
Lecturas: Misterios de la identidad y de la transformación radical
En Un hombre y Dos mujeres Juan José Becerra propone dos novelas breves e independientes, pero sutilmente conectadas
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Toda identidad determina un límite: ser una persona o una cosa con características concretas. Quizá por eso la literatura ha imaginado a lo largo del tiempo historias de ruptura en las que un personaje, de un momento a otro, deja de ser quien solía para volverse alguien nuevo. Cuanto más intempestivo el pasaje, más interesante es lo que despierta. Con esa premisa como punto de partida las dos nuevas novelas de Juan José Becerra (Junín, 1965), Dos mujeres y Un hombre, componen un díptico, ya que procuran trazar un dibujo total sobre la transformación radical como tema, solo que al mismo tiempo narran historias independientes una de la otra.
Lo único que anuda ambas novelas es un encuentro casual: las dos protagonistas de una de las novelas caminan por la calle y se cruzan con el personaje central de la otra historia, que conduce un Cadillac rojo de colección. El evento es absolutamente intrascendente en ambos relatos. Sin embargo, basta avanzar un poco en la lectura para descubrir que existe una corriente subterránea mucho más poderosa que los argumentos, una pulsión que guía las peripecias del hombre y las mujeres hacia una vida alejada de las aspiraciones materiales, acaso más verdadera.
Por un lado, Un hombre sigue la historia de un coleccionista de autos antiguos que construye un taller para guardarlos en el fondo de su mansión, y así descubre otro tipo de belleza. A partir de ese momento deja de ser el coleccionista para volverse “El ingeniero”, “El Mecánico”, “El ladrón”, en una serie de acciones que lo alejan drásticamente de quién solía ser. Parece no querer ser alguien en especial: hay algo del mundo material que lo hastió.
Por su parte, Dos mujeres comienza cuando la narradora queda fascinada con María Isabel Di Pierro, una desconocida que le habla a los gritos a la Casa de Gobierno: precisamente grita que no quiere ser nadie. Las dos caminan por Buenos Aires durante toda una noche, conversan y la deriva les propone una intimidad distinta. María Isabel dejó todo atrás, renunció a su familia, a sus bienes y su mundo conocido para tener una experiencia sin posesiones. Tanto que ni siquiera su tiempo es suyo, lo dona para causas altruistas como ayudar a las personas con un pie a conseguir zapatos, o mendigar para repartir a otros mendigos. En el fondo, María Isabel es una poeta que puede acercarse a las cosas sin pensamientos, y ahí radica “el secreto de su fuerza ambulante”, que las lleva a un recorrido casi filosófico como flâneurs involuntarias de un mundo obnubilado por las cosas.
María Isabel es heredera de “Wakefield”, el cuento de Nathaniel Hawthorne en el que un hombre común, de buenas a primeras, deja su casa, a su familia y a todos sus conocidos, y se muda a la casa a otra casa del barrio para observar qué pasa en su ausencia. De un modo similar, María Isabel, de tanto en tanto, observa a sus hijos mellizos y a su marido, a quienes abandonó años atrás. Resulta difícil pensar en un cambio más radical que ese.
En cambio, la transformación del protagonista de la otra novela parece responder menos a las ideas, y más a una sucesión de acciones que van determinando en quién se convierte. Así y todo a él también se le nota un aire a ilusiones cansadas, ya que tiene todo lo que quiere y eso parece no alcanzarle. Es decir, el hombre no muestra una decisión premeditada, más bien el devenir de los hechos lo va llevando a ser una multiplicidad de hombres.
Se nota que la forma elegida por Becerra dialoga con el fondo de lo que narra. En tanto una identidad es insuficiente para contener una experiencia vital, un libro tampoco basta para contener una historia. De hecho, algo de su lenguaje también se sale de los moldes, por momento es coloquial, casi oral, y por otros, alcanza giros poéticos que rozan ese sentido profundo de la revelación. “La primera vez que se va al mar es la segunda. La primera es mental y sucede cuando escuchás la palabra ‘mar’. Es una necesidad de regreso”.
La idea del díptico es peculiar, pero no resulta la primera vez que un autor explora secuencias de novelas que, sin compartir personajes ni trama, integran una obra total. Habría que nombrar la célebre Trilogía de Nueva York, de Paul Auster, integrada por las novelas autónomas Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada, que en su conjunto componen una obra maestra singular, capaz de hablar, entre otras cosas, del modo en que la identidad se diluye en una gran ciudad.
A esa serie se agrega el más reciente Cuarteto estacional, de la escocesa Ali Smith, compuesto por cuatro novelas –Otoño, Primavera, Invierno y Verano– que narran historias autónomas, en las que cada tanto algún protagonista de una, se vuelve el personaje secundario de otra, y en su conjunto, resultan uno de los mejores retratos de la actualidad sociopolítica de la Gran Bretaña del Brexit.
Con una vocación más humilde, el díptico de Becerra encarna una mirada crítica sobre las aspiraciones de nuestro presente, y con una ironía cristalina despliega vidas alternativas, de hombres y mujeres que procuran esquivar el imperativo de época que se disfraza muchas veces como la única opción.

Un hombre
Por Juan José Becerra
Seix Barral
101 páginas, $ 26.265

Dos mujeres
Por Juan José Becerra
Seix Barral
82 páginas, $ 26.265






