Cuando la diplomacia y la filosofía salieron juntas de gira
Hace cien años. Coriolano Alberini expuso internacionalmente la influencia de Kant y Krause en la política exterior de Irigoyen
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Cuando en 1795 uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos escribió “no quiero decir que el Estado tenga que preferir los principios del filósofo sobre las sentencias del representante del poder público, sino únicamente que los debe oír”, no imaginaría que en 1925, hace un siglo, un filósofo argentino lo escucharía e iniciaría giras por las principales universidades de los Estados Unidos, Francia y Alemania exponiendo la influencia de aquel pensador en la política exterior del presidente de un país que en el siglo de aquel filósofo todavía no existía.
Aquella singular empresa internacional no consistía en un improvisado atajo histórico, sino en el resultado de una ilustre genealogía filosófica que se extendería dos siglos entre Königsberg en Prusia (hoy Kaliningrado, Rusia), España, Buenos Aires y el hemisferio norte.
Emmanuel Kant, que en una de sus escasas obras políticas –la deliciosa Hacia la paz perpetua- incluiría aquella frase y sublimes aspiraciones sobre la paz, el orden y la integración mundial, tuvo un fiel discípulo en el alemán Karl Krause, quien influiría en un grupo de filósofos españoles y belgas conocidos como los “krausistas españoles”. Los libros de estos últimos pensadores arribaron a Buenos Aires e impresionaron a Hipólito Yrigoyen, entonces joven profesor de un liceo de señoritas y caudillo político que sería Presidente de la Nación, y a quien correspondió la ardua responsabilidad de delinear una política frente a la Primera Guerra Mundial y sus arreglos de paz, en la cual volcó sus arraigadas convicciones kantianas.
Yrigoyen mantenía paralelamente trato directo con Coriolano Alberini, filósofo y pedagogo de fuste, Decano de la Facultad de Filosofía de la UBA en tres oportunidades, anfitrión en la Argentina de Einstein, Ortega y Gasset, Waldo Frank, Keyserling y Jacques Maritain, entre otros, y resuelto introductor del pensamiento neokantiano en el país.
Imbuido de esos compartidos ideales internacionales de raigambre kantiana que el Presidente llevó al escenario mundial, Alberini no sólo fundamentó la influencia del kantismo en la política exterior de Yrigoyen (La filosofía y las relaciones internacionales, 1927), sino que, además, concretó sucesivas giras por el exterior ofreciendo disertaciones alusivas en varios de los principales centros universitarios de Occidente, como Washington (1925), Harvard (1926) –al menos en esos dos primeros como “enviado oficial del Estado argentino”–, Sorbonne (1927), Berlín, Hamburgo y Leipzig (1930), algunas incluso publicadas como La filosofía alemana en la Argentina, de cuya edición original en alemán (Berlín, 1930) y con introducción de Einstein, atesoro un ejemplar adquirido en una librería de viejo berlinesa, y que suscita una ironía de la historia: el Einstein que visitó triunfalmente Buenos Aires en 1925 ignoraba que enfrentaría la tragedia de escala kantiana de escribir en 1939 a Rossevelt instándolo a producir una bomba atómica antes que Hitler, para luego arrepentirse en 1945 con Hiroshima.
Dilema filosófico que Alberini auguró magistralmente en 1927: “Constituye un dato trágico en la vida del espíritu lo moroso del pensamiento filosófico, fundador de ideales legitimados por el intelecto, y lo apremiante de la acción”.
Aquella concatenación de principios derramaría sobre el ideario de la UCR y en cuestiones sensibles de la política exterior de Alfonsín, cuando heredó del Gobierno Militar la enorme responsabilidad de decidir sobre el trilema técnico, ético y político que suscitaba dominar el enriquecimiento de uranio, completando un periplo filosófico de dos siglos, como comprobé emocionado gracias a Nacho López al encontrar dos ediciones de aquella obra de Kant en la biblioteca personal de Alfonsín.
Esa notable ingeniería conceptual y discursiva entre una diplomacia y su basamento en una sólida arquitectura filosófica, constituye un precedente de inusual ocurrencia en el mundo y un antecedente significativo para reforzar la densidad de una política exterior añadiendo a sus intereses realistas una consistente cuota de valores e idealismo de profundo contenido liberal.
Diplomático de carrera y Doctor en Ciencias Políticas



