Atlas, una película notable que escapa deliberadamente a las clasificaciones
Dirigida por Guadalupe Gaona e Ignacio Masllorens, se proyecta todos los viernes de marzo en el Malba; el disparador fue una investigación sobre un importante neurobiólogo y pisquiatra alemán que trabajó para el Estado argentino en la primera mitad del siglo pasado.
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El punto de partida de Atlas, documental dirigido por Guadalupe Gaona e Ignacio Masllorens que se acaba de estrenar en el Malba (va todos los viernes de marzo a las 20 horas), fue un unitario televisivo de terror. En 1998, durante unas filmaciones nocturnas para ese proyecto que se llevaron a cabo en un pabellón abandonado del Hospital Neuropsiquiátrico de Mujeres Dr. Braulio A. Moyano de la ciudad de Buenos Aires, se produjo un hallazgo sorprendente que terminó generando esta singular película que reconstruye parte de la vida y la obra del doctor Christofredo Jakob, un neurobiólogo alemán contratado por el Gobierno argentino con el objetivo de modernizar las instituciones de salud mental y que se dedicó durante años a investigar lo que él definía como “el cerebro emocional”. A partir de ahí, Atlas va incorporando una serie de tramas complementarias en una deriva libre y poética: escenas breves en lo que queda del Jardín Zoológico de Palermo, retratos castigados por el paso del tiempo de internas del psiquiátrico (vale la pena prestar atención a las miradas de cada una de ellas, que dicen más que mil palabras), imponentes paisajes del sur argentino e incluso los pasos de comedia familiar protagonizados por Cuqui Jakob, nieta del neurobiólogo, y su hija Luz Krummer.
Gaona y Masllorens encontraron en ese pabellón en ruinas del Moyano historias clínicas, una montaña de botellas añejas y negativos fotográficos en placas de vidrio de principios del siglo pasado. Y también dieron con dos personajes muy particulares que le añaden una cuota de humor involuntario a lo que inicialmente parecía perfilado como un trabajo de investigación más tradicional.
La narración tiene un carácter intermitente, fragmentario. Combina imágenes de cortes cerebrales y animales disecados que harían las delicias de Guillermo del Toro -un mundo dependiente del formol que emite resonancias tenebrosas- con otras macroscópicas cuyo significado técnico solo puede decodificar un especialista, pero que en el contexto de la película se reconfiguran como parte de su viaje estético, gracias a lo que los propios realizadores definen con sagacidad como un “montaje surrealista” en el que también aparecen algunos ejemplares que aún permanecen en un zoológico inactivo (hipopótamos, rinocerontes, elefantes, camellos, jirafas, monos y hasta un pavo real que despliega su colorido plumaje en una graciosa secuencia que podría transformarse perfectamente en un cortometraje) y cumbres de las montañas de esa Patagonia de sobrecogedora belleza natural que es parte de la historia familiar de Gaona y ya tenía un rol importante en la adaptación de un libro de su autoría titulado Pozo de aire que llegó al cine de la mano de Milagros Mumentaler como La idea de un lago.
Atlas es el resultado de unos cuantos años de trabajo: mientras investigaban sobre la vida y la obra del Dr. Jakob, autor justamente del Atlas del cerebro de los mamíferos de la República Argentina, los directores también recogían imágenes y testimonios en el Moyano actual que le sumaron bagaje a una narración poliédrica que prescinde de la voz en off y confía en el poder de sugestión de la imagen, una decisión relacionada con la filiación de película, explicitada por el propio Masllorens cuando asegura “nos gusta la fotografía” ante una consulta precisa de la inefable Cuqui Jakob.
La memoria psicodélica de Cuqui también va puntuando el relato: sus recuerdos dispersos y aleatorios parecen sintonizar bien con la estructura libre de ataduras de Atlas. En los pasajes donde ella monopoliza y controla la conversación, obturando cualquier intervención de su hija con ese desprejuicio rotundo que caracteriza a los ancianos, la película esquiva el lastre de solemnidad que podría haberla oscurecido. Más inquietante es el dato que aporta una profesional del Moyano que parece conocer la profusa producción teórica de Jakob al detalle: después de florearse con un discurso de jerga científica imposible de seguir para un lego en la materia, informa que los humanos nos diferenciamos de los animales por ser susceptibles a la esquizofrenia y la psicopatía. Un matiz más para la atrapante polifonía de Atlas, también coloreada con una sugestiva banda sonora de Ezequiel Kronenberg que refuerza la cadencia onírica de la película.
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