Una jugada arriesgada y al límite del sagrado sistema político
PARÍS.- Cuando los políticos no tienen escrúpulos, lo primero que ponen en peligro es la democracia. Eso fue exactamente lo que hizo ayer Boris Johnson con su decisión de suspender el Parlamento hasta el 14 de octubre, para asegurarse la posibilidad de un Brexit sin acuerdo.
Más allá de burlarse implícitamente del sacrosanto sistema parlamentario británico y poner descaradamente a la reina Isabel en primera línea, el ambicioso primer ministro asumió el riesgo de ser objeto de una moción de censura la semana próxima. Ese, sin embargo, es un riesgo calculado. Y para ese jugador empedernido, la apuesta vale la pena.
"Si quieren bloquear un no deal, tendrán que derribarme. ¡Y ya mismo! La semana próxima". En resumen, ese es el desafío que lanzó ayer Boris Johnson a los diputados opuestos al escenario de un Brexit sin acuerdo a fines de octubre, con el cual no cesa de amenazar a la Unión Europea (UE).
La jugada del primer ministro británico es particularmente arriesgada. Limitando el tiempo del que disponen sus adversarios para bloquear un no deal, asume el riesgo de crear tanta indignación y frustración en los parlamentarios que también ellos podrían lanzar la bomba atómica: un voto de censura que tumbe el gobierno antes de la suspensión de la sesión en curso, incluso en los primeros dos días de septiembre.
"Cuando el Parlamento se reúna, brevemente, la semana que viene para decidir su programa, lo primero que haremos será tratar de legislar para impedir lo que [el primer ministro] está tratando de hacer y, segundo, oponernos con una moción de censura en algún momento", previno el líder de la oposición laborista, Jeremy Corbyn.
Johnson no solo provocó la ira de los Comunes. Poco después de su anuncio, una petición en la que se exige el retiro de la suspensión, publicada en el sitio del Parlamento, recogió medio millón de firmas en pocas horas.
Pero el riesgo asumido por Johnson fue calculado. En vez de una moción de censura, los líderes de los partidos de la oposición que se reunieron anteayer habían más bien optado por hacer votar un texto de ley para impedir un no deal. Los disuadió el riesgo de abrir las puertas del gobierno al líder de la oposición laborista, Jeremy Corbyn, como primer ministro interino. Un peligro que, aún mañana, podría hacer reflexionar dos veces a los anti-Brexit del partido conservador, que amenazan con votar en contra de Boris Johnson. En todo caso, la estrategia original estalló en pedazos.
Pero la jugada del nuevo primer ministro va aún más lejos: si llegara a ser víctima de ese voto de censura y tuviera que recurrir a las urnas, Johnson se cree suficientemente fuerte como para ganar las elecciones anticipadas, probablemente con el apoyo de la extrema derecha de Nigel Farage. Y de paso robustecer su mayoría, que cuenta solo con una banca.
Limitándose a reducir los márgenes de maniobra de sus opositores, permitiendo al Parlamento que comience a trabajar el 14 de octubre, es decir, apenas 15 días antes de la fecha fijada para el Brexit, Johnson puede jactarse de "dejarles el tiempo de actuar". En el peor de los casos, solo podrán rechazar, en la recta final, un nuevo acuerdo de divorcio difícilmente arrancado a Bruselas. Pero, entonces, serán ellos quienes asuman la total responsabilidad de un no deal.
La apuesta es osada, pero Johnson decidió asumirla. El peligro de un Parlamento enfurecido es elevado, pero concentrado en unos pocos días. Eso es mejor que tener que lidiar durante varias semanas con un segundo frente en Londres, mientras negocia con Bruselas.
"Las semanas que preceden el Consejo Europeo son vitales para mis negociaciones con la UE", advirtió Johnson en la carta que envió ayer a los diputados.
"Es únicamente mostrando unidad y determinación que tenemos una chance de obtener un nuevo acuerdo que pueda ser adoptado por la Cámara de los Comunes", precisó.
Pero las buenas estrategias no bastan para llegar a ser un auténtico hombre de Estado. Y Boris Johnson acaba de demostrar que, aunque tenga éxito, todavía está muy lejos de serlo. Entre la andanada de acusaciones y críticas que recibió ayer en su propio país, el speaker de la Cámara, el conservador John Bercow, calificó su gesto de "ultraje constitucional", mientras los diputados de la oposición denunciaron un "asalto contra la democracia británica".
Reconociendo que el método elegido por Johnson para obtener sus objetivos respeta al pie de la letra la ley británica, el prestigioso diario The Guardian afirmó ayer en su editorial que, sin embargo, "el espíritu que lo inspira es revolucionario y peligroso".
Y el periódico concluyó: "Escudándose detrás de la corona, Boris Johnson está secuestrando el poder parlamentario y utilizándolo contra sus adversarios de los Comunes. Que lo haga para obtener un Brexit duro es ofensivo para los proeuropeos. Que esté decidido a hacerlo sin estados de ánimo debería alarmar a todos aquellos que valoran las tradiciones de la democracia británica".