Los refugiados apelan a una imaginación inagotable
IDOMENI, Grecia.- Envuelto como una madona en un plástico celeste que chorrea agua, Rachid echa pestes: "¡En el país del sol, el único lugar de Grecia en que llueve es en Idomeni!". El agua, que no deja de caer desde hace dos días, le está arruinando el negocio.
"Un día sin trabajar es un agujero financiero", dice ese iraquí de 36 años, mecánico de formación, que escapó de "esos locos asesinos" de Estado Islámico y, una vez aquí, con su hermano Faisal, se ha convertido en el peluquero del campo de refugiados. Con un par de tijeras, una navaja y tres o cuatro peines, Rachid ha instalado dos sillas a la vera de la única calle que atraviesa ese mar de carpas. Y mientras corta pelos, patillas y bigotes, prodiga consejos sobre los mejores looks a sus compañeros de infortunio.
Por su actitud y su aspecto, salta a la vista que Rachid y su hermano están en mejores condiciones que los demás. Hasta se han dado el lujo de alquilar un pequeño generador: "Aquí no hay electricidad. Y yo prefiero trabajar hasta por la noche", dice con orgullo.
Convencidos de los beneficios de la diversificación, también utilizan el generador para cobrar recargas de los celulares que, en racimos, están protegidos de la lluvia bajo una caja de madera. "Cada día de trabajo aquí será un día de buen pasar en Alemania", sentencia. Y como Rachid no puede con todo, Faisal se hizo cargo del "sector telefonía".
Atrapados en el infierno de Idomeni, sin saber cuándo podrán partir hacia la tierra prometida, cada día son más los migrantes que siguen el ejemplo de Rachid.
El sirio Malik instaló un micro-almacén de fortuna, que se aprovisiona en el negocio de comestibles más cercano al campo y revende "a precio de refugiado" todo lo necesario para cocinar: pimientos, limones, tomates, chauchas en lata. En la misma arteria, su primo Alí tiene un puesto de frutas: son cuatro cajones que llena dos veces al día con manzanas y naranjas.
Los refugiados aprecian estos servicios. "Con apenas tres euros, nuestras mujeres pueden hacer milagros. Comer algo que evoque la vida que dejamos atrás nos ayuda a seguir adelante", asegura Abdulá Kamir, un informático sirio, padre de cinco chicos de entre uno y 10 años que un día les dijo "basta a las bombas de Bashar al-Assad".
Pero el negocio más lucrativo en el campo es la venta de tarjetas telefónicas prepagas. Elemento vital para todo candidato al exilio, el teléfono celular no sólo lo mantiene en contacto con la familia que quedó atrás, sino que -gracias a las redes sociales e Internet- también le informa minuto a minuto sobre los cierres de fronteras y las medidas que adoptan los gobiernos.
Hace tiempo que Samir (20), Omar (20) y Mustafá (23) sobreviven gracias a esa actividad. Los tres amigos, que aseguran ser "sirios de Alepo", pero muy probablemente vengan de Afganistán, conocen al dedillo todos sus secretos. Eso sí, que nadie les pregunte cómo hacen... "El día que develemos esos secretos se habrá terminado nuestro futuro", asegura Omar. "Diecisiete horas en el agua...", confirma Samir. Lo cierto es que los tres se han convertido en los personajes más solicitados del campo. "Todo el mundo los busca", señala Edith Duncan, una enfermera británica que trabaja en forma benévola. "Donde hay agolpamiento de jóvenes, ahí está uno de ellos. La ventaja de todo esto es que, mientras pueden ganar sus vidas así, no corren peligro de caer en manos de las mafias, que los utilizan para los peores fines", agrega. Con admiración, los voluntarios de las numerosas ONG presentes en Idomeni señalan la energía y la imaginación inagotable que alienta a los refugiados.
"Como lo demuestra la historia de la emigración a través del tiempo, se puede decir que quienes parten son generalmente la gente más fuerte, más adaptable y resistente de una población. Angela Merkel lo entendió perfectamente. Sabe que, en apenas una generación, tendrá la fuerza humana necesaria para que su país siga siendo la primera potencia europea", analiza Pietr Kozac, especialista en migraciones de la universidad de Atenas. Según los economistas, un millón de refugiados representa un punto más de PBI por año.
En Idomeni, los campeones de esa energía son los chicos. Hazan, por ejemplo, que a los ocho años decidió montar su propio puesto de venta de cigarrillos para "ayudar a su hermano mayor (de apenas 12) a seguir el viaje hasta Alemania". Consiguió un cajón vacío, se sentó detrás y puso sus pocos atados en fila: "¡Marlboro! ¡Marlboro!", anuncia a grito pelado. Está seguro de que cuando sea grande tendrá "una cadena de supermercados en Munich".
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