Roberto A. Ulloa narra en Vidas paralelas emocionantes historias de viajeros que se volvieron leyenda; aquí, el prólogo del libro, escrito por el autor de Mamá
Existe la presunción de que el mundo está lleno de narradores geniales, inéditos e incomprendidos. Y, sin embargo, quienes hemos integrado jurados literarios –yo estuve en una decena de ellos, tanto en la Argentina como en España– sabemos que solo una ínfima parte de quienes se presentan allí son realmente excepcionales. Mi ilusión, cada vez que pasé por esa extenuante experiencia lectora, fue encontrar una catarata de gemas superiores; apenas hallé suficiente material para premiar a algunos que verdaderamente brillaban. Pero la vida te da sorpresas. Un oficial de la Marina a quien conozco desde hace muchos años de pronto me envió hace unos meses, con muchísimo pudor, los “textos amateurs” de este libro. Y descubrí una noche, completamente capturado por ellos, que aquel marino tenía un talento inesperado; también una prosa inteligente, elegante, precisa. Esta colección está compuesta por un puñado de historias apasionantes, concebidas bajo el influjo borgeano, pero cuidado: mi amigo no parece un imitador; logra hacernos creer por un momento que las suyas se tratan directamente de piezas inéditas de Borges, y que éste ha seguido escribiendo de algún modo los relatos prodigiosos de Historia universal de la infamia. Porque Vidas paralelas transita esa misma mezcla de géneros: crónica histórica, ensayo, mito y ficción, tratados con pluma excelsa y con la carnadura de quien, como recomendaba Hemingway, ha vivido con los ojos y ha leído con fervor.
Roberto Augusto Ulloa se graduó como guardiamarina en 1981 y su primera navegación fue a bordo del Destructor Bouchard, que participó en la guerra de Malvinas. Fue marino durante cuatro décadas; gran parte de ellas operando directamente en la Flota de Mar. Es buzo táctico y se desplegó al Golfo Pérsico durante la crisis, a bordo de un portaaviones nuclear de los Estados Unidos. Fue editor y jefe de redacción de Gaceta marinera, un interesante periódico institucional con vocación narrativa, y se retiró siendo director de la Escuela de Oficiales de la Armada. Su último acto de servicio consistió en encender la luz del faro de Cabo Vírgenes. Esta apretada biografía explica los relatos de este navegante de mares, llanuras y bibliotecas. Una frase al pasar en una de sus “ficciones verdaderas”, como las llamaría Tomás Eloy Martínez, condensa casi todos sus puntos de partida: “Las historias que emocionan a los hombres dejan algunos fragmentos como invitando a reconstruirlas”.
"Ulloa cree que una buena historia le da sentido a todo"
Le pedí a Ulloa que me contara de dónde había surgido este estupendo escritor inesperado. Asevera que conoció el mar durante un largo viaje en buque a Nueva York que hizo con su familia durante la infancia. A los trece años, su padre, que también abrazó el oficio naval, le propuso un trato: acompañarlo como marinero a la Antártida a bordo del viejo transporte “Bahía Aguirre”. Aceptó sin discutir la paga. “De esas semanas retengo, Jorge –me contó– la vaga imagen de islas y bases perdidas entre el paisaje blanco, el rugido de alguna tormenta que se hizo más fuerte con los años y los rostros de dos o tres marineros que me enseñaron a jugar al truco, a hacer nudos y a pronunciar correctamente algunas malas palabras. Ese sabor elemental de la amistad y de la vida áspera a bordo me llevó al mar (mi padre siempre negó que esa fuera su intención) a buscar buenas historias”.
Ulloa cree que una buena historia le da sentido a todo. De niño, cuando almorzaba en la casa de sus abuelos, su tía Luz lo entretenía leyendo en voz alta alguna de las doce hazañas de Hércules según la versión infantil de Monteiro Lobato con ilustraciones de Juan Campos, en la cual Perucho y Naricita acompañaban al dios griego a enfrentar al León de Nemea y a otros monstruos geniales como la Hidra y el Minotauro. Esos cuentos dispararon la imaginación del autor.
"Su vida fue un largo viaje llena de puertos, islas y gente distinta"
Alicia en el País de las Maravillas cambió su percepción del mundo. Eso ocurrió en 1967. Ha perdido aquella edición de tapa dura y en inglés, pero guarda la memoria del impacto profundo (quizás la palabra sean emoción o goce) que lo transformó en lector. Para Ulloa, “lector no es alguien que lee, sino alguien que no puede dejar de hacerlo”. Después llegaron Salgari con sus piratas y Verne con sus viajes insólitos; también Stevenson con su Isla del Tesoro (esa cruz en un viejo mapa) y Mark Twain remontando ríos; llegaron Agatha Christie con Poirot y Wilbur Smith con África y esas mujeres de las cuales era imposible no enamorarse.
Como en la mía, nunca faltó en su casa Nippur de Lagash. Que un guerrero sumerio sea una pasión argentina puede parecer curioso, pero el alquimista Robin Wood combinó en el errante atributos, excesos y humor en la dosis exacta para que todos lo sueñen como amigo. (…)
En 1982, durante la guerra de Malvinas, cada tripulante armó su bolso personal “por si debíamos abandonar al querido Destructor Bouchard” y él guardó allí buena lectura. Eran aquellas aguas intranquilas que se tragaron el ARA General Belgrano. Ulloa era miembro de la tripulación que luego participó del dramático rescate de los náufragos argentinos.
"Su inquietud lo ha llevado a seguir las huellas de buenas historias hasta lugares inhóspitos"
Borges llegó a su vida sin avisar y cambió todo. Lo primero que le atrajo a Ulloa fue una larga frase en su “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, que es una novela condensada en tres páginas. Borges lo capturó por completo y lo llevó a sus secuaces: Bioy, Conrad, Wells, Dante, ¿cómo no aprender de sus textos? Fueron buenos consejeros en esto de escribir y trata entonces de no olvidar la advertencia severa que Conrad le hizo a un amigo sobre su escritura: “You don’t leave enough to imagination”. Como retribución secreta, desde hace años conspira para que otros lectores descubran a Borges.
No fueron pocos los ejercicios secretos de escritura a lo largo de los años. Una enumeración caótica y borgeana de los escritos incluiría algunos diarios de viaje emulando a Antonio Pigafetta; unas crónicas sobre su vida como cadete en el último año de la Escuela Naval, que no se molestaban en seguir el orden de los acontecimientos; varios ensayos sobre las guerras que argumentan que estas se ganan o se pierden primero en el campo del pensamiento y solo después en la batalla; una suerte de bestiario sobre barcos de la literatura; un extenso ensayo apócrifo sobre la obra poética de Borges escrito en Lima, del cual imprimió cuatro ejemplares para sus hijos; una serie de artículos en Wikipedia para subsanar ausencias notables; un atlas de la Isla de los Estados que presta menos atención a la historia y la cartografía que a la literatura; un texto con reflexiones sobre liderazgo; cinco o seis libretas donde recopila y comenta voces y textos ajenos que le parecieron interesantes; un extenso cuento titulado “Bailaron en Leones” que previsiblemente transcurre en una isla; una serie de versos manuscritos, cuyas enmiendas revelan más de lo que quisiera y un cuento de las “Mil y una noches” que transcurre en este triste siglo.
A Ulloa lo atraen los confines y las tramas que se desarrollan en los márgenes. Esa inquietud lo ha llevado a seguir las huellas de buenas historias hasta lugares inhóspitos. Sospecha que la decisión de ser marino tuvo que ver con esa búsqueda y que escribir es solo una nueva excusa para ver qué hay más allá del horizonte. Esa vida fue un largo viaje llena de puertos, islas y gente distinta. La tumba de Hipólito Bouchard está en el desierto de Nazca, en una antigua iglesia jesuita destruida por los terremotos; llegar a ella le permitió comprender al viejo corsario, pero el camino recorrido quizás haya sido más fascinante que el destino. Lo mismo sucedió con el ruso finlandés Iwan Iwanowsky: perseguir su historia lo condujo al duro presidio de la Isla de los Estados y al faro del fin del mundo; también le permitió conocer al ballenero George Morgan.
Durante años jugó con la idea de escribir; tratarlo como un juego le permitió disfrutar, pero restó sentido de propósito. La pandemia le ofreció un trato vil; a cambio de tiempo debía encontrar las palabras para contar las historias que había imaginado. “¿Cómo negarme sin confesar que era solo un juego?”, se pregunta, borgeanamente. Fue un trabajo duro; cada línea fue un ensayo y solo en raras ocasiones respondieron a un plan. Durante meses no pudo distraerse; en un descuido una frase podía cambiar la historia y llevarla a un destino diferente. En más de una ocasión dio con buenos argumentos para anular el trato; siempre encontró una voz amiga que lo alentó a seguir. “Así de bella es la vida; al fin y al cabo, uno escribe por amor”, concluye. Roberto Ulloa me envió la primera versión de ese emprendimiento literario, que por entonces constaba de siete relatos. Lo llamé para decirle que eran extraordinarios, pero que hacían falta más para convertirse en un libro puro y duro. Se tomó un tiempo, pero cumplió finalmente con ese gran cometido. Ha escrito un libro inolvidable. Cumplo con darle mi calurosa bienvenida a la literatura.
Vidas paralelas, de Roberto A. Ulloa (Sudamericana)