La lección de Brasil más allá de sus pesares
NUEVA YORK.-De regreso de mi viaje a Brasil llamé a algunos analistas para tener una idea de dónde estaba parado económicamente ese país. Para mí, Río se parecía a Shanghai: mucho consumo de alta gama en barrios como Ipanema, y mucha pobreza en las favelas. También había mucho en el medio. Lo más sorprendente es la cantidad de ciudadanos de clase media que parece haber.
Lo que vi no es un espejismo. En Brasil, durante la última década, se redujo la desigualdad de ingresos. El desempleo está en sus mínimos. Y el crecimiento de la clase media es asombroso. Según las estimaciones, más de 40 millones de personas salieron de la pobreza en los últimos diez años. El ingreso per cápita siguió creciendo, a pesar de la desaceleración del PBI.
Sin embargo, los economistas que consulté fueron pesimistas respecto del futuro a corto plazo. Señalaron la desaceleración del PBI, que no esperan que repunte en lo inmediato. A pesar de las ganancias económicas de la última década, la mejora de la productividad deja que desear. De hecho, muchos comentaron que la principal razón del bajo desempleo era la terrible ineficiencia de la economía. Según me dijeron, una parte excesiva de la economía está en manos del Estado y, para colmo, se trata de una economía de consumo sin las inversiones necesarias.
Al escucharlos, sin embargo, no pude evitar pensar en nuestra propia economía. El PBI de Estados Unidos creció más del 4% en el tercer trimestre de 2013, y nuestra productividad creció incesantemente. Pero el desempleo parece no bajar del 7%. La desigualdad de ingresos se convirtió en algo que damos por hecho. Lo que me llevó a preguntarme: ¿qué economía funciona mejor, en realidad?
Hace un par de años, Nicholas Lemann escribió un artículo en The New Yorker y citó un e-mail de la presidenta Dilma Rousseff: "El principal objetivo del desarrollo económico debe ser siempre una mejora de las condiciones de vida. Son dos conceptos inseparables".
En otras palabras, el gobierno abiertamente izquierdista de Brasil no se la pasa preocupado por el crecimiento en sí, sino que lo conecta con el alivio de la pobreza y el crecimiento de la clase media. Tienen un salario mínimo alto, por ejemplo, y leyes que hacen que sea cada vez más difícil despedir a un empleado lento.
Por el contrario, en Estados Unidos, el Congreso se negó a extender el seguro de desempleo. Muchos otros programas de ayuda fueron recortados. Incluso quienes se oponen a dichos despiadados recortes asumen que una vez que la economía repunte, todo estará bien. Así, en este país, tendemos a considerar el crecimiento como un fin y no como un medio.
Es posible que la economía de Brasil se choque contra una pared y que algunos de sus progresos se reviertan. Pero su ejemplo suscita una pregunta que en Estados Unidos no nos hacemos con suficiente frecuencia: ¿qué sentido tiene el crecimiento económico si nadie tiene trabajo?
Joe Nocera
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