Los países bálticos, Lituania, Letonia y Estonia, advirtieron desde el comienzo de la invasión sobre el peligro que encarnaba el presidente ruso
VILNA.- Muchos norteamericanos prefieren ver la guerra en Ucrania a través de un prisma falso, porque los hace sentir mejor.
Nos decimos que “nosotros” ya hicimos muchos sacrificios por Ucrania, nos damos palmaditas en la espalda por las costosas armas que enviamos y las elevadas facturas que luz que recibimos por ayudar a los ucranianos a conquistar su libertad, y les deseamos lo mejor…
Sin embargo, acá en los países del Báltico lo que tienen claro es lo contrario: que los ucranianos se están sacrificando por nosotros. Son ellos los que nos hacen un favor, erosionando a las fuerzas armadas rusas y reduciendo el riesgo de una guerra en Europa, donde el costo lo pagaríamos con vidas de soldados norteamericanos.
“Apoyar a Ucrania es defendernos a nosotros mismos”, dice Egils Levits, que este mes concluyó su mandato como presidente de Letonia. El ahora exmandatario aprovechó su última entrevista como presidente para insistir que Occidente debe proporcionarle a Ucrania todas las armas necesarias para recuperar la integridad de su territorio, incluida Crimea, y así dejar totalmente desacreditada la agresión de Vladimir Putin.
En la cumbre de esta semana, la OTAN avanzó con la incorporación de Suecia y primaron la armonía y la unidad: el único perdedor fue Rusia. Pero la prueba de fuego no son las palabras lindas que puedan decirse frente a las cámaras, sino la determinación de los países de Occidente para redoblar la transferencia de armas a Ucrania y así aumentar las chances de que esta guerra realmente termine.
“Todos tenemos que poner más de nosotros”, me dijo la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas. Tiene razón, y no creo que todos en Occidente lo entiendan. El presidente Joe Biden ha manejado la alianza transatlántica de manera sobresaliente, y eso explica en parte el éxito de esta cumbre, pero considero que ha pecado de exceso de cautela con su reticencia a suministrarle a Ucrania los equipos que necesita, como los misiles de precisión de largo alcance o aviones de combate.
Durante un par de décadas, muchos norteamericanos, alemanes y europeos occidentales en general se creyeron la fantasía de que la Rusia postcomunista era un oso más amable que el soviético. Por el contrario, los países bálticos —Lituania, Letonia y Estonia— supieron ver más allá y advirtieron sobre Putin, así que en la previa de la cumbre recorrí esos tres países para conocer su opinión sobre Rusia y Ucrania.
Y para ser honesto, siguen pensando que somos bastante ingenuos…
“Hay que darles más ayuda ahora, para que Ucrania pueda imponerse”, insiste Levits, y advierte que sería un grave error dar por concluida la guerra con un acuerdo que le entregue Crimea y partes de Ucrania a los rusos.
“Es una pésima idea, porque será la causa de la próxima guerra”, dice el flamante exmandatario letón. “La conclusión obvia del Kremlin sería que Occidente es débil.”
Los países bálticos no se dejan engañar porque conocen en primera persona la historia de Rusia: los soviéticos aprovecharon la Segunda Guerra Mundial para ocupar los tres países, a los que gobernaron con puño de hierro hasta 1991, cuando lograron su independencia. De hecho, la madre de la primera ministra Kallas fue deportada a Siberia en un vagón de ganado.
Pero los rusos nunca han asumido por completo su propia historia, y tal vez por eso en una encuesta de 2019 el 70% de los rusos dijo aprobar a Josef Stalin y por eso también las encuestas actuales reflejan un apoyo mayoritario a Putin.
El temor a ser los próximos
Según Kallas, para romper ese ciclo es importante lograr que Putin fracase, y llevarlo a juicio por crímenes de guerra.
Si Putin sale de esta guerra con una pedazo de Ucrania bajo el brazo, el mensaje para los dictadores sería que el crimen paga, “y a partir de ese momento, nadie podría sentirse realmente seguro”, dice Kallas.
La motivación de los países del Báltico es clara: si Ucrania cae, los próximos podrían ser ellos… En proporción con su PBI, Estonia ha sido el mayor aportante de ayuda a Ucrania del mundo: ha enviado desde obuses hasta saunas portátiles (los estonios adoran el sauna). Kallas dice que ojalá otros países hubieran acelerado la transferencia de armas, en vez de enviárselas a Ucrania con cuentagotas.
“A veces me pregunto si el resultado no habría sido otro si en marzo del año pasado le hubiéramos mandado todas las armas que les estamos entregando ahora, porque tal vez Rusia se habría dado cuenta antes del grave error que cometió”, se lamenta la primera ministra.
Una de las razones de Biden para dilatar el envío de misiles de largo alcance y aviones de combate a Ucrania es no incitar a Putin a usar armas nucleares tácticas. Pero tanto Levitz como Kallas desestiman ese argumento, y como hasta ahora han acertado en todo, conviene escuchar lo que tienen para decir.
“Lo que más incita a Rusia y a Putin es la debilidad del adversario, no su fortaleza”, dice Levits, y señala que si bien todavía no sabemos realmente qué pasó, cuando el líder mercenario Yevgeny Prigozhin cruzó todos los límites y lanzó una amenaza directa contra Moscú, la respuesta de Putin fue negociar, conciliar y desactivar la situación.
Kallas coincide y también le gustaría que Occidente envíe más armas para ayudar a Ucrania, incluidas bombas de racimo.
“Si el mensaje que enviamos es que cualquiera que nos amenace con una bomba nuclear puede hacer lo que quiera, entonces todos los dictadores del mundo van a querer tener bombas nucleares”, agrega la primera ministra estonia. “Sería el amanecer de un mundo mucho, mucho más peligroso.”
Hay buenas razones para celebrar el éxito de la cumbre de la OTAN en Vilna. Pero si la contraofensiva de Ucrania no logra recuperar grandes porciones del territorio ocupado por los rusos, en las capitales de Occidente volverán los inútiles reclamos por el precio que estamos pagando y el gran favor que le hacemos a los ucranianos.
Cualquiera que sienta la tentación de pensar de esa manera debería escuchar a los líderes del Báltico, porque han aprendido en carne propia cómo lidiar con osos intratables.
* Nicholas Kristof es un columnista de The New York Times, ganador de dos premios Pulitzer, por su cobertura de China y del genocidio en Darfur.
Traducción de Jaime Arrambide
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