
La era del malismo. Cuando el enojo y la agresión pagan mejor en la política
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Los discursos políticos crueles se imponen en el mundo. Las declaraciones brutales ya no son dominio, como sucedía tiempo atrás, de la calle o de las bases militantes. Hoy las enarbolan presidentes, ministros y legisladores, en una carrera que es difícil saber cuándo o dónde termina.
En la Argentina, a comienzos de agosto, el presidente Javier Milei dijo que dejaría de proferir insultos, en momentos en que las encuestas marcaron una caída en su imagen; horas antes este diario documentó su escalada verbal: 611 insultos en los últimos 100 días.
La carrera política de Donald Trump tiene rasgos similares. Los politólogos Nikita Savid y Daniel Treisman, que analizaron sus discursos desde 2015 hasta 2024, detectaron un “aumento en el uso del vocabulario violento”. La proporción de palabras asociadas con la violencia aumentó del 0,6 % en 2016 al 1,6 % en 2024. En 40 discursos de Barack Obama elegidos al azar, esa proporción fue del 0,79%.
“En 2024, el uso del lenguaje violento por parte de Trump había superado al de casi todos los demás políticos de países democráticos que consideramos, aproximándose al de figuras autoritarias como Kim Jong-un y Fidel Castro”, señalan los politólogos en un artículo de The Conversation.
<i>Malismo. La ostentación del mal como propaganda</i>. Así tituló su libro el español Mauro Entrialgo, que eligió ese neologismo para referirse a la ‘cultura del odio’
A los conceptos que usa el Presidente se une la manera en que parece regocijarse cuando los dice. Entre sonrisas lanza el “mandriles” para menoscabar a los economistas críticos o el “degenerados fiscales” para referirse a los gobernadores o legisladores. No quedan dudas de que es auténtico al hablar y ha apuntado, en muchos casos, a deshumanizar al otro: “Basuras”, “ratas inmundas”, “parásitos mentales”, “burro eunuco”. Alrededor explican que “siempre habló así”.
La insensibilidad contagia. Hasta un ministro como Luis Caputo, en general más apegado a las formas, terminó haciendo una broma dudosa mientras hablaba de personas con discapacidad: “Sin sumar a los kukas, son 1.250.000”.
Por su lado, los trolls libertarios contribuyen al repertorio de improperios, que suelen ser reposteados en las redes sociales por el propio Presidente o compartidas entre risas en streamings como los de Daniel Parisini, “el Gordo Dan”, en los que Milei y figuras del gabinete son habitués.
Malismo. La ostentación del mal como propaganda. Así tituló su libro el español Mauro Entrialgo, que eligió ese neologismo para referirse a la “cultura del odio” que –dice– alimenta los discursos de muchos líderes políticos. “Maldad ha habido siempre, pero lo sorprendente y antiintuitivo es que ahora haya tantas personas que crean conveniente desplegarla abiertamente para conseguir beneficios de algún tipo, ya sea políticos, económicos, sociales o publicitarios. Ya no buscan ocultar sus acciones malvadas, sino presumir de ellas”, dice.
Todo está permitido
Entrialgo sostiene que la culpa de la extensión de este fenómeno es de quienes se dejan engañar y aplauden sus malismos. “Estas personas identificaron que esa estrategia de comunicación funciona, les produce un beneficio, y por eso la usan con distinta intensidad –señala–. Es indudable que se ha traspasado una barrera moral; se entiende que todo está permitido, o que lo que se dice tendrá una acogida favorable. Pero toda moda, por saturación, puede llegar a cansar”.
De saturación hablan también los especialistas consultados por este diario a la hora de desentrañar hasta dónde puede llegar esta ola que aprovecha el ánimo de revancha, o el resentimiento, de grupos de electores que parecieran haberse cansado de lo políticamente correcto y premian a quienes gritan e insultan y se mimetizan con el estilo sin filtro de las redes sociales.

“La nueva ‘era artificial’, que incluye redes y medios y que premia la provocación, la disrupción y la sorpresa, la verdad y la realidad pasan a un segundo plano –dice Gabriel Slavinsky, psicólogo, consultor y analista político–. Se despliega un show, un entretenimiento, una obra de teatro fascinante y atractiva. Los políticos más actualizados en campañas notaron que en medio de la sobreinformación y el hartazgo social, los mensajes que generan impacto emocional fuerte captan la atención más rápido, no importa que sean crueles o agresivos”.
Añade que, desde la psicología política, esto se debe al sesgo de atención hacia lo negativo y el heurístico de disponibilidad. Se recuerda más lo que sorprende o indigna. Líderes como Trump, Bukele, Bolsonaro o Milei apelan a las emociones para diferenciarse en un escenario saturado de discursos previsibles. “Es una estrategia de alto voltaje emocional que busca movilizar antes que convencer. Pelean porque así logran adhesiones fuertes, una fortaleza que antes se lograba a través de acuerdos para sostener programas. Esta táctica se concentra en núcleos duros que se amplían por la voluntad de destruir al rival”. La lógica, dice Slavinsky, es similar a la de formatos televisivos o virales que circulan mucho porque su contenido despierta reacciones intensas.
En psicología se habla de “validación emocional” cuando un líder verbaliza lo que muchos sienten pero no dicen, aporta Slavinsky
El psicólogo Miguel Espeche señala que en tanto el “buenismo” diluye las identidades, el “malismo” en cambio va por la híper definición de las cosas, habilita la adjetivación cruel y se opone al relativismo. “Hay una dualidad en la búsqueda tajante de quiénes son los buenos y quiénes los malos –dice–. Las redes sociales abrieron la tranquera a las cosas más terribles. Favorecen la cobardía, los anónimos. Entonces se empezaron a exacerbar emociones que siempre existieron y se instaló una forma de hablar que no se usaba cuando el cuerpo estaba presente”. La división entre buenos y malos, dice Espeche, permite encontrar un chivo expiatorio: “Se estimula la bronca y se busca algún grupo que pueda ser receptor de ese enojo”.
En psicología se habla de “validación emocional” cuando un líder verbaliza lo que muchos sienten pero no dicen, aporta Slavinsky. “Eso genera un vínculo inmediato. Al usar lenguaje directo, sin filtros, el líder transmite autenticidad, aunque sea una estrategia. Eso activa la afinidad, la sensación de que habla como uno, siente como uno, y por eso debe pensar como uno”.
Autenticidad
El analista y consultor político Pablo Touzon coincide en que el “malismo” se extendió porque parece más auténtico. “Decir ‘te amo’ parece menos realista que ‘te odio’. Ambas son emociones, pero el odio está más ligado al instinto, quien lo dice no parecen simular el estar enardecido. En cambio, lo otro puede dar falso. Es una marca de época muy profunda. Parece que a la política se le creyese solo el enojo”.
Touzon vincula esas características al origen de los movimientos políticos que más apelan al uso del lenguaje violento: “Nacen de una frustración, del resentimiento de sectores medios; de cierto desclasamiento económico y cultural. Todos incorporaron, también, la idea trumpista de la cancelación. El lenguaje de la corrección política que se había instaurado antes provocó esta reacción. Como llegado un punto parecía difícil entender de qué se estaba hablando, llegó la inclinación hacia el lenguaje crudo. Flota la idea de que la corrección era hipocresía de las castas”.
El politólogo Juan Negri, director de las carreras de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella, se pregunta hasta dónde rinde el “malismo”. “En la Argentina estamos en una situación en la que el votante pareciera valorar aspectos económicos. Esto no quiere decir que esté de acuerdo con el resto, pero no cree que la alternativa puede ser mejor. Que Milei sea competitivo no quiere decir que rinda su estilo; no lo votan por eso”.
Por otro lado, Negri apunta que, a nivel global, el aumento de la desigualdad desencadena una percepción de ‘me salvo yo’. Se deja de pensar empáticamente y se impone un mayor individualismo. “En algunos países se focaliza la culpa en sectores determinados, como los migrantes. En Estados Unidos los deportan y muchos creen que está bien. ‘Entraron ilegalmente, me sacan el trabajo’, razonan. Piensan que no solo los trató mal la política, sino que buscan culpables afuera también. Hay una pérdida de empatía. Aquí, en algunos segmentos sociales está la percepción de que los empleados públicos han tenido privilegios, de que en la pandemia mantuvieron sus puestos y sus salarios, de que tienen estabilidad laboral. Eso se acrecentó en la pandemia. Por eso la interpretación de que la motosierra es justa. Otra cosa son la discapacidad o el Garrahan”.
Cámara de eco
Economista y politólogo, Pablo Castro destaca que, a escala global, el “malismo” es un fenómeno que se concentra en los varones jóvenes, impulsado por las redes sociales y por la cámara de eco en la que viven las distintas tribus. “Eso es lo que está en la base del conflicto –dice–. A nivel local, ese segmento es el core de Milei. No creo que haya una mayoría que apruebe el insulto, el que lo hace es el votante más duro; el resto lo tolera, pero no lo aprueba”.
El cardenal Ángel Rossi, quien fuera muy cercano al papa Francisco, advierte que hay un riesgo de que la violencia verbal se convierta en violencia física
De todos modos, Castro considera que hay una “banalización” del uso de la palabra crueldad. “Algunos califican así algunos conceptos, pero solo es realismo. Las redes replican el lenguaje de la cancha y el Presidente y sus partidarios los aplican fuera de las redes. Para quien normalmente está en las redes no es nada sorprendente. La discusión es si corresponde o no; si, por ser Presidente, debería hablar diferente”.
El cardenal Ángel Rossi, arzobispo de Córdoba, dice que es innegable que en el espacio público circula un lenguaje duro. “Hay distintas miradas –añade–. Para algunos ese ‘malismo’ encarna la rebeldía o el enojo con lo que no anda bien. En especial, y pensando en los jóvenes, sintoniza con algo que hay en el corazón de la sociedad argentina, que está cansada, dolida. En este contexto, surgen figuras que explicitan eso”.
Rossi, quien fuera muy cercano al papa Francisco, advierte que hay un riesgo de que la violencia verbal se convierta en violencia física. “Lamentablemente, lo vemos. Es el ‘todos contra todos’, uno dice y viene el retruque. Pero recordemos que una palabra mala hace malo inclusive a los buenos. Además, la metodología de la agresión permanente termina perdiendo credibilidad; se va desgastando y en un punto hasta se vuelve en contra de quien la usa”.
Espeche estima que los argentinos no evacuaron aún todo el caudal de enojo y que en la política argentina no parece tiempo propicio para los componedores
Negri coincide. El estilo puede cansar, sobre todo si la situación no mejora. “Ese discurso disruptivo empieza a ser particularmente molesto, y después se suma lo que sucede con algunos temas, como discapacidad. El Gobierno parece muy desconectado de las preocupaciones diarias”. Esa ruptura con la realidad se daba también en el gobierno anterior, agrega. “Se hizo muy patente. Alberto Fernández se solazaba con una soberbia moral progresista- peronista que chocaba con el día a día. Cansó y provocó sensación de hipocresía”.
Touzon dice que ciertos líderes se ensañan con los débiles. “Trump se burlaba de un excombatiente sin tener él ninguna credencial. Acá insultan a los discapacitados. Son capas oscuras del discurso, una especie de social-darwinismo en el que prevalecerían los más aptos. Y esto se mezcla con la lógica infantil del tik- tok, de las redes. Una infantilización de la política que la hace más cruel, no más ingenua”.
Espeche estima que los argentinos no evacuaron aún todo el caudal de enojo y que en la política argentina no parece tiempo propicio para los componedores. “Se concibe al poder como una ganancia territorial, no como una gestión de lo diverso. Rige la idea de que el mundo sería mejor si ‘el otro’ no existiera. Pero si los frutos no llegan, el hartazgo de este modelo se acelerará; mucho de lo que se soporta es porque se confía en que habrá resultados”.
La intensidad emocional es difícil de sostener, dice Slavinsky. “El recurso que genera adhesión puede derivar en fatiga emocional o pérdida de credibilidad si no se traduce en resultados concretos –dice–. Solo se mantiene vigente si el líder logra cumplir, al menos en parte, con su contrato electoral en temas clave. Por ejemplo, la seguridad en Bukele; la economía en Milei; la protección en Trump. Sin resultados, la estrategia corre el riesgo de volverse caricatura y pierde eficacia”.




