A Andrés Giménez le irrita su propia vigencia. "Me da bronca agarrar un disco del 94, leer una letra y decir: ‘La puta madre, ¿tengo que decir exactamente lo mismo?’". A.N.I.M.A.L. estuvo nueve años fuera de circulación: se separaron en 2006 y volvieron –con Marcelo Castro en batería y Cristian "Titi" Lapolla en bajo– en 2015, y recién ahora grabaron un nuevo álbum de estudio: Una razón para seguir. El tiempo pasó pero la gente se sigue muriendo de lo mismo que se moría hace dos décadas, así que las banderas que levantaban en aquellos años de juventud en los que tomaban por asalto el metal continental siguen flameando. "Nunca vamos a abandonar el concepto por el cual siempre luchamos y al cual seguimos siendo fieles. Somos una banda que defendió mucho la raíz latina y todo lo que conlleva eso: la igualdad de derechos, la dignidad, el buen trato, el respeto", dice el frontman, después de empaquetar su discurso eterno en ocho canciones particularmente ásperas y una balada sentimental.
¿Como fue volver a ponerte el chip de A.N.I.M.A.L. después de haber trabajado en tus otros proyectos?
A mí me gusta trabajar en muchas cosas a la vez. Gracias a Dios puedo estar al cien por ciento en cinco cosas, porque siempre que hago las cosas las hago desde el alma y no me cuesta, es un disfrute. Puedo estar en De La Tierra o estar componiendo con León, o hacer cosas que me gustan como folklore o tango, y ponerme a componer canciones para un disco nuevo de A.N.I.M.A.L. Para mí todo lo que es música es vida, sueños. algo maravilloso. Así que no me costó sentarme a trabajar en el disco. Lo disfruté desde que empecé a tirar los riffs que se me ocurrían hasta el último día de la mezcla y la masterización, que escuché y dije: "Wow, está plasmado lo que queríamos". Es un proceso parecido a tener un hijo y criarlo.
¿Qué aportan Marcelo y Titi musicalmente que no tenías con otras formaciones?
Sería muy injusto de mi parte la comparación. Yo soy un agradecido de Aníbal Alo, el primer baterista, como soy un agradecido de Martín Carrizo, que lo adoro. Igual con Andrés Vilanova, otro baterista maravilloso que tuvo A.N.I.M.A.L., como hoy con Marcelo que es impresionante. Cada uno aportó su pasión, su inteligencia, su talento. Después A.N.I.M.A.L. tuvo dos bajistas muy importantes que fueron Marcelo Corvalán, a quien también adoro y somos muy amigos y nos queremos mucho aunque mucha gente crea que no, y él le dio mucho a la banda. A partir de que entró Cristian, también aportó mucho. El único que siempre se quedó fui yo y no por ser ni dictador ni loco ni malo ni bueno. Debe ser porque soy el cantante de la banda [risas]. Pero no soy el dueño de A.N.I.M.A.L. Acá siempre se compartió todo, nadie tiene más o menos derechos. Nadie cobró más o menos que el otro. Si no hay un peso, no hay un peso para nadie. Si tenemos que comer un paty, comemos un paty todos. No es que Andrés Giménez es el dueño de algo. Los que creen eso están equivocados y no me conocen como persona.
Menos melodía, mucho growl y muchísimo riff denso en el disco. ¿También fue una reafirmación de identidad pesada?
El disco tiene partes muy pesadas pero también tiene una balada alucinante que se llama "Por siempre". Pero sí, es un disco pesado. O más que pesado: es un disco en el que entendimos y llevamos a cabo algo muy difícil que es no reinventarnos, no meternos en un camino que no es el nuestro, pero a la vez no perder la frescura y no dejar de aggiornarnos a los sonidos nuevos. A.N.I.M.A.L. tiene un estilo, y lo mejor que nos podía pasar era recuperarlo. Para mí el disco tiene una frescura y el poder que hace años no tenía un disco de A.N.I.M.A.L. Me hace acordar a la calentura de discos como Fin de un mundo enfermo (1994).
¿Son inspiradores los tiempos de crisis para artistas combativos?
¿A vos qué te parece? Por supuesto, loco. Estamos viviendo una vorágine de locura, de falta de tolerancia, de pobreza intelectual y del alma a todo nivel, que hace que el mundo esté cada vez más en peligro, involucionando todos los días un poco. Hace muchos años que veo en todos los países que voy, y más en la Argentina, que ya se perdieron las ganas de reír, y eso es muy triste porque la risa cura hasta enfermedades incurables. Creo que eso es parte de esta involución que estamos viviendo en el mundo. Es un mundo para poquitos y eso nos da mucho de qué hablar, aunque sea triste.
¿Qué estabas haciendo cuando te enteraste de que se había muerto Lemmy Kilmister?
Yo lo conocí a fines del 96, comiendo en el Rainbow, él estaba jugando al Pac Man, y una amiga que tengo en Estados Unidos nos presentó. Nos fue a ver tocar en el Whisky A Go Go, y a partir de ahí se fanatizó y fuimos muy amigos. Lo crucé muchas veces en la vida y fue una bendición haber grabado con él. Estuve con él tres meses antes de su muerte, en el Monsters of Rock de Brasil, donde yo toqué con De La Tierra y él vino a tocar acá al otro día. Él ya estaba muy flaquito. La charla que tuvimos en Brasil me la reservo para mí, pero lo que te puedo decir es que el quía vivió lo que quiso vivir, de la forma en que quiso vivir, y entregó todo hasta el último día. Para mí, Lemmy es el Ozzy de los pobres. Ozzy es la estrella, y Lemmy es del pueblo. Me acuerdo del abrazo que me dio cuando nos despedimos. Me abrazó y me dijo "te quiero". Fue increíble.
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