Llegó la hora de pelear por el mundo del orden
NUEVA YORK.- Estados Unidos está inundado de chicos refugiados de los países hundidos de América Central. Los esfuerzos por contener el mayor brote de Ébola está extenuando a los gobiernos de África Occidental. Los jihadistas han enclavado un sanguinario califato dentro de Irak y Siria. Tras haber deglutido Crimea, Rusia sigue mordisqueando pedacitos de Ucrania. Es como si el mundo del desorden se expandiera contra el mundo del orden. No es imaginación. Son hechos sustentados por una lamentable lógica.
Están convergiendo tres grandes tendencias. La primera es el creciente número de los "no libres", en palabras de uno de mis maestros, Dov Seidman. Son los millones de personas que "tienen garantizada cierta clase de libertad, pero que se siguen sintiendo no libres porque ahora son conscientes de que no tienen la clase de libertad que más importa".
Seidman, autor del libro How y CEO de LRN, que asesora a empresas globales sobre temas de gobernanza, señala que si bien se ha prestado mucha atención a los efectos desestabilizadores de la desigualdad de ingresos, hay otra desigualdad desestabilizante que está emergiendo a la par: "Es la desigualdad de libertad, que genera todavía más desorden".
Tal vez suene raro. ¿Cómo es que tras la caída del Muro de Berlín y el derrocamiento de los dictadores del despertar árabe hay más gente que se siente no libre? Seidman mira el mundo a través del prisma de "libre de" y "libre para". En los últimos años, señala, "son muchos más los que se han liberado «de» distintos autócratas en diversos países". Los ucranianos, los tunecinos, los egipcios, los libios y los yemenitas, por ejemplo. "Pero son muy pocos los que alcanzan el tipo de libertad que realmente anhelan, que no es ser libres «de», sino libres «para»," señala Seidman.
Ser libre "para" es la libertad de vivir tu vida, decir lo que pensás, fundar tu propio partido, construir tu empresa, votar por cualquier candidato, buscar la felicidad, y ser vos mismo, más allá de tu orientación sexual, política o religiosa. "Preservar y habilitar todas esas libertades", dice Seidman, "requiere del tipo de leyes, reglas, normas, instituciones y confianza mutua que sólo se pueden edificarse sobre valores compartidos y por gente convencida de estar en una misma travesía común hacia el progreso y la prosperidad".
Esas instituciones y sistemas legales cimentados en valores con justamente lo que muchas sociedades no han logrado construir después de derrocar a sus autócratas. Por eso, aún hoy el mundo puede dividirse en tres tipos de espacios: los países que Seidman llama "de orden sustentable", o basados en valores compartidos, instituciones estables y consensos políticos; países donde el orden es impuesto con mano de hierro, desde arriba hacia abajo, o es sostenido con dinero del petróleo, o una combinación de ambas cosas, pero sin verdaderas instituciones y valores compartidos, y finalmente las grandes extensiones del desorden, como Irak, Siria, América Central y porciones cada vez más grandes de África Central y del Norte, donde no hay ni mano de hierro desde arriba ni valores compartidos desde abajo que puedan seguir conteniendo la desintegración del Estado.
El mayor desafío que enfrenta hoy el mundo del orden es colaborar para contener esos vacíos y llenarlos de orden. Es lo que Obama intenta hacer en Irak, exigiéndoles a los iraquíes la construcción de un gobierno inclusivo sustentable, en tándem con una acción militar norteamericana contra los jihadistas. De lo contrario, allí jamás habrá un orden autosustentable, y nunca serán libres.
Pero frenar y reducir el mundo del desorden es una tarea enorme, precisamente porque implica ayudar a construir una nación, labor que excede la capacidad de cualquier país. Lo que nos conduce a la segunda y perturbadora tendencia actual: lo débil y desarticulado que está hoy el mundo del orden. La Unión Europea está sumida en la recesión económica y el desempleo. China se porta como si estuviese en otro planeta, satisfecha de ser la llanera solitaria del sistema internacional. Y Putin está cumpliendo una especie de fantasía zarista paranoide en Ucrania, mientras el mundo jihadista del desorden avanza.
Y si agregamos la tercera tendencia, ahí sí que nos terminamos de preocupar: Estados Unidos es el parante maestro que sostiene la carpa entera del mundo del orden. Pero nuestra incapacidad para acordar políticas que garanticen nuestra vitalidad económica a largo plazo es la definición misma de la miopía.
Durante la Guerra Fría, se enfrentaron dos visiones de orden. Ambos bandos pertenecían al mundo del orden, y lo único que teníamos que hacer nosotros, desde Occidente, era hacer lo necesario para frenar al Oriente/comunismo. Hoy es diferente. Hoy, es el mundo del orden versus el mundo del desorden, y ese desorden sólo puede ser frenado si los países del mundo del orden colaboran entre sí y ayudan a los pueblos en desorden a construir su libertad "para". Pero "construir" es mucho más difícil que "frenar". Es hora de dejarnos de perder el tiempo dentro de casa como si el mundo siguiera siendo el mismo viejo mundo de siempre, y más vale que nuestros aliados reales y tácitos también se vayan despertando. Preservar y expandir el mundo del orden sustentable es el desafío de liderazgo de nuestros tiempos.
Traducción de Jaime Arrambide
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