El homo argentum en el espejo de las historietas
Antes que la película de Francella, la prensa gráfica expuso en los años 40 y 50 varios ejemplos de argentino tipo
6 minutos de lectura'

MONTEVIDEO
La tradicional feria de Tristán Narvaja, en Montevideo, cuenta con decenas de puestos de venta de libros y revistas usadas, entre las que se encuentran algunas maravillas del pasado. La razón es que muchas veces cuando muere alguien que supo armar –y amar– una buena biblioteca o una colección de publicaciones, la familia la vende en bloque y eso llega a los puestos de esta feria dominical del centro montevideano.
Aparece ahí mucho material de familias argentinas que escaparon de su país en tiempos de tensiones, y la sorpresa está en algún libro autografiado por escritores ilustres, como Jorge Luis Borges, Cortázar o Bioy Casares, entre otros.

Mientras meses atrás la Argentina debatía sobre la película de Mariano Cohn y Gastón Duprat Homo Argentum, protagonizada por Guillermo Francella, y polemizaba en torno a la imagen del supuesto molde del argentino tipo, en esta feria yo iba encontrando revistas de los años 40 y 50 con personajes que en otros tiempos fueron vistos como figuras que caricaturizaban ciertos rasgos argentinos; o quizá, en todo caso, de algunos representantes de la ecléctica sociedad porteña.
Aquellas caricaturas no irritaban como lo hacen ahora algunos personajes de Homo Argentum, ni tampoco eran vistos como creaciones con intención política, sino que se tomaban como curiosidades del reflejo de arquetipos porteños o provincianos.
Un clásico era Avivato, el personaje creado por Lino Palacio (1903-84) que apareció en 1946 y quedó como una marca del “vivillo” que busca engañar a gente ingenua; ya fuera para vender un buzón callejero o “cuotas parte” del Obelisco de la 9 de Julio. Era un porteño oscuro, timador, que disfrutaba de embaucar a incautos. El personaje tuvo su momento de gloria cuando pasó de tira de diario a revista propia, película de cine e incluso un tango.
Otro caso era el de Falluteli en la revista Rico Tipo, una creación de José Divito (1914-69), como el empleado de oficina que traiciona a sus compañeros y adula a su jefe para “trepar” en la estructura de la empresa, sin límites, incluso con falsa fidelidad a los otros trabajadores.
Divito también fue el creador del Dr. Merengue, una versión porteña de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, un caballero de alta sociedad que reprime sus verdaderos pensamientos, amable ante los otros, pero que por dentro escupe razonamientos discriminatorios y despreciativos (el “otro yo” aparecía en la tira como un fantasma que expresaba el verdadero pensamiento del doctor).
En otro caso de modelo argentino se destacó Don Fulgencio, presentado como “el hombre que no tuvo infancia”, creado por Palacio en 1938 como un adulto ingenuo, sin malicia ni picardía, y que acaso era una crítica al porteño común y a la sociedad bonaerense.
Personajes de Quinterno
Nacido en 1926 como Don Fermín en la revista Mundo Argentino y consolidado luego como Don Fierro en esa revista y después en Patoruzú, este personaje de Dante Quinterno (1909-2003) fue el ejemplo del hombre que es un tirano en su hogar, con su familia, pero que en la oficina es un empleado sumiso. El jefe era petiso, despótico y lo sometía a abusos de los que ni se quejaba, mientras al llegar a su hogar se descargaba con destrato a sus seres queridos.
Otro prototipo era Jovito Barrera, “un barrilete sin cola”, un simpático atorrante, quinielero, de barra de amigotes, una especie de “tiro al aire” amante de apostar a “los burros”, canchero, chanta y piropeador. Era un personaje de Mariano Juliá, ilustrado por Ferro, de la revista Patoruzú.
Y para quinielero, burrero, ruletero y playboy está Isidoro Cañones, otra creación de Quinterno que emergió en los años 40 y se extendió en el tiempo en historietas y hasta en una película. Mujeriego, habitué de discotecas, hipódromos y garitos, derrochador sin límite, sin esposa ni novia (salvo relación de amistad con “Cachorra”), Isidoro puso marca a la imagen del playboy porteño.
Las historietas no se quedaron en lo urbano, y un ejemplo es Patoruzú, creado por Quinterno en 1928, uno de los personajes más importantes de la historieta argentina. Nacido como personaje secundario con el nombre Curugua-Curiguagüigua, luego mutó al cacique Patoruzú, como “el último de los tehuelches”, y era un ejemplo de fuerza y bondad, lealtad con los suyos y generosidad con ajenos, y a la vez de implacable con los sinvergüenzas.
Como una versión especial del Martín Fierro, el rosarino Roberto Fontanarrosa (1944-2007) creó en 1972 a Inodoro Pereyra, “el renegáu”, un gaucho argentino acompañado por su perro Mendieta, una parodia fantástica con el escenario del campo argentino y la exposición en historieta de un tipo de paisano cómodo en una vida mansa.
En la primera mitad del siglo XX, el boom de historietas en diarios y revistas dio personajes del dibujante Divito con otros prototipos argentinos como Bómbolo, el incauto que cree en las buenas intenciones de la gente; El abuelo un anciano siempre al acecho de chicas jóvenes, un “viejo verde” que ilustraba una figura de aquella época (e irrepetible en estos tiempos); Pochita Morfoni, una glotona sin redención, y Fúlmine, un hombre-imán para las desgracias y la mala suerte, entre otros.
Del lápiz de Adolfo Mazzone (1914–2001) en los años 40 habían surgido Afanancio con rápidos dedos para robar lo que fuera (en lunfardo: “afanar”), y el guapo Purapinta, que parecía ser corajudo pero era muy temeroso: ambos representantes de especies de barrio, tanto del vivo y aprovechador de lo ajeno como del hombre que se muestra valiente pero no lo es.
Lino Palacio aportó a Cicuta, un hombre hipócrita y resentido, muy gentil en el trato pero, por atrás, venenoso como nadie.
La inmigración
También fueron representados los tipos de inmigrantes, como Don Nicola, creación de Héctor Torino (1910-65) para la revista Aquí, un tano que hablaba en cocoliche (deformación y mezcla de dialecto italiano con idioma español) y manejaba un conventillo de La Boca: siempre acompañado por El Maestro”, un caso del sabihondo típico porteño.
Tanos y gallegos derramaron sus hábitos en la vida argentina, y por los inmigrantes de España estuvo Ramona, la empleada doméstica creada por Palacio, que tiene buenas intenciones, pero cierta torpeza en el cumplimiento de instrucciones.
¿Alguno representa más que otros al “modelo” de argentino o de argentina?
No hay un personaje de los que Francella encarna en la película ni uno de aquellas historietas de diarios y revistas que reflejen de mejor manera al argentino tipo, porque no hay uno que represente a toda la sociedad. De la misma manera que es inútil el debate sobre si los ejemplos reflejan el bien o el mal, porque el conjunto de la sociedad es una combinación de perfiles, con defectos y virtudes. Lo que sí permite cada personificación, cada caricatura de estos tipos humanos, es identificar personas conocidas que podrían encuadrar en algunos de ellos, porque la sociedad argentina –como casi todas– es un gran crisol.



