Historia reciente: la reunión secreta de Alfonsín con el jefe de la agencia nuclear
Hace 40 años, cuando ya era presidente electo, el líder radical fue conducido a un inquietante encuentro relacionado con la energía nuclear
A diez días del apogeo de su carrera política, el miércoles 9 de noviembre de 1983, el presidente electo Raúl Alfonsín recibió en su residencia temporaria del barrio de Santa Rita, en San Isidro, un pedido inesperado que lo alarmó.
Personalidades, políticos y especialmente futuros ministros habían visitado la quinta en esos días; ese miércoles había estado allí el exjefe de gobierno español Adolfo Suárez. A las 19 llegó Dante Caputo y media hora después él y Alfonsín salieron con destino no anunciado, seguidos por un auto de custodia y una caravana de periodistas intrigados.
En el trayecto hacia la Capital, Alfonsín intercambió pocas palabras con su futuro canciller. Estaba fastidiado. Caputo, por su lado, tampoco estaba muy cómodo en su papel de gestor de un encuentro que suponía que iba a traer complicaciones inesperadas para la nueva administración. Podemos imaginar la inquietud de Alfonsín durante el trayecto. “¿Que puedo esperar de una reunión secreta con el presidente de la Comisión Nacional de Energía Atómica? ¿Con qué me va a venir este señor?”. “Decime Dante, Martínez Favini… sé que es una buena persona, primo político de mi consuegro Alconada. Vos estuviste con él en la Sorbona y ambos están casados con chicas francesas, ¿no? Pero ¡que me venga a pedir esta reunión con tanta urgencia y que sea yo el que tenga que ir a verlo! ¿Me querrá decir que tienen la bomba? Es lo único que me puedo imaginar que justifique tal urgencia y desenfado. Y si fuera así, ¿qué hacemos?”.
En su agenda ya figuraban, entre otros problemas, la inflación, la deuda externa, el déficit fiscal, el desempleo. Pero esta nueva e inesperada inquietud que le traía Caputo era diferente, de naturaleza geopolítica, y podía poner a su gobierno en un brete internacional complicado. Hasta el momento había superado bien los primeros desafíos, como el de haber podido componer su futuro gabinete sin contratiempos. Por otro lado, su elección había generado una ola de simpatía y reconocimientos dentro y fuera del país. Algunos ecos de la prensa anglosajona sorprenden. La primera página de The Times de Londres del 1 de noviembre decía que la victoria radical en las elecciones del último domingo representaba un vuelco político espectacular, saludado como el comienzo de una nueva era en la historia del país; un editorial de The New York Times del mismo día decía que el triunfo de Alfonsín era una noticia inspiradora para la Argentina, Sudamérica y la causa democrática. Luego de una dictadura y dos guerras, amanecía una nueva Argentina democrática y republicana. Tanta expectativa era reconfortante, pero ahora aparecía un asunto inesperado y preocupante que podría ponerlo ante un difícil dilema.
La gran noticia
Clotilde Dubost de Martínez Favini (una de las “chicas francesas”) lo recuerda así: “Me gustó cuando le abrí la puerta, su manera de mirar; miraba verdaderamente. Le di agua, le ofrecí té, pero solo aceptó agua. Castro Madero ya estaba, bajaron al sótano y nos quedamos Jorge, Caputo y yo en la sala”.
En la vereda, periodistas ansiosos por conocer el motivo de este inesperado movimiento de la persona que en esos días monopolizaba los titulares no tardaron en identificar al propietario de la vivienda. ¿Para qué o por qué el presidente electo iba a la casa particular de Jorge Martínez Favini, gerente de Asuntos Jurídicos de la CNEA? Cuando se supo que era abogado, radical, pariente del designado próximo ministro de Educación y Justicia Carlos Alconada Aramburú se llegó a especular que Alfonsín iba a ofrecerle nada menos que la presidencia de la Corte Suprema.
Carlos Castro Madero, presidente de la CNEA desde marzo de 1976, había llegado un rato antes a la casa. Para esquivar al periodismo, había entrado por la casa del vecino, gracias a una puerta en el fondo del jardín. Urgido por las circunstancias, y conociendo su cercanía con el alfonsinismo, le había pedido a su asesor legal y amigo que buscara la forma de organizar este encuentro lo antes posible. Era esencial que tuviera una conversación con Alfonsín y que hubiera una comunicación oficial antes que la novedad se filtrara al público sin respaldo.
El presidente electo llegó a este encuentro mal dispuesto, con una opinión poco favorable de CNEA. Sabía que era una institución dirigida por militares desde su creación en 1950 con mucha (¿demasiada?) autonomía (¿acaso el hecho de que allí estaba Castro Madero y no una autoridad superior no ponía en evidencia esta autonomía?). También sabía que la CNEA había contado con ingentes fondos públicos durante la etapa militar que estaba a punto de concluir; etapa iniciada con la destitución de un gobierno democrático y doblemente trágica por los desaparecidos y por la guerra de Malvinas. En esos días transicionales en los que Alfonsín estaba contemplando el juicio a la Junta Militar, si había alguien poco dispuesto a escuchar explicaciones de un militar sobre el programa atómico argentino de esos años, ese era él.
El mencionado editorial de The Times elogiaba calurosamente a Alfonsín. “Único que se opuso a la invasión de Malvinas, la luchó desde abajo, va a controlar a los militares y juzgarlos. Un resultado mucho más grande que el esperado”. El éxito de Alfonsín era saludado, como dijimos, con mensajes esperanzadores más allá de las fronteras. Auspicioso comienzo, pero a la vez muy comprometedor. Ahora, sentado frente a Castro Madero, habrá pensado: ¿qué va a decir la prensa internacional, o qué voy a decir yo, si aparece la novedad de que la Argentina tiene un arma nuclear desarrollada en secreto bajo un gobierno militar con Malvinas de telón de fondo?
Castro Madero sabía cómo pensaba la persona que estaba sentada frente a él. Se apuró a tranquilizar al presidente electo aclarando que no había bomba atómica. Lo que se había hecho era desarrollar la tecnología para enriquecer uranio. En los escasos treinta minutos que conversaron, le explicó las razones del secreto y los motivos que impulsaron este proyecto. Imaginó preguntas y se adelantó a responderlas antes que fueran pronunciadas: ¿Acaso el uranio enriquecido no es el elemento esencial de una bomba? ¿Acaso el gobierno militar no quería la bomba? ¿Para qué hacer esto si no es para una bomba?
Meritoria tarea
El éxito tecnológico se había alcanzado pocas semanas antes. Castro Madero subrayó la meritoria tarea que había realizado un pequeño grupo de científicos argentinos y explicó que el motivo por el cual en agosto de 1978 se había tomado la decisión de encarar este proyecto tan ambicioso y arriesgado, llevado a cabo en secreto, fue la ruptura unilateral del contrato de suministro de uranio enriquecido por parte de Estados Unidos cuando la Argentina ya estaba encaminada a la exportación de reactores.
Una vez confirmado el resultado, era imprescindible darlo a conocer cuanto antes, pues una filtración anticipada al anuncio oficial podría ser muy perjudicial. Alfonsín preguntó si se podían esperar sanciones desde el extranjero y estuvo de acuerdo con que el anuncio lo hiciera el propio Castro Madero.
La reunión modificó el ánimo del presidente electo. Fue un alivio conocer que el proyecto se justificaba por sus aplicaciones pacíficas, como la producción de radioisótopos para uso médico, y por permitir, según le explicó Castro Madero, que la Argentina se convirtiera en un exportador de instalaciones nucleares competitivo (para entonces el país ya estaba construyendo el reactor RP10 en Perú, resultado de un concurso internacional).
Tal fue el cambio de perspectiva que, para sorpresa de todos, después de un almuerzo con Alfonsín el siguiente martes 15, Conrado Storani, futuro ministro de Energía, dijo a la prensa: “Sería deseable que Castro Madero continuara en su cargo”, y que la “CNEA continuara con sus proyectos”.
Años después, en 1987, la existencia de la Planta de Pilcaniyeu, donde se estaba enriqueciendo uranio, le brindaría a Alfonsín la oportunidad de destacarse ante el mundo como un verdadero estadista, al invitar al presidente de Brasil José Sarney a visitar la planta y abrir el camino para la creación de la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares, un acuerdo ejemplar de cooperación nuclear internacional.
El anuncio de que la Argentina dominaba la tecnología de enriquecimiento de uranio se hizo nueve días después de la reunión Alfonsín-Castro Madero, el 18 de noviembre de 1983.
El enriquecimiento de uranio fue logrado por un pequeño grupo de físicos, químicos e ingenieros argentinos de CNEA e Invap sin experiencia previa en el tema, conducidos por Conrado F. Varotto . Fue el desafío tecnológico más grande que abordó Invap y dio lugar a los éxitos posteriores en reactores nucleares de exportación, satélites y radares.
Mario A. J. Mariscotti es físico nuclear