
La cabeza de los líderes: detrás del poder, se esconde la vulnerabilidad
En tanto adicción, la ambición excesiva de mando y control tiene por causa algún trauma pasado cuyos efectos se busca mitigar
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Un psiquiatra húngaro-canadiense, Gabor Maté, considera que todas las adicciones están arraigadas en un trauma. El trauma estructura la vida, la polariza. Así, cuando una persona sufre una experiencia catastrófica o bien queda pulverizada o, por el contrario, logra la energía necesaria para sobreponerse y entonces se vuelve destacada; sin embargo, se necesita una gran capacidad de lucha para que esto ocurra.
Maté dice que las adicciones buscan apaciguar el dolor que produjo aquel trauma originario. Estoy de acuerdo. Una adicción es entonces un intento de calmar transitoriamente el dolor. En este sentido, la ansiedad por ejercer poder es precisamente eso: un anestésico ante el sufrimiento, un bálsamo, una droga.
Todos los líderes tienen algún trauma. No conozco uno que no lo tenga. Mi teoría, en suma, es que la ambición de poder es la respuesta a un trauma. Porque, así como no cualquiera necesita drogarse, no cualquiera se interesa por el poder. Hay que tener un trauma biográfico para hacer ciertas cosas. Hay que tener razones, motivos de peso para ambicionar poder, para querer hacer historia, para buscar protagonismo. Si no hay conflicto, no hay exigencias de reparación.
En estos casos, la acción es un antidepresivo para poder seguir viviendo. Aquí vuelve a aparecer el asunto de las adicciones: la dosis que se requiere es proporcional a la dependencia.
Hay cierta idealización por la cual se cree que el poder es un medio para alcanzar determinados fines. Antes que eso, el poder es una estrategia defensiva para resguardar aquella vulnerabilidad emocional. No es la causa, sino el síntoma: quien va detrás del poder lo hace porque lo necesita.
El poder es una máquina narcisista que impulsa a algunas personas a obtenerlo, y si el dolor es muy grande, la droga tiene que ser muy grande. Aquí entran en juego el ego, la autorreferencialidad y la retórica propia de las personalidades narcisistas que necesitan ser observadas y a quienes la mirada de los otros las hace existir. Cuando alguien con estas características ocupa un lugar de mando puede resultar nocivo para todo el sistema. Un miembro enfermo puede transformarse en el líder del grupo a partir de su enfermedad. Ahora, si alguien necesita del poder para establecer un equilibrio interior, el alcance de su racionalidad es muy bajo. Poder y vulnerabilidad son vecinos.
Esto es lo que subyace detrás de los grandes liderazgos: tragedias personales. Sobre ellas se han construido imperios.
En nuestra realidad política suele haber una enorme preocupación por la economía, pero creo que no es este el tema más preocupante. La coyuntura no es decisiva; el problema es la cabeza de las personas que lideran. Lo decisivo es la persona concreta y su biografía. Creo en el predominio de la dimensión psicológica y emocional sobre la obra del hombre; los componentes biográficos personales condicionan las ideas de los agentes políticos de tal forma que sus actitudes y reacciones no siempre responden a la objetividad política, sino más bien a la propia biografía.
Las personas funcionan de la misma forma en situaciones de poder y en la intimidad. Creemos que debe haber otra lógica, pero no la hay. El mundo íntimo y la subjetividad son condicionamientos existenciales que llevan a una serie de patologías que salen de lo familiar y se manifiestan en otras organizaciones. La biografía lo define todo: la propia identidad, la forma de pensar y la forma de hacer. Y esto, llevado a figuras políticas que tienen mucho poder e influyen en un sistema grande y complejo, puede tener efectos terribles. Las implicancias alcanzan otra dimensión.
Esta es la variable dominante que, a mi juicio, hay que entender: la lógica del líder, que es fundamentalmente emocional y mental, influye en el funcionamiento de casi todo el sistema. Es una razón adicional por la cual los requisitos que debería cumplir un dirigente político deberían ser muchos más altos.
Es sorprendente la jerarquía que tiene el área de recursos humanos y la batería de evaluaciones destinadas a la elite corporativa en algunas compañías, e incluso en otros países. Sin embargo, no hay en la Argentina un sistema similar para saber quiénes están en condiciones de asumir posiciones de liderazgo político. Después de todo, el país, por así decirlo, es la institución más importante. La dimensión pública y el Estado afectan todo. De ahí la significación profunda que tiene la salud mental de los líderes en el destino de millones de personas.
Consultor en dirección de empresas






