia, Floriano Peixoto. De los 22 ministros que componen el gabinete brasileño, ocho son militares.
Ya sobre el final de la campaña aparecieron los "olavistas" u "olavetes" (término despectivo), seguidores del autotitulado filósofo De Carvalho, de 71 años, que pese a estar radicado en Estados Unidos desde hace más de una década, a través de sus libros, cursos online e intensa actividad en las redes sociales, influyó mucho en la construcción del pensamiento de una "nueva derecha brasileña".
Con sus virulentas ideas a favor de una sociedad más conservadora promovió la teoría conspirativa antiizquierdista del "marxismo cultural"; le dio una narrativa lógica al fenómeno Bolsonaro, y logró emplazar en su gobierno a varios de sus fervientes seguidores, entre ellos los tres hijos políticos del presidente, Flavio (senador), Eduardo (diputado) y Carlos (concejal en Río de Janeiro), además del canciller Ernesto Araújo; el ministro de Educación Ricardo Vélez, y el asesor especial para Asuntos Internacionales de la Presidencia, Filipe Martins.
"Ni los militares ni los olavistas son grupos que posean una amplia base social, como sí la tienen los evangélicos, que fueron de gran ayuda para captar votos a favor de Bolsonaro. Pero a diferencia de los militares, que son discretos, prudentes y tienen una larga costumbre en lidiar con cuestiones del Estado, los discípulos de De Carvalho se han embriagado con su nuevo poder, no tienen experiencia, cometen errores, generan conflictos y les gusta hacer mucho ruido en las redes sociales para distraer la atención", explicó a LA NACION Guilherme Casarões, profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Fundación Getulio Vargas.
Llegada al mandatario
En los casi 100 días que Bolsonaro lleva en el poder, las tensiones entre olavistas y militares pasaron de fricciones y roces iniciales a una lucha abierta por influenciar más al presidente.
El Ministerio de Educación se volvió el principal campo de batalla entre estos grupos, y ahora la continuación del ministro Vélez en su cargo quedó pendiente de un hilo.
Luego de varias torpezas administrativas y proyectos fracasados del ministro, los militares lograron imponer allí a funcionarios subalternos que tienen su apoyo. El propio De Carvalho acusó a Vélez de traidor en Twitter y, enfurecido, exhortó a sus "alumnos" a abandonar el gobierno, mientras embistió con posteos y declaraciones en contra del vicepresidente Mourão y los generales Heleno, Santos Cruz y Peixoto. "Son un bando de cagones que les tienen miedo a los medios", llegó a decir con su característico vocabulario soez durante un evento en plena visita de Bolsonaro a Washington el mes pasado.
En respuesta al diario Folha de S. Paulo, el general Santos Cruz fue lapidario contra el gurú ideológico del gobierno: "Con sus últimas intervenciones en los medios, su lenguaje altanero, con malas palabras e inconsecuente, su desequilibrio queda evidente".
Otros terrenos de conflicto han sido el Ministerio de Relaciones Exteriores, la Secretaría de Comunicación de la Presidencia (SeCom) y la Agencia Brasileña de Promoción a las Exportaciones e Inversiones (Apex).
En el Palacio de Itamaraty, los militares lograron sacar de la órbita del canciller Araújo cuestiones de soberanía y defensa, y frenaron iniciativas controvertidas, como la mudanza de la embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén o el apoyo explícito del gobierno a una intervención militar en Venezuela, como hubiera deseado la administración del estadounidense Donald Trump (ídolo de los ideólogos).
En la SeCom, en tanto, los olavistas consiguieron desplazar esta semana pasada al publicista Floriano Amorim por el empresario Fabio Wajngarten, admirador de De Carvalho. Mientras que en la Apex, su titular, Mario Vilalva, respaldado por los militares, resiste los embates de dos subordinados olavistas.
"Todo indica que la influencia de los olavistas es más simbólica que real, y los militares están buscando contener a estos extremistas para que no generen más daño al gobierno. Los olavistas son claramente personas extremistas que no ayudan a gobernar, insisten en su discurso divisivo, generando polémicas en las redes sociales que no le sirven al país. El establishment político no quiere vincularse al gobierno por estos personajes. Lo que necesita el presidente es moverse cuanto antes para el centro, moderar su discurso, como pretenden los militares", opinó André Borges, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Brasilia.
Para los analistas, si esta lucha de poder entre olavistas y militares se extiende, el peligro es que Bolsonaro quede cada vez más frágil políticamente. Y eso pondría en riesgo el principal objetivo del tercer gran grupo que integra el gobierno, los economistas neoliberales capitaneados por el ministro Paulo Guedes, que buscan que el Congreso apruebe cuanto antes una ambiciosa reforma previsional, considerada fundamental para que Brasil retome un camino de crecimiento sostenido.
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