La escena vive, pese a la crisis
Buenos Aires y también el resto del país tuvieron en un año económicamente muy duro más oferta teatral que nunca
La cartelera teatral de Buenos Aires asombra a los porteños mismos y a los visitantes extranjeros: es una de las más nutridas y variadas del mundo, rival de la londinense, la parisiense, la neoyorquina... El asombro aumenta al considerar las arduas circunstancias económicas que el país viene sufriendo en largos años de recesión. Sabido es que en todo el mundo, salvo en Francia, la primera víctima de las inevitables restricciones presupuestarias es la cultura, en todas sus manifestaciones. Situación que se hace extensiva, naturalmente, a quienes se dedican a ella, casi siempre sin otra esperanza que la de subsistir decorosamente y concretar sus proyectos.
De esa abundante oferta no cabe, sin embargo, sacar conclusiones optimistas. El esfuerzo realizado por la gente de teatro, la nobleza de su lucha, el ingenio para desafiar y suplir las carencias, su perseverancia y su voluntad de sobrevivir pese a todo, la invitación a prestigiosos festivales internacionales, la contribución -forzosamente limitada, por razones notorias- de algunos entes oficiales, no ocultan una realidad. Hoy la enfrentan no sólo los grupos independientes, vocacionales o como quiera llamárselos; también el teatro denominado comercial sufre las consecuencias de una crisis que ha venido a sumarse a la perenne, secular crisis de la actividad teatral en el mundo entero. La cuestión de fondo se sintetiza en esta pregunta: ¿cuál es la relación de la sociedad argentina con su teatro?
Apogeo y caída
Hay cifras -consignadas, entre otros, por especialistas como Teodoro Klein- esclarecedoras de esa relación, pero tan sólo en el área estadística, o en términos económicos. En 1910, en plena edad de oro del teatro en la Argentina, hubo en la ciudad de Buenos Aires (de obligada referencia como caja principal de resonancia de la actividad teatral en el país) seis millones y medio de espectadores para una población que no llegaba a un tercio de la actual. La relación puede calcularse en una butaca cada 75 habitantes; en 1976, esa relación era de una butaca cada 260 personas.
La frecuentación teatral por habitante era, en 1910, de 2,6 veces al año. En 1980, la cifra había descendido a 0,2; es decir, trece veces menos que en el Centenario. El cenit se alcanzó en 1925, con siete millones de espectadores. En 1889 hubo dos millones y medio; en 1980, dos millones cien mil, y el descenso se acentuó en los dos decenios transcurridos desde entonces.
Las razones del descenso son múltiples. La aparición del cine sonoro, en 1927, y veinte años después el imperio mundial de la televisión, llegada oficialmente a la Argentina en 1952, son los enemigos más citados de la actividad teatral. El cine fue, a su vez, desplazado por la TV, y dentro de ésta rivalizan los canales de cable con los de aire. Sin embargo, en el origen de ambos medios hay coincidencia en la apelación al teatro como fuente primaria de dos rubros, hasta hoy imprescindibles: intérpretes y autores.
Pobres, pero audaces
Frente a tantos inconvenientes, 2001 ha mostrado el florecimiento de una cantidad notable de nuevas salas en el "circuito off". Enormes galpones y depósitos desafectados, y las venerables casas chorizo de barrios periféricos son hoy los ámbitos preferidos para dar rienda suelta al don creador de los artistas más imaginativos y audaces. Edgar Nutkiewicz adaptó el año anterior su típica casa porteña de altos, de comienzos del siglo XX, en la avenida Independencia, y en 2001 mostró allí, junto a Andrés Bazzalo, una admirable versión de "Un enemigo del pueblo". Dora Baret y Carlos Gandolfo acaban de inaugurar el Actor´s Studio en un sector de la calle Corrientes no vinculado habitualmente con el teatro. Si el Abasto sufrió el cierre de Babilonia, el renovado barrio se ha convertido hoy en un semillero de recintos de toda laya, más o menos adaptados para representaciones. Almagro, Villa Crespo, Monserrat compiten en la apertura de nuevas salas. La Fábrica, en la calle Querandíes, sigue dedicada a la actividad fabril y funciona, a la vez, como usina de espectáculos.
No habría semejante despliegue de talento e ingenio si no hubiera un público para disfrutarlo. Las comodidades son mínimas, los tablones suelen no ser hospitalarios, pero al público joven (y al mayor, pero no menos entusiasta) eso le importa poco. Y los artistas se conforman, las más de las veces, con lo que el espectador pueda pagar, la conocida fórmula "a la gorra". En la zona céntrica, Corrientes y sus alrededores, los empresarios reforman sus enormes salas de antaño, transformándolas en dos o tres recintos más chicos, acordes con las exigencias de la época.
Una época cuya aspereza no ha conseguido doblegar la perenne vitalidad del teatro en Buenos Aires. Si es utópico, en el siglo XXI, soñar con las multitudes de la era isabelina, o del Siglo de Oro español, más vano sería ponerse a contemplar melancólicamente las estadísticas de ayer. Admitamos que el teatro es, en la Buenos Aires de hoy, una actividad minoritaria, pero en modo alguno "elitista". Es, como siempre lo ha sido, el lugar de encuentro de una comunidad con su raíz mítica, con su esencia espiritual.
Los mas destacados
- Chicago , musical presentado por DGProducciones.
- Hombre y superhombre , de Bernard Shaw, dirigida por Norma Aleandro.
- Opera de Pekín
- La puerta estrecha, por el grupo catalán La Zaranda.
- Edipo rey, por el Teatro Nacional de Grecia.
- Israfel, de Abelardo Castillo, dirigida por Raúl Brambilla.
- Cianuro a la hora del té , de Pavel Kohout, dirigida por Leonor Manso.
- La escala humana, de Rafael Spregelburd, Javier Daulte y Alejandro Tantanian.
- Variaciones enigmáticas, de Erich-Emmanuel Schmitt, dirigida por Sergio Renán.
- El juego del bebe, de Edward Albee, dirigida por Roberto Villanueva.
- Un enemigo del pueblo, de Ibsen, dirigida por Andrés Bazzalo.
- La fuerza de la costumbre, de Thomas Bernhardt, dirigida por Pompeyo Audivert.
- El retrato del pibe , dirigida por Miguel Guerberof.
- Cachafaz , de Copi, dirigida por Miguel Pittier.
- Mujeres soñaron caballos , de Daniel Veronese, dirigida por su autor.
- A un beso de distancia , de Ciro Zorzoli.
- Umbral , de Paco Zarsoso, dirigida por Fernando Piernas.
- Puentes , de Mariana Angelelli.
- La pecera , de Ignacio Apolo.
- Amanda y Eduardo , de Armando Discépolo, con dirección de Roberto Villanueva.
- Tanta mansedumbre , trabajo de Analía Couceyro.
- Perspectiva Siberia , por el grupo Teatro Doméstico.
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