El celular y la salud mental de los jóvenes, en debate
El documental Cómo ser feliz, aunque poco matizado, ofrece buenas propuestas ante el problema
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“Algo le está pasando a mi generación”, dice Ofelia Fernández, 25 años, ex legisladora de la ciudad de Buenos Aires, en el flamante documental que lleva el nombre de Cómo ser feliz , coproducido por Corta y Fundar.
Después de barajar distintas “desgracias” que atraviesan la vida de los adultos jóvenes hoy –falta de acceso a la vivienda, trabajos informales mal pagos, una sensación de apocalipsis próximo, mal descanso–, el documental se enfoca en un año clave: 2010. Con gracia, Ofelia señala esta fecha como un quiebre a partir del cual subieron las tasas de depresión grave en mujeres y varones, las de suicidio de adolescentes mujeres y varones, y las visitas a los servicios de emergencia por autolesiones. Y se pregunta, entonces, qué habrá pasado en 2010.
Finalmente, se responde. “Es esto”, dice a modo de eureka: el celular, un mal que horada la salud mental de su generación.
Es evidente que el uso del celular se ha convertido en un tema de conversación y una verdadera preocupación para jóvenes y adultos en sus muy diversos roles. La serie de ficción Adolescencia, que batió récords de audiencia en Netflix, retrató la deriva de un adolescente que mata a una compañera de colegio tras quedar enredado en una trama de angustias y consumos digitales problemáticos, personales y secretos, frente a la impotencia de escuelas y adultos. Y el bestseller La generación ansiosa, del psicólogo Jonathan Haidt, tocó la canción que muchos querían oír al decir que las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales, con niños y adolescentes que no saben aburrirse, y que lo más efectivo es retrasar la edad del acceso al teléfono, subir la de la prohibición para redes sociales y estimular el juego libre y la presencialidad. Ya en 2020, el documental El dilema de las redes sociales se había ocupado de nuestra relación compulsiva con estas tecnologías y denunciado su acción manipuladora, utilizando de manera recurrente la imagen del humano como marioneta.
Hay interés, hay preguntas, hay miedo y una sensación de dependencia problemática. Por eso vale la pena ver este documental que decide meterse durante 50 minutos con ese aparato del que hablamos y opinamos todos, con un vértigo narrativo cortesía al 1.5x natural de Fernández, tal como en un documental anterior que dio a conocer en 2024, llamado Cómo ganar plata (una muy interesante semblanza del mundo del trabajo contemporáneo).
La idea de identificar 2010 como año clave está sacada del libro de Haidt. Los datos sobre salud mental que difunde el documental, según se aclara recién en una placa final, no corresponden a la Argentina (en donde, dice la placa, hay una “oscuridad informativa” en lo referente a salud mental), sino que son de Estados Unidos y globales. Esto es una debilidad: la problemática que aborda exigiría sumar todo lo que sí se sabe a nivel local, así como un análisis que considere brechas digitales, diferencias de género o particularidades de cada plataforma, entre otras cosas. Al mismo tiempo, la hipótesis de Haidt en relación a lo que el psicólogo subraya como una relación causal (uso de redes sociales como la causa de la crisis en la salud mental de los jóvenes) ha sido muy discutida; en especial, la idea de que el celular nos afecta a todos de igual modo, como si no fuera necesario ahondar en otros factores para evaluar sus efectos.
El documental pasa por alto estas observaciones y minimiza la otra cara de la moneda: todo ese mundo fascinante y disponible que se abre desde el celular; algo que forma parte fundamental de su atractivo, más allá de que pueda ser, además, “adictivo”. Prefiere, en todo caso, hacer un llamado más contundente a la acción. Es una decisión estratégica, tal vez basada en la idea de que los matices podrían atentar contra el ruido y la influencia necesarios para incidir en el debate público. Creo que esto es una pena, porque por momentos termina cayendo en eso que está en el trasfondo del tema que trata. La lógica de la polarización, las explicaciones simples, la idea del a favor o en contra, de que la emoción es un idioma más cautivante que la razón, son todas cuestiones que también hacen a la época que el documental describe, a la infraestructura de una internet netamente comercial y a las dinámicas algorítmicas.
No es algo inusual que las nuevas tecnologías, esas que transforman la vida de las personas e implican un recambio de habilidades cognitivas, generen pánico, fanatismo y estupor. De la radio, por ejemplo, asustó su efecto distractor. “Está bien de vez en cuando. De lo contrario, tiende a inducir malos valores, sueños falsos, hábitos perezosos”, le decía el rabino a una madre desesperada porque su hijo estaba pegado a la radio en Días de Radio, de Woody Allen. Siglos antes, preocupaba la tremenda sobrecarga informativa amplificada por la imprenta. Sin embargo, que los nuevos medios y las nuevas tecnologías de cada época hayan sido retratados con pánico o culpabilizadas como causas exógenas de los comportamientos humanos, o que tendamos a ver nuestro pasado tecnológico como más puro, prescindente o genuino, no es razón para desestimar el hecho de que el consumo de pantallas móviles sea hoy percibido como problemático por una buena cantidad de jóvenes, como ilustran distintos estudios empíricos. El celular tiene rasgos propios –el aspecto móvil, el tamaño, el precio, la ubicuidad, internet y la conectividad, los algoritmos personalizados, entre otras cosas– que lo hacen parecido pero también muy distinto a otras tecnologías de masas.
Ahí es donde Cómo ser feliz, coguionado entre Fernández y Agustín Valle, autor del libro Jamás tan cerca. La humanidad que armamos con las pantallas (Planeta) logra una sintonía necesaria: captura preocupaciones que hoy viven los adolescentes y jóvenes (también los adultos) y les da una narrativa reconocible, yendo de estos datos globales de salud mental a reflexiones en torno a la velocidad, la política o los conflictos bélicos.
En una parte particularmente atractiva propone soluciones o vías para canalizar esta problemática, entre ellas, mejores opciones urbanas para encontrarse cara a cara. Por ejemplo, los clubes, los festivales o los recitales: “La cultura o el deporte son en este contexto más que nunca políticas de orden sanitario”, dice.
Este tipo de propuestas, así como los momentos más matizados en el abordaje del problema, son más interesantes, porque tejen el ámbito físico y el virtual –en lugar de señalarlos forzadamente como lugares dicotómicos, uno bueno y el otro malo– y recuperan la idea de agencia humana o, como se señala, la “autoestima de la humanidad”, mucho más productiva para la discusión que eso de sentirnos títeres manipulados, una imagen evidentemente muy convocante a lo largo de los siglos.



