Julián Marías, el más fiel heredero de Ortega y Gasset
Discípulo cercano del autor de La rebelión de las masas, el filósofo español falleció hace veinte años; fue un asiduo y reconocido visitante de la Argentina
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Cuando se menciona al filósofo y ensayista español Julián Marías, de cuya muerte se cumplieron veinte años el lunes último, la primera mención es la del “discípulo católico” de José Ortega y Gasset. Sin embargo, Marías no fue sólo eso. Asiduo visitante de nuestro país, su nombre está hoy casi olvidado por el lector argentino y –me atrevería a decir– es desconocido por el público joven. Las razones de ese olvido quizá sean en parte ideológicas ya que los escritores católicos, en una época en que la fe ha perdido espacio, están relegados aún en sus propios países: Giovanni Papini, Jacques Maritain, Paul Claudel o Julien Green, entre otros. La segunda razón es que su hijo Javier (1951-2022), miembro como él de la Real Academia Española, fue un destacado escritor, candidato permanente al Premio Nobel, y opacó la fama de su padre.
La obra literaria de Julián Marías comprende más de sesenta títulos, entre los que se destacan su Historia de la filosofía, con más de 40 reediciones, de 1941; Introducción a la filosofía, en 1947; Filosofía española actual: Unamuno, Ortega, Morente, Zubiri, de 1948, y los tres tomos de sus memorias, Una vida presente, traducidos a diversos idiomas, incluido el polaco y el japonés.
En 1932, Marías conoció a Ortega y Gasset quien se convertirá no solo en su maestro y mentor sino en un amigo. Fue tal la influencia que ejerció sobre aquel adolescente que es imposible separar el nombre de Marías del ya entonces consagrado filósofo. Otros de sus maestros fueron Xavier Zubiri y Manuel García Morente, quien, años después, se ordenó de sacerdote y bendijo el casamiento de Julián Marías. García Morente fue, en 1937, durante más de un año, profesor en la Universidad de Tucumán y regresó a España para iniciar sus estudios eclesiásticos.
Marías, que durante décadas colaboró en La Nación y en la revista Sur, solía contar esta anécdota, ocurrida en nuestro país. Cierta vez, hablando con un taxista porteño, el chofer le dijo “uno es uno y su circunstancia”, célebre frase de Ortega y Gasset. Asombrado, Marías intentó indagar más, pero el hombre jamás había oído hablar de Ortega, aunque conocía la frase y la usaba con propiedad.
Durante la guerra civil, en 1936, Marías apoyó a los republicanos. Su miopía lo eximió de ir al frente, pero le encargaron tareas de traducción ya que manejaba varios idiomas, el alemán incluido. Luego, fue apresado y detenido durante algunos meses, con la amenaza de ser fusilado. Cuando quedó en libertad, varias universidades norteamericanas le abrieron sus puertas y solía pasar largas temporadas en los Estados Unidos, con su familia, enseñando.
Después, vendrían los reconocimientos y los premios. En 1964 fue nombrado miembro de la Real Academia Española; ese mismo año, asistió, invitado por el papa Pablo VI, a la tercera sesión del Concilio Vaticano II. Finalizado el franquismo, el rey Juan Carlos lo designó Senador para el período 1977-1979. Poco después, en 1982, Juan Pablo II lo nombró miembro del Pontificio Consejo para la Cultura, y en 1996 recibió el Premio Príncipe de Asturias, que compartió con el periodista italiano Indro Montanelli.
Cuando Victoria Ocampo, poco antes de morir, estando ya gravemente enferma, realizó en Villa Ocampo el Diálogo de las Culturas, a fines de 1977, Julián Marías fue uno de los participantes famosos de esas jornadas auspiciadas por la Unesco. Le quedaban por vivir 28 años durante los cuales volvió varias veces a nuestro país.
Hay dos rasgos en Julián Marías que lo acercan a la gente: su interés por las novelas de Agatha Christie y su sentido del humor. Cuando a los 96 años Ramón Menéndez Pidal, presidente de la Real Academia Española, tuvo un derrame, un sacerdote fue a confortarlo: “Me di cuenta, Marías, de que me estaba preparando para la huesa”, le dijo don Ramón. Y Julián Marías le contestó: “Pero, sabe usted que ocurre, que ellos comienzan mucho antes”. Y tuvo razón: Menéndez Pidal vivió casi hasta los cien años.
Julián Marías Aguilera había nacido en Valladolid el 17 de junio de 1914; falleció en Madrid el 15 de diciembre de 2005, a los 91 años, medio siglo después que Ortega y Gasset. Años más tarde, el Ayuntamiento madrileño colocó una placa en su casa, ubicada en la calle Vallehermoso, 34.
En 1941 se casó con Dolores Franco Manera, escritora y compañera de estudios, con quien tuvo cinco hijos varones, y que murió en 1977. Él quedó desolado. Pocos meses después, estando en Madrid, en Puerta de Hierro, vi que Marías salía de una capilla a la que había ido a oír misa, pegada a la residencia de estudiantes en la que me alojaba. Su fe lo convencía – afirmó muchas veces– de que luego de su muerte volvería a encontrarse con la mujer amada y con Ortega y Gasset, su admirado amigo y maestro.



