Fue Miss Argentina a los 19 años y le costó mucho sacarse de encima la etiqueta de Chica Olmedo; tras la muerte del capocómico, se reseteó y empezó casi desde cero; este fin de semana vuelve a las tablas a reencontrarse con su público
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Los estigmas son implacables. Funcionan como un relojito malvado, con una lógica interna muy precisa, y son capaces de perpetuarse durante años, décadas, o quien sabe cuánto. Pero, a veces, pueden revertirse. Silvia Pérez lo hizo. Y aquí la pregunta: ¿Por qué el cine o el teatro “serio” -si existe algo así- querría admitir en sus filas a una sex symbol de los 80 (Miss Argentina y Chica Olmedo), que participó en films como El telo y la tele o Nos habíamos ratoneado tanto? No hay una sola respuesta, pero la actriz deseó tanto cambiar de piel que finalmente lo logró. En el ínterin, tocó fondo tras la muerte de Alberto Olmedo, hizo un viaje iniciático a la India -a donde regresó 12 veces más- y se formó con los mejores profesores de teatro del país. Este fin de semana vuelve a las tablas en el CCK con la obra Las tres hermanas, en la que se calza, como en aquellos años locos, el traje del humor.
“Yo pensaba que no era linda”, recuerda Silvia Pérez. Lo asumía con tanta fuerza que no se la creyó cuando la eligieron Miss Siete Días a los 18 años (en 1974) y Miss Argentina al año siguiente. También en 1975 se coronó como primera princesa en el certamen Reina Panamericana de la Belleza, en Colombia, pero no se alegró demasiado; de hecho, afirma haber ido “toda descuidada” al concurso. En ese entonces, la voz de su madre era una nube negra en su vida. “Ella siempre insistía en lo hermosas que eran mis dos hermanas, pero a mí no me lo decía. Nacimos en un ambiente en donde la autoconfianza no existía”, evoca la actriz.
Linda o no, con el ancla de su madre operando como un pesado collar, Silvia se abrió camino como modelo y debutó en tevé a sus 20, en el programa Frac, humor para la noche. Después llegarían sus participaciones en Los hijos de López, Los hermanos Torterolo y Operación Ja Ja. A principios de los 80 captó la atención de Alberto Olmedo, quien la convocó para el programa No toca botón, que se emitió entre 1981 y 1987.
Con el paso de los años, Silvia se convirtió en una “Chica Olmedo”, un team que también integraron Adriana Brodsky, Silvia Pérez, Susana Romero, Beatriz Salomón y Divina Gloria. Fueron días de vino y rosas: ratings explosivos en la TV y el teatro, una decena de películas rodadas, veranos tórridos en Mar del Plata, con las taquillas explotadas cada noche. Las mismísimas Chicas Olmedo tenían que salir escoltadas del teatro por un patrullero y un plantel de patovicas para mantenerlas a salvo del malón.
-¿Te cansa que te sigan preguntando por Olmedo?
-No sé si la palabra es que me cansa. Quizá la gente necesita seguir rememorando eso. Yo experimenté una transformación y un crecimiento que me puso en un lugar en el que ya no me molestan esas cosas. La vida me llevó a tener mucho éxito con el Negro y estar en un lugar muy privilegiado. Pero, después de su muerte, ese lugar de privilegio se transformó en algo que me jugaba en contra y ya no podía seguir trabajando. Tuve que revertir eso. Y bueno, esas cosas te hacen ser guerrera y luchadora, porque al final la vida está para eso, para caerse y levantarse.
Una tristeza tremenda
Silvia Pérez tenía 33 años cuando el Negro Olmedo murió. Y, a partir de ese momento, nada volvió a ser igual. “Fue todo tan doloroso e inesperado. Me quedé dando vueltas como un trompo, con una tristeza tremenda, sin saber adónde ir. Sentí que se detuvo un tren bala, que me bajé y no sabía ni dónde estaba parada ni hacia dónde estaba yendo”, afirma.
Muchos de los grandes quiebres de la vida son el pastoreo perfecto para volcarse a la espiritualidad. De hecho, Silvia se empezó a hacer preguntas del estilo: “¿Quién soy?”, “¿qué estoy haciendo en la vida?” y “¿para dónde voy?”. Así fue que, en el medio del fango, una amiga le regaló un libro de Sai Baba, que la dio vuelta. Fue un punto de inflexión que le marcó un nuevo norte: tenía que ir a la India.
Sacó un pasaje y por primera vez se separó de su hija Julieta -fruto de su relación con Santiago Bal. Iba a ser un viaje de diez días pero, por una histórica huelga de las aerolíneas de ese país, la estadía duró mucho más de lo previsto. Lo que se cimentó a fuego fue su romance con la India, tanto que regresó 12 veces más en las décadas siguientes. “Fue un punto de partida para empezar a despejar la mente y el corazón, ser más sincera conmigo para saber qué quería y qué no”, sostiene.
-¿Qué cambió en vos después de ese primer viaje? ¿Ahí decidiste que querías ser una actriz “seria” o, al menos, sacarte el traje de sex symbol?
-Lo primero que me pasó fue que empecé a valorar todo lo que tenía: mi hija, mi casa, las cosas elementales de mi vida. Empecé a estudiar yoga y a trabajar en un programa de educación que se impartía en la India. Me hice facilitadora en toda la Argentina y en varios países de Latinoamérica. Y todavía no me estaba programando para volver; estaba más bien encontrándome. Hasta que tuve las fuerzas de ponerme a estudiar teatro y decirme a mí misma: “Bueno, no soy feliz si no trabajo como actriz”.
-En varias entrevistas decís que durante bastante tiempo estuviste enojada con tu pasado de Chica Olmedo. ¿Cómo hiciste la reconversión para que te tomaran en serio como actriz?
-Me costó muchísimo y lo padecí un montón. La pasé muy mal porque no me daban trabajo y no me querían hacer castings. Me decían que yo era Silvia Pérez y que me veían identificada con Olmedo. Entonces decidí estudiar teatro con los grandes maestros para ver si podía lograr que la gente pudiera ver otra veta mía.
Volver a empezar
Enfocada en arrancar de cero, la actriz pasó por las clases de teatro de Alberto Ure, Julio Chávez, Augusto Fernández y Carlos Gandolfo. “Fue Gandolfo, sobre todo, quien me ayudó a sacarme la imagen de Silvia Pérez que yo traía a cuestas, para poder hacer cualquier tipo de personaje. Me dijo: ‘Pensá qué querés hacer y qué creés que la gente va a esperar de vos ahora, tantos años después’”, cuenta.
Pérez volvió al ruedo produciendo su primera obra, El último pasaje, en la que actuaba su hija Julieta. Sin paracaídas, se zambulló en el teatro alternativo, lo que le dio la posibilidad de meterse con un arco de personajes totalmente novedoso para ella. “La mayoría de los actores arrancan en el circuito alternativo, queriendo llegar al circuito comercial. En mi caso fue al revés”, explica. “Fueron pasando cosas que delinearon esa nueva vida, pero luché mucho para llegar a esa instancia”, rememora.
-En una entrevista reciente decías que te gustaría trabajar en una serie internacional...
-Sí, me encantaría. De hecho, con mi amiga Carla Scattarelli (directora de Las otras tres hermanas) estamos trabajando en una película sobre un guion que escribí. Le conté acerca de ese guion a Carla y ella me lo hizo buscar en un CPU que tenía en una baulera. Es una historia bastante especial, que cuenta la vida de un fotógrafo y su interacción con una niñita de la calle. Tiene que ver con dónde ponemos la mirada. También estoy escribiendo un unipersonal sobre mi propia historia de vida, con humor, contando todo. Habla de la necesidad de estar sano, de estar feliz, de trabajar. Me parece que está bueno recordarlo. Yo tengo la posibilidad de hacerlo a través de mi trabajo como actriz.
-En la obra Las otras tres hermanas, que están estrenando, volvés al humor ¿Es un poco una vuelta a lo que hiciste al principio de tu carrera?
-Esta obra es muy especial, porque son tres historias u obras cortas, que están entrelazadas de alguna manera. Cuando tomé el camino de reciclarme en mi profesión, a partir de que se me identificaba tanto con el humor, hice mucho drama. Pero este año, en febrero, estuve haciendo una obra de humor en el Microteatro y eso despertó algo que me parece muy lindo y que está dentro mío. Yo creo que el humorista no tiene que “hacer reír”; o sea, eso sucede en función de la verdad que estás contando.
-¿Y qué te hace reír a vos?
-Me parece que no hay demasiado humor a mano y que realmente tenés que ir a buscarlo. Pero si lo pienso bien, no hay algo que me haga reír mucho. Creo que estamos en tiempos difíciles y se necesita mucho el humor.
-¿Pensás que el humor de Olmedo funcionaría en el contexto actual?
-Algunas cosas no y otras sí. Hay muchos aspectos en relación con el rol de la mujer que cambiaron un montón. Pero el humor de Olmedo no estaba construido solo en función del rol de la mujer sino más bien de la picardía de la persona, de lo que él jugaba, de lo que él creía. La picardía recontra funciona. Sí, un tipo como Olmedo hoy falta un montón.
Para agendar
Las otras tres hermanas, con Silvia Pérez, Gabriela Groppa y Marina Artigas. Sala: CCK (Sarmiento 151). Funciones: sábado 28 y domingo 29 de septiembre, a las 20.
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