De la realidad
Parece que fueron los griegos los primeros en plantear la ardua cuestión de la realidad. Un problema que la mayoría de las disciplinas relacionadas con el conocimiento han abordado desde las perspectivas más variadas, básicamente divididas en dos posiciones: materialismo e idealismo, con sus múltiples derivaciones. Nos preguntamos: lo que está fuera de mí y me rodea, el mundo exterior, ¿existe "per se", es tal cual yo lo percibo, o esos datos aparenciales son modificados por mis sentidos, por mi cerebro? ¿Unicamente lo concreto será real, o las apariencias esconden algo más, que mis limitaciones me impedirían aprehender?
Esta columna no es, por cierto, ámbito adecuado para tratar tema semejante. Tan sólo se limitará a reflexionar sobre algunas tendencias del espectáculo actual que pretenden basarse sobre el pasaje directo de la llamada realidad al escenario, como quien dijera en crudo, sin el adobo de artificio alguno: la materia prima, arrancada de la calle y puesta frente al público. Así, presenciamos confesiones, relatos de vidas, historias -debemos suponer que verídicas-, que nos interesan y nos importan porque nada es más trascendente que encontrar los puntos en común con el prójimo.
El mecanismo es similar al de los tristemente célebres "reality shows" de la televisión. Tal vez con mayor dosis de veracidad en el caso de una exhibición teatral, porque la cámara impone de por sí, a cualquiera que no sea un profesional, o que haya adquirido suficiente experiencia, diversas formas de inhibición. Se pretende, en resumen, una conducta habitual, que sería la justificación del acto de mostrarse en público y revelar intimidades. Pero los investigadores científicos han comprobado, en los últimos tiempos, que ningún componente de la naturaleza, desde una bacteria hasta un protón, atraviesa sin alterarse en alguna medida, el proceso de ser observado. Las mínimas unidades de energía, las criaturas de estructura más primitiva, se comportan de otra manera cuando el ojo humano se posa sobre ellas; de modo tal, que ya no es posible hablar de una absoluta objetividad, o de un ciento por ciento de exactitud en la evaluación de sus conductas.
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Si esto es así en el mundo de lo infinitesimal, ¿qué ocurre con este ser contradictorio, conflictivo y básicamente asustado que es el hombre? Dicho sea con el mayor respeto por toda experiencia que conduzca a esclarecer cómo funciona la mente, cuál es su relación con el igualmente vasto y apenas explorado océano de los sentimientos; de qué manera, al comprender y sentir a los demás, podemos aprender algo sobre nosotros mismos y sobre el prójimo. Pensamos que el artista creador es quien ordena y da sentido a la iluminación de esas zonas de penumbra. Sobre el vertiginoso flujo que llamamos "realidad", el artista arroja una luz que delimita una zona, sustrayéndola al tumulto de los hechos cotidianos; la analiza y se la muestra al espectador desde una perspectiva que, sin duda, es personal, subjetiva, pero que tiene la virtud de concentrar una atención habitualmente dispersa. De ahí nuestra desconfianza acerca de las pretensiones de mostrar "la" realidad en vivo y en directo: el solo hecho de que exista un coordinador, o como se llame el responsable, introduce ya un elemento ajeno a la pura espontaneidad que se pretende, distorsionándola.