OK: se puede evitar sin ningún problema esa intro tétrica (una nena que llora sobre un arreglo de cuerdas), o su nuevo logo en tipografía flogger-metal. El resto es más que convincente. Carajo por fin exprime y perfecciona su propia oscuridad para su material más complejo, inteligente y angustiante, más allá de las palabras aleccionadoras y todo el rollo espiritual. Y éste, probablemente, sea el Carajo definitivo, una banda que por fin se permite hablarle a un mundo con más de 17 años de edad, que puede ver que hay algo más entre todas esas filas de mochilas y pantalones tres cuartos que necesidad de descargar ira y acceder a la salvación. Desde la intro de "Acido", con un stomp maniático y trazos stoner, Marcelo Corvalán prueba que no es un intérprete menor, con un montón de vidrio molido en la garganta y un tempo mecánico, vicioso y hecho mierda. "Luna herida" es mejor todavía: la guitarra de Tery Langer emula las lecciones de Dimebag Darrell y moderniza el nü metal a 10 mil kilómetros de su lugar de origen. Hay cuerdas en el fondo, pero que esta vez tienen sentido. Y los arreglos intrincados de Langer en "Fantasmas", casi post-rock, son los más climáticos y mejor pensados en este mar. "Libres" cumple con el mosh de rigor y "Humildad" con el griterío hardcore y las amenazas bíblicas.
Por Federico Fahsbender
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