Pensar en grande, la carta de Obama para parar al jefe del Kremlin
NUEVA YORK.- Hasta ahora, el presidente ruso, Vladimir Putin, ha jugado muy bien la pobre mano de cartas que tenía en Ucrania. Quiero decir, ¿qué tan fuerte sos si tus aliados insisten en usar máscaras? Pero Putin cree conocer a sus adversarios mejor que ellos mismos.
Piensa que los norteamericanos nunca irán a fondo con el tema energético, que los europeos nunca irán a fondo con las sanciones, que los ucranianos reformistas nunca irán a fondo con la administración del país y que él puede controlar a las fuerzas separatistas que ha desatado en Ucrania oriental y regular su accionar a su antojo como si tuvieran una perilla.
El desenlace de la crisis ucraniana depende, sobre todo, de si Putin está en lo cierto.
Últimamente se habla mucho del "liderazgo" del presidente Obama. Lo único que sé es que, si Obama quiere, Ucrania le ofrece una oportunidad única de dejar un legado de liderazgo. Con esta sola iniciativa, Obama podría al mismo tiempo fortalecer a Estados Unidos, debilitar a Putin, hacer del planeta un lugar más saludable y más seguro para nuestros nietos.
Ya que hemos descartado el envío de tropas, nuestra capacidad de presionar sobre Putin en lo inmediato descansa en las sanciones bien dirigidas. Pero la verdadera forma de debilitar a Putin, cuya economía y su presupuesto de gobierno depende enormemente de que el precio del barril de crudo cueste más de 100 dólares, es a través de un gran acuerdo energético interno en Estados Unidos, que libere fuerzas productivas que con el tiempo empiecen a afectar el precio mundial y la disponibilidad del petróleo y el gas.
Obama debería convocar a los líderes del Congreso a Camp David y poner sobre la mesa su propio plan: concederles a los republicanos el oleoducto Keystone XL, la expansión de las perforaciones y el método de fracturación hidráulica -pero sólo con los más altos estándares medioambientales- y a cambio pedirles la aprobación de un impuesto regulable al carbón; de una ley nacional de energías renovables, y de un código nacional de eficiencia energética en la construcción de viviendas, como el que tiene California. Y yo también agregaría incentivos para expandir la porción de la energía nuclear en nuestro mix energético.
Odio la idea del oleoducto Keystone, que trae petróleo de las arenas aceiteras de Canadá, y me preocupa la fracturación hidráulica con bajos estándares medioambientales, pero aceptaría ese acuerdo sin pestañear, porque en muy poco tiempo, un impuesto apropiado al carbón haría que la extracción de petróleo de la arena fuese antieconómico, y la fracturación hidráulica bajo una ley con estándares de energías renovables aseguraría que el gas natural reemplace al carbón, y no a las otras renovables, como la solar o la eólica.
La Casa Blanca acaba de divulgar un estudio que revela que el cambio climático inducido por el hombre tiene impacto en todos los rincones de Estados Unidos, por no hablar del resto del mundo. Un acuerdo nacional de esas características no podría llegar en mejor momento y sería una estrategia en la que todos ganan.
Lograría aumentar nuestra capacidad de influir sobre Putin y sobre la Madre Naturaleza simultáneamente. Y empujaría para abajo la curva de costos de nuevas tecnologías, de modo que podrían aplicarse a gran escala y asegurarle a Estados Unidos el liderazgo en la nueva gran industria global: la tecnología limpia. Obama debería tirar la cautela por la ventana y pensar a lo grande. Señor presidente, hágase el loco, piense en grande.
Pero como ya dije, Putin cree que nos conoce mejor que nosotros mismos. Y no le faltan motivos: durante décadas, los dos grandes partidos norteamericanos han fracasado en desarrollar una estrategia energética, y lo hemos pagado con crisis del petróleo, guerras, contaminación y cambio climático. ¿Estamos condenados a seguir siendo consumidores, y no productores, de energía?
Y Putin también cree conocer bien a los europeos, ya que tantos de ellos se benefician del petróleo y el gas rusos. Hasta ahora, la respuesta de Europa ha sido más de retorcerse las manos por Putin que de retorcerle el cuello a Putin. Hablan bajito y van con su baguette bajo el brazo.
Los reformistas ucranianos también tienen un enorme rol que cumplir. Deben encontrar el modo de que las elecciones del 25 de mayo se realicen en la mayor parte posible de Ucrania y de que sean libres y justas, para luego pasar rápidamente a elecciones parlamentarias y a una reforma constitucional que siente las bases de una administración decente. Lo que menos quiere Putin es un gobierno reformista y legítimo en Kiev que tenga la autoridad de asociar a Ucrania con la Unión Europea. Por lo tanto, es lo primero que deben hacer los ucranianos.
Putin tal vez se crea Superman, pero lo cierto es que Estados Unidos, Europa y los reformistas ucranianos, conjuntamente, tienen la capacidad de producir la kriptonita que puede ponerlo de rodillas: la unidad europea, la legitimidad del gobierno de Kiev y la energía norteamericana. A nada le tiene más miedo que a eso. Y lo que tienen en común esas tres cosas, sin embargo, es que son difíciles, entrañan serias decisiones y demandan una extraordinaria capacidad de liderazgo.
Así que sigan de cerca esos tres frentes, porque les aseguro que Putin los está observando.
Traducción de Jaime Arrambide
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