"¿Quieren que hagamos lo que venimos haciendo?", pregunta Eli Suárez al resto de Los Gardelitos, vestido de remera, pantalón y zapatillas negros, mientras enchufa la Fender acebrada de siempre. Es la tarde desolada del 1º de Mayo, pero el rock no tiene feriado. En las salas de Almagro donde en los 90 ensayaron los Redondos y La Renga, Los Gardelitos trabaja a destajo desde la mañana para poner a punto la maquinaria musical. En una pizarra blanca, escrita con marcador rojo y dividida en tres bloques, la lista de temas que preparan para los shows del 25 y 26 de mayo en el Estadio Obras sirve de guía. "Uno, dos, tres", marca con los palillos Jerónimo Sica, y tocan "La ciudad que se oculta", uno de los últimos temas que Eli compuso y describe un momento clave de su vida, en el que después de la muerte de su padre, Eduardo "Korneta" Suárez –el fundador de la banda–, llevaba más de siete años al frente de Los Gardelitos sin poder escribir una letra. "La sangre sobre la sangre, que era silencio y se hizo canción", canta ahora Eli y, cuando termina, propone hacer una versión instrumental de "Una roca en el humo", para que Yamil Salvador pueda identificar mejor las partes que tiene que tocar con la guitarra acústica. Los arreglos de la canción parecen bastante complejos y la banda intenta que suene exactamente como en el disco. Eli comienza el arpegio sin el efecto del reverb, pone un delay, un chorus, salta al canal limpio de la viola y después agrega una distorsión. Pero hay que optimizar el tiempo, entonces repasan tres veces solo la intro y el final del tema.
Hay algo casi imperceptible que a Eli no termina de conformarlo, y se puede percibir en su rostro cierta tensión. Piensa dos segundos y le pide a Sica que agregue un golpe en el crash en el momento preciso en que él tiene que cambiar el seteo de la pedalera para ejecutar el riff del final. Hacen la última parte de nuevo y, al finalizar, Eli asiente con la cabeza. El ensayo termina con "Calles calientes" y "La constelación de la Virgen", quizás una de las mejores letras de Korneta y que, de haber tenido difusión, podría haberse convertido en un clásico del rock nacional. "Bueno, ¿la seguimos mañana?", pregunta Eli después de varias horas. Ponch, el bajista, dice que está bastante complicado con los horarios, pero Eli insiste: "Estaría bueno que empecemos a hacer la lista completa y en el mismo orden del show".
A Eli no le gusta improvisar, prefiere tener hasta el mínimo detalle bajo control. En unos días, cuando Los Gardelitos lleven su rock de arrabal por quinta vez a Obras, en total habrán sumado más de 50 jornadas de ensayo –algunas en doble turno– especialmente dedicadas a esos dos shows que planean editar en CD y DVD, incluyendo una especie de prueba piloto del concierto en el estudio Romaphonic con más de 20 músicos en escena: invitados, orquesta de cuerdas, sesión de brasses y percusión.
Los Gardelitos siempre han sido una rara avis dentro del rock nacional. Desde su aparición en la escena, a finales de los 90: cuatro músicos vestidos de traje negro y sombrero que reivindicaban la figura de Gardel con un sonido basado en la potencia de la guitarra acústica; hasta la particular idea de formar una banda de rock en familia más allá de las diferencias generacionales, de salir a tocar gratis por las villas más ásperas de Buenos Aires, de firmar un contrato con un sello multinacional con el que no estaban muy de acuerdo, de continuar tocando ante la pérdida de su líder y de cambiar de piel con Eli asumiendo el legado de su padre y llevando con su impronta al grupo a acariciar el mainstream.
"Esta banda es el sueño de cantor, autor y compositor de mi viejo, pero adentro de ese sueño también está el mío", dice Eli en el bar de la esquina de la sala, unas horas después de haber terminado el ensayo. Quizás este momento de gloria que viven Los Gardelitos sea, como piensa Eli, la consagración tardía de la obra de Korneta: un poco más de 50 canciones entrañables –muchas de ellas grabadas dos décadas después de cuando fueron creadas– que necesitaban maduración, o quizás se trate del resultado de un intensivo y silencioso trabajo que Eli viene haciendo con la banda en esta etapa que lo tiene como líder y compositor.
Pero, más allá de este dilema, lo cierto es que en el último año Los Gardelitos viene pisando fuerte en la escena. Los shows sold-out de verano en el Teatro Flores, la participación en Cosquín Rock –en una grilla compartida con Don Osvaldo y Pato Fontanet de invitado, ante más de 30.000 personas–, el paso por el festival de Baradero y la noticia de que la primera fecha en Obras se encuentra agotada cuando falta poco menos de un mes confirmaron el momento de gran convocatoria que atraviesa la banda. Y parece que Eli está dispuesto a seguir trabajando para que Los Gardelitos siga creciendo.
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La música de Los Gardelitos sobrevolaba la casa de la familia Suárez desde que Eli tiene memoria. Y Korneta estaba ahí, en la pieza del departamento de La Tablada en el que vivían, arpegiando en la guitarra canciones como "La constelación de la Virgen" o "Nadie cree en mi canción".
Máximo Salvador Eli nació el 12 de enero de 1978, primer hijo de la pareja formada por Hilda Nélida Once –Yuli– y Eduardo Marcos Suárez –Korneta–. Ella, hija de un carpintero y una empleada doméstica, había crecido escuchando a Elvis Presley e imitando a Libertad Lamarque en sociedades de fomento. Él, exactamente seis años menor, había nacido en Mendoza el 13 de octubre de 1953 y llegó a Buenos Aires a los 14 años buscando conocer a su padre, Marcos Ceferino Suárez, que estuvo preso en Magdalena por formar parte de un grupo de resistencia y hacer propaganda peronista. "La relación entre mi viejo y mi abuelo fue muy distinta a la que yo tuve con Korneta. Tenían choques generacionales", dice Eli. "Y yo fui tomando cosas de los dos". A Korneta le gustaba el peronismo, pero también algunas cuestiones que planteaban el socialismo y el comunismo.
Desde que se conocieron a través de un grupo de amigos en común, Korneta y Yuli iniciaron un noviazgo apasionado y al poco tiempo se fueron a vivir juntos con Cintia, la pequeña hija que había tenido Yuli con una pareja anterior. Korneta encontró en Yuli el calor de una mujer y también la contención de una hermana mayor que lo ayudaba a bajar de varias temporadas de locura. Los unía la música (Almendra y Pink Floyd), la lectura de George Gurdjieff –que proponía una evolución espiritual y humanitaria– y las noches interminables de charla y experimentación con anfetaminas.
La llegada de Eli trajo nuevas responsabilidades a la pareja. Korneta tuvo que vencer su timidez vendiendo papel higiénico por las calles laberínticas de Ciudad Oculta, mientras que Yuli consiguió trabajo como costurera desde casa.
A los 3 años, Eli experimentaba sonidos en la guitarra acústica que Korneta usaba para componer. Tres años después nació Bruno, y lo que siguió fue el camino nómade de una familia que vivía en casas tomadas, persiguiendo el sueño de Korneta, que a los 30 años estaba intentando formar una banda de rock.
El primer proyecto musical que armó Eli se llamó –como en un juego– Los Batatógenos del Dos Mil, y lo tenía a él con tan solo 10 años en guitarra y a Bruno en batería. A los 12 acompañaba a Korneta en las noches de bohemia por los bares. "Éramos muy compañeros", dice Eli y sonríe. "Korneta se tomaba una cerveza y yo me pedía un submarino o un jugo de manzana para que mi vaso tuviera el mismo color que el de él".
Miraban el mundo desde la ventana de los bares, mientras Korneta relataba historias fantásticas, hablaba de los misterios de la Isla de Pascua, de las civilizaciones extraterrestres o de los astronautas, filosofaba acerca de los poderes ocultos que tienen los humanos, analizaba a la sociedad –a los exitistas, a los caretas, a los hippies, a los punks– y decía que "la gente era el mejor paisaje". Y Eli, que siempre lo escuchaba con fascinación, le hacía preguntas. "Korneta era como un libro con patas".
La pasión por la guitarra se despertó en Eli cuando en el colegio secundario le enseñaron conceptos básicos de armonía y después, en su casa, se colgaba mirando un VHS con la presentación de Jimi Hendrix en Woodstock. A los 15, Korneta le regaló la Fender Stratocaster –similar a la de Hendrix– que Eli utiliza hasta el día de hoy, y la mandó a plotear con piel de cebra. Forjó su estilo observando en videos a David Gilmour y unos años después, cuando Korneta estaba frustrado porque no lograba armar una banda, Eli decidió acompañarlo en formato dúo acústico por los bares.
Era febrero de 1994. Hacían baladas, algún rocanrol, temas como "Cobarde para amar", "Lo que mis vecinos creen de mí", "Gardeliando" y "Blues de Caseros", que Korneta había escrito durante una breve estadía en la cárcel. Promocionaban los shows con volantes que decían: "Rock hispanoparlante, sudaka y miserable". A veces los acompañaba algún baterista y se convertían en trío sin bajista. Usaban un sombrero tanguero, que Eli combinaba con una remera con la imagen de Evita, y se presentaban como Los Gardelitos. Al poco tiempo se sumaron Bruno en la batería y un amigo de la familia, Jorge Rossi, en bajo. Yuli colaboraba con la organización y el diseño de los volantes.
"Éramos una familia del rocanrol y la gente medio que se asustaba", dice Eli. "En el barrio veían que éramos un poco locos, que venía mucha gente a mi casa, y entonces se empezó a correr la bola de cosas desopilantes. Decían que hacíamos orgías y magia negra. Y cuando me enteré de eso, me enojé tanto... Debe ser un embole hacer orgías con tu familia".
En el hogar de los Suárez se respiraba un aire de libertad poco habitual para una familia con tres hijos adolescentes. "Con mi hermano fumábamos marihuana o tomábamos alguna pepa. Y mi viejo, que estaba esquivándole a la cocaína, se había copado con el alcohol. Después, en el último tiempo, se enganchó más con la pasta base", dice Eli, y hace una pausa. "Pero tampoco éramos super drogones, era parte de la movida. Y el sexo estaba medio de lado porque no dejábamos de ser una familia. Aunque la gente no podía despegarse de la frase sexo, drogas y rock and roll en plan familiar".
Los Gardelitos debutaron oficialmente el 25 de mayo de 1996 en un festival solidario de Ciudad Oculta, el barrio que Korneta y Yuli solían frecuentar desde que se conocieron. La escala de convocatoria fue siempre en ascenso: de las villas a los pubs, las fiestas clandestinas, los domingos en Parque Centenario, el camping de San Carlos –en la previa del show de los Redondos–, el bar El Imaginario y un restaurante de comida peruana al que apodaron Machu Picchu. Llenaban los shows con publicidad de boca en boca. Intentaron trazar un camino paralelo tocando en lugares no convencionales y volviendo todos los 25 de mayo a Ciudad Oculta, donde tenían muchos amigos.
Gardeliando, el debut editado en 1998, fue financiado con la venta de la camioneta familiar: una F-100 en la que llevaban los equipos. Los conciertos podían terminar a las seis de la mañana, después de cuatro horas en las que Korneta filosofaba un rato largo antes de cada canción. Al mismo tiempo que muchos grupos de rock emergentes del conurbano en sus canciones hacían un culto de tomar cerveza en la esquina con amigos, las letras de Los Gardelitos hablaban de una América del Sur unida, de la patria de Perón y el Che Guevara, de la lucha del subcomandante Marcos en la selva mexicana, del vacío que genera el consumismo, de los indios querandíes que habían sido despojados de sus tierras, de la importancia de creer en uno mismo, del amor como única salida y del autoritarismo del padre de "Anabel", con la que se habían criado. Tenían dos temas instrumentales basados en el tango y la música china. Y en un primer momento fueron algo resistidos. "Íbamos a volantear a los recitales y nos deliraban porque tocábamos con una acústica o nos trataban de blandos. Nos decían que preferían escuchar un rock más crudo", describe Eli. La prensa musical los etiquetó como "rock villero", antes de que el término fuera utilizado para catalogar a la cumbia, y el suplemento "Sí" de Clarín los definió como la banda más lumpen del rock nacional.
"Algo más bajo que eso no nos podían decir", dice Eli y esboza una sonrisa. Para Eli, la etiqueta "rock barrial" era una forma también de subestimar al público que los escuchaba. "El Indio también lo dice: ‘Subestiman al público diciendo que no entiende mis letras’. Y en realidad, los que dicen eso no quieren que la gente las entienda. Es cierto que en nuestros temas hablamos de Tablada, Lanús, Mataderos, Flores y Constitución, pero no necesariamente significa que por eso hacemos rock barrial. En ‘Una roca en el humo’, por ejemplo, Korneta cita a Nietzsche (‘Dios está muerto’) y la parte del final la saqué de un arreglo de timbales que usa Kubrick en 2001: Odisea del espacio, y es de una obra de Strauss llamada Así habló Zarathustra".
Eli continúa: "Spinetta tiene un disco llamado Bajo Belgrano y nosotros uno llamado Ciudad Oculta, y sin embargo nadie dice que él hacía rock barrial. Los Beatles hablaban de una calle, Penny Lane. Pero con nosotros el término se usa de forma despectiva, como si nuestra música no tuviera la calidad para pasar de la esquina de nuestra casa. Korneta decía: ‘¿Por qué la cultura tiene que estar de Rivadavia para el lado de Barrio Norte?’. El arte que hacemos, que de alguna forma es arte popular, se completa con la mirada del público. No somos músicos que se encierran en una sala a hacer música para nosotros".
Eli y Korneta siempre funcionaron con la dinámica de dos personalidades opuestas que se complementaban. Eli se encargaba de la parte estratégica y operativa (armar las listas de temas y elegir las canciones que iban a formar parte de cada disco), y Korneta de la artística (escribir las letras y componer la música). Con el tiempo, los roles familiares comenzaron a invertirse y, por momentos, Eli asumía una actitud paternal.
Desde la marginalidad de la propuesta artística y la particular forma de vida adoptada por los Suárez, Los Gardelitos arrastraron un grupo fiel de seguidores de las villas en las que tocaron, y el cantito "vamos copando las villas argentinas de la mano de Korneta y su familia" se convirtió en un himno infaltable en cada presentación. Y apareció Sony, que los fichó con un contrato por dos discos a cambio de 80.000 dólares.
"Korneta trajo la propuesta y estaba muy entusiasmado", recuerda Eli. "Fantaseaba con que íbamos a sonar en todos lados y nuestros discos iban a llegar a las disquerías. Pero Bruno no quería saber nada".
Cuando en abril de 1999 entraron a grabar Fiesta sudaka, Los Gardelitos tenían un repertorio de más de 40 canciones compuestas por Korneta, y Eli ya sabía los temas y el concepto que iban a tener el tercer y cuarto disco. La idea era hacer un álbum doble, pero el presupuesto no alcanzó. Los Gardelitos consumieron parte de las horas de grabación disfrutando con amigos las instalaciones del estudio Del Cielito. "Ese era nuestro concepto", dice Eli con una sonrisa que deja entrever cierta vergüenza. "Queríamos que el clima festivo fuera parte del disco. [El ingeniero de grabación] Mario Breuer veía esa situación y no lo podía creer". La compañía propuso hacer una presentación exclusiva de Fiesta sudaka para la prensa en el Hard Rock Café, pero Los Gardelitos se negaron. Les ofrecieron financiar el videoclip de "Llámame", una canción naíf que para el sello se perfilaba como hit, y respondieron que querían hacer la historia tumbera de "Y todavía quieren más" con el director Adrián Caetano. "Éramos muy raros para la época, medio indomables, no teníamos ni manager, y Sony pensó que nuestra música iba a ser más comercial, pero no funcionó".
Otro factor que dificultaba el trabajo de la banda era el comportamiento errático de Korneta y sus bajones anímicos, que Eli seguía de cerca e intentaba subsanar. "A veces subía medio dado vuelta al escenario y se olvidaba las letras, dejaba de tocar la guitarra, o se sacaba y hablaba cualquier cosa al micrófono. Y si bien a mí todo eso me gustaba, yo creía que había un límite: el respeto al público. Pero él se enojaba, me decía que yo quería que saliera todo perfecto, o que quería ganar guita, y yo me conformo con tener un par de discos y libros".
Breuer, que grabó casi toda la discografía de Los Gardelitos, dice que el día que los conoció, allá por 1995, lo que más le sorprendió fue la diferencia de personalidades. Por un lado, veía a un padre muy expresivo, seguro de sí mismo, impetuoso, que parecía llevarse el mundo por delante. Y por otro, Eli parecía un adolescente manso e introvertido, pero con un enorme potencial. "No sabías muy bien qué le pasaba", explica. "Pero ya desde chiquito brillaba. Dentro de su pequeño hermetismo o timidez empecé a darme cuenta de que iba a aprender, crecer y estudiar. Eli iba a ser groso y a la vez le iba a costar encontrar cierta seguridad. Con el correr de los años me demostró que tenía razón. Eli siempre ha sabido lo que quería, pero en los últimos años aprendió a llegar a eso fácilmente, con conocimiento".
La historia de Los Gardelitos en una compañía multinacional terminó como era de esperar: con el tercer disco, En tierra de sueños, cajoneado durante cinco años en un estudio de grabación. Las giras y el desgaste provocaron en diciembre de 2000 que la banda comenzara a desmantelarse. El primero en irse fue Jorge, que unas semanas después armó Intoxicados con Pity Álvarez, un proyecto que proponía una estética musical similar a Los Gardelitos. "Con la salida de Jorge mi viejo quedó muy mal", explica Eli. "En un primer momento nos sentimos zarpados. Pensábamos: ‘Esto lo hacemos nosotros y no nos da bola nadie, y a este chabón le está yendo bien’. Porque a Pity le gustaba lo que hacía Korneta y cualquiera que más o menos sabe se da cuenta de que ‘Se fue al cielo’, el primer tema con el que la pegó Intoxicados... Era tan evidente la cita que, a veces, Pity pegaba los dos temas".
Seis meses después a Bruno le diagnosticaron un cuadro de esquizofrenia y abandonó el grupo. Mientras la familia atravesaba un momento de angustia, rearmaron Los Gardelitos con un amigo de la primera época que había tocado en un proyecto anterior de Korneta, Horacio "Hache" Ale en batería y su hijo Martín Ale en bajo. Una vez más, todo quedaba en familia. Finalmente, en 2004 lograron destrabar el contrato con Sony, pagaron las deudas que habían dejado en el estudio y editaron el disco que grabaron en simultáneo con Fiesta sudaka. La salida del esperado En tierra de sueños, el 1º de mayo, les devolvió un poco la alegría. Tenían la fecha de presentación programada para el 25 de mayo en Cemento, pero a un poco más de una semana del show, dos policías tocaron el timbre del piso 16 en el que vivían los Suárez. Korneta había muerto el 12 de mayo en un hospital después de lo que pudo haber sido una caída en la calle que le ocasionó un golpe en la cabeza contra el gabinete de un medidor de luz. Llevaba cuatro o cinco días fuera de su casa.
***
Es una tarde de abril y los rayos del sol han desaparecido por completo en este monoambiente a pocas cuadras del Parque Rivadavia, en el que Eli vive solo desde hace casi dos años. "La decisión de seguir con Los Gardelitos fue una cuestión muy íntima, de conocer esas canciones desde que tuve conciencia de la vida misma", dice Eli sentado frente a una mesa pequeña con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en la ventana de un noveno piso. "De repente terminé haciendo lo que sentía".
Dos días después del velorio de Korneta, Eli le manifestó al resto de la banda su deseo de hacer la fecha que tenían programada en Cemento. Era como hacer el duelo en uno de los lugares que más disfrutaba con su padre, el escenario, asumiendo por primera vez el rol de cantante. El camarín parecía un velatorio, con músicos como Pato Fontanet que se habían acercado a apoyar a Eli, y el escenario una fiesta de despedida, con la guitarra blanca de Korneta sola en el centro, apoyada en un pie. El show comenzó, como todos los 25 de mayo, con la chacarera "Volveré en tus ojos" y cuando llegó el momento de la primera estrofa escrita por Korneta y Eli tuvo que cantar "el día que yo me muera, no quiero ir al cielo", se quebró.
"No estaba preparado", dice Eli con los ojos brillosos. "Fue como volver el tiempo atrás, al día que en mi pieza sacamos con Korneta la primera canción, ‘Cobarde para amar’. Pero me ayudó mucho el empuje de la gente". Y unos segundos después, agrega: "En los momentos más tristes y más dolorosos sacamos cosas positivas".
El orden frente al caos como estilo de vida. Esa ha sido a lo largo de la historia de Los Gardelitos quizás la principal característica que a Eli lo diferenciaba de Korneta. Este sábado en su departamento, en lo que podría considerarse el único día de descanso que tendrá Eli antes de los shows en Obras, todo luce en perfecto estado y la ubicación de cada objeto parece milimétricamente calculada. En las dos torres de DVDs y CDs ubicadas en una de las esquinas, junto a un televisor grande de led que cuelga de la pared, se mezclan películas taquilleras de los 90, films de Ingmar Bergman, recitales de Pink Floyd y Jimi Hendrix, Hail! Hail! Rock n’ Roll, de Chuck Berry; y la colección Perón, sinfonía de un sentimiento, de Leonardo Favio, que a Eli le sirvió de inspiración para componer. En la otra esquina, enfrentada, Eli armó un espacio que funciona como biblioteca y estante para unos pocos adornos. Autores como Marta Dillon, Jauretche, Miguel Grinberg y Antonin Artaud conviven con la reciente biografía del Indio Solari, las últimas ediciones de Rolling Stone y recuerdos de un viaje a México. Frente al televisor, lo que ahora es un cómodo sillón de cuero negro por las noches se transforma en una cama rebatible. Si no fuera por la guitarra acústica Taylor Baby que cuelga de la pared, nadie podría imaginar que en este ambiente de no más de 50 metros cuadrados, que conectan con el mundo a través de una pequeña ventana, vive el cantante y guitarrista de una banda de rocanrol con la historia de Los Gardelitos.
Asumir el legado de su padre y hacerse cargo de la composición de las letras ha sido para Eli un trabajo arduo, de muchos años, que aún hoy por momentos se sigue cuestionando. En junio de 2005, cuando La Renga lo invitó a tocar en Vélez, Eli le explicó a Chizzo que había elegido el tema "Ser yo" porque hacía un año que cantaba y muchas personas pretendían que fuera como Korneta. "Pero yo quería ser yo mismo", dice Eli. "Y Chizzo se copó tanto que le contó al público lo que habíamos hablado". El apoyo de Chizzo fue clave para que Eli se largara a componer. Otra noche en medio de una larga charla, el líder de La Renga lo incentivó a que sacara el demonio de adentro: "Todo bien con tu viejo, es un re poeta, pero vos sos vos. La composición es un drama, la creación es algo que el autor sufre". Eli recuerda esas palabras de Chizzo y la intensidad de la mirada como si fuera hoy, y dice: "Creo que algo de eso quedó en la tensión de la música que compuse en ‘Puño y letra’".
A comienzos de 2014, Los Gardelitos estaban en los estudios Panda con Breuer grabando Ciudad Oculta. Tenían cerradas seis canciones que había dejado Korneta y la música de otros seis temas que compuso Eli, todavía sin letra. Estaban por cumplirse diez años de la muerte de Korneta y Eli todavía sentía que componer era invadir el lugar de su padre. Las entradas para la presentación del disco volaban, pero la fecha se acercaba y Eli no podía escribir. "Llegó un momento en el que ya había probado todo y decidí comenzar terapia. Más allá de los nervios por el disco, estaba en un estado depresivo", dice Eli mientras busca en los archivos de su MacBook la carpeta en la que guarda los demos y le da play a una versión del tema "Pájaro y campana", dedicado a la memoria de Korneta, en la que se escucha la voz de Eli apenas tararear el estribillo.
La obsesión por el trabajo y ver crecer a Los Gardelitos había hecho que Eli descuidara muchos aspectos personales de su vida. Pero después de varias sesiones de terapia, en una semana logró lo que no había podido conseguir en los últimos siete años: ponerle letra a la música que estaba creando. Impulsado por sugerencia de la psicóloga, inició además una serie de cambios: en menos de dos años puso fin a un largo noviazgo, a los 38 años se fue por primera vez a vivir solo, aprendió a manejar, se compró un Fiat Uno que aún conserva y se tomó unos días de vacaciones.
Las temáticas que propone Eli en las letras de sus canciones no difieren mucho de las que narraba Korneta: la luna de Pompeya, el sol, las calles porteñas, la libertad, consignas peronistas, el arrabal, el paisaje de Ciudad Oculta, la música como guía de lo que vendrá. En los últimos años, Eli se ha ganado un lugar entre los mejores guitarristas de rock de su generación con un estilo discreto y preciso, al que le ha sumado un notable progreso en el manejo de la voz.
Eli parece estar en una búsqueda constante de perfeccionamiento. Se encarga de definir el concepto de las escenografías y de los flyers, la puesta de luces y hasta el último detalle del sonido. En octubre de 2016 viajó por primera vez a Estados Unidos. Fue a ver el festival Desert Trip del que participaron The Rolling Stones, The Who, Bob Dylan, Roger Waters, Paul McCartney y Neil Young. Y quedó impactado por el nivel y la entrega de esas leyendas del rock en muchos casos septuagenarias que parecían dejarlo todo en el escenario. "Mirá, esta foto la saqué yo", dice mientras muestra en el smartphone un momento del show de Waters en el que se eleva sobre el público un enorme chancho inflable con la leyenda: "Ignorant/Lying/Sexist/Racist/Fuck Trump and His Wall". "Me hizo acordar a los Sex Pistols con ‘God Save the Queen’, fue una actitud muy punk".
De regreso, Eli les planteó al bajista Diego Rodríguez y al baterista Paulo Bellagamba, con los que venía tocando desde 2010, que sentía vergüenza por lo que consideraba era una floja performance de la banda y les pidió volver a ensayar con frecuencia. "Había shows que me quedaba sin voz. Sentía que me estaba deteriorando, pero ellos no querían saber nada", dice Eli. "Pasó un mes, volví a preguntarles qué pensaban hacer y me dijeron que preferían seguir así, sin ensayar. Entonces les dije, bueno, hasta acá llegamos".
La actual formación de Los Gardelitos debutó en el festival BARock, en octubre de 2017. Eli rearmó el grupo con la base de la banda estable que toca los miércoles en Makena. Por aquellos días, un hater enojado escribió en la fanpage de Facebook de Los Gardelitos: "Ojalá hubiera muerto Eli y no Korneta". Y ese comentario le provocó un momento de angustia. "Es jodido", dice Eli con la mirada perdida en la biblioteca de su departamento. "No sabés lo que me cuesta salir de ese pensamiento que, antes de que el tipo lo escribiera, lo he tenido que elaborar. A veces siento culpa de estar vivo y... ¿por qué tengo que sentir eso? La psicóloga me dijo que era natural que mi papá muriera antes que yo".
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Llevamos más de siete horas de entrevista y Eli continúa hablando con su estilo pausado y reflexivo. Analiza cada pregunta y se toma unos segundos para responder. "Siempre fui consciente de que las letras de nuestras canciones tenían que ser respaldadas con acciones", dice Eli y destaca la actitud de Pablo Lescano, que lleva tatuada en el pecho la frase "100% negro cumbiero". "Eso es una conciencia de clase que le está faltando al rock. Hace unos días leí a Benito Cerati en Rolling Stone decir algo muy bueno: que le llamaba la atención cómo en los recitales había tanta gente bardeando a Macri, y arriba del escenario se dice poco y nada".
En los shows, Eli suele evitar cualquier referencia puntual sobre Korneta. No porque quiera olvidarlo, sino porque por un lado siente que podría ser tomado como un golpe bajo y, por otro, sabe que a nivel emocional cualquier recuerdo de su padre puede jugarle en contra. Y ese es otro punto que fue trabajando en terapia.
Uno de los cambios internos que ha producido en el último tiempo es, al igual que hacía Korneta, asumir el riesgo de expresar en público su posición sobre temas políticos o de actualidad: los femicidios, el abuso policial, la discriminación, la censura, las políticas de derecha. "No es tiempo para tibios", dice. Algunas partes de viejas letras han sido aggiornadas a esta época. En "Gardeliando", por ejemplo, Eli reemplazó "están corriendo alguna mina" por "están rancheando con las pibas". Y, así como en 1998 para la presentación de Gardeliando armaron una gira por los barrios siguiendo el orden que dictaba la letra del tema que le da nombre al disco ("de Tablada a Lanús y de Mataderos hasta Flores"), en Cosquín Rock 2018, cuando Los Gardelitos tocó "Sortilegio de arrabal", la última canción que compuso Eli y habla de tres historias de trasfondo feminista, invitó a subir al escenario a la actriz porno y trabajadora sexual María Riot y a la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR), Georgina Orellano, para que ante unas 20.000 personas hablaran del abuso policial que sufrían a diario.
El gesto fue una forma de responder a una denuncia anónima sobre un incidente que Eli desconocía y que se hizo público en redes sociales a través de una cuenta que narra en primera persona un episodio en "una ciudad costera" en el que Korneta habría manoseado a la fuerza a una fan de 16 años que acompañaba a la banda en un micro de gira.
"La denuncia anónima contra Korneta fue muy fuerte para la familia", explica ahora Eli. "La estuvimos digiriendo durante uno o dos años y, cuando tuve que hablar, porque la piba dijo: ‘¿Cómo puede ser que hablen de feminismo y no digan nada de lo que yo sufrí con Korneta?’, me di cuenta de que el rock se había callado durante mucho tiempo".
El gesto del show de Cosquín dejó en claro la postura de la banda ante los movimientos sociales del presente. "Las pibas fueron como una ametralladora de consignas feministas, enumeraron como 30 de las cuales solo cinco tenían que ver con el trabajo sexual. La intención fue sacudir la opinión pública. No era quedar bien con el momento o con las pibas que están saliendo a las calles. Los Gardelitos es una forma de vida, y las cosas que decimos en las letras son reales, las vivimos". Además, como dijo Eli en Facebook, fue su "manera de repudiar el hecho de abuso sexual que data de hace más de 15 años y que involucra a quien fuera mi padre, Eduardo Korneta Suárez". "Después de escribir ese posteo, estuve una semana tirado en la cama, llorando".
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En nuestro último encuentro en su monoambiente, Eli está sentado revisando fotos de los inicios de la banda que encontró recientemente, y siente que el clima de aquellos tiempos hoy se repite. "El trap que está surgiendo ahora es como la cumbia villera que nos dejó el menemismo", dice. Cuando no está ensayando o con su familia, a Eli le gusta mantenerse al día con la nueva música. Conoce la actualidad del trap local, varias veces fue a ver los encuentros de El Quinto Escalón en Parque Rivadavia y le gustan las propuestas de Cazzu –seguidora de Los Gardelitos– y Sara Hebe.
Quiere mirar al futuro en todo sentido y dejar atrás todo lo que los estuvo trabando. Hay una posibilidad no muy lejana de que Los Gardelitos toque solamente las canciones nuevas que seguirá componiendo. Pero, al mismo tiempo, el hecho de que recién ahora esté llegando la obra de Korneta a través de Spotify y de que él sienta que después de 20 años se están empezando a comprender las letras de su padre lo pone en un gran dilema que piensa resolver sin apuro, con el correr del tiempo.
Eli se pone de pie, busca un libro de entrevistas con Luis Alberto Spinetta y recuerda la presentación de Invisible en ATC, en 1975, en la que Spinetta le dedica el show "a todos los alienados y marginados del mundo porque cada día se comprueba más que el futuro va a ser de ellos, van a ser ellos los que van a regir la razón humana", y explica que, después de haber ido al festival Buenos Aires Trap, cree que estamos viviendo ese momento del que hablaba Spinetta hace más de 40 años. "Ahora los locos se hacen cargo de que están locos, y eso en la época de Luca o Korneta no era una cosa tan masiva. Fijate que el Lollapalooza lo cierra Kendrick Lamar, que hace trap, en una de las últimas tapas de Rolling Stone aparece Benito Cerati, que es un freak y se hace cargo. Si el mundo se volvió loco, es muy coherente que hoy los locos estén ocupando un lugar protagónico".
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