Mark Solms: “Para entender el cerebro, me centro en el afecto”
El neuropsicólogo sudafricano sostiene que la clave para entender la mente reside en los sentimientos
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Pocos científicos se atreven a atravesar el abismo que separa el psicoanálisis de la neurociencia, dos disciplinas marcadas por la sospecha mutua y la incompatibilidad metodológica. Sin embargo, Mark Solms, director de Neuropsicología en el Instituto de Neurociencia de la Universidad de Ciudad del Cabo y profesor honorario de Neurocirugía en la Escuela de Medicina del St Bartholomew’s y Royal London Hospital, ha pasado décadas construyendo no solo un puente, sino una plataforma entre ambas: el neuropsicoanálisis. Nacido en Namibia en 1961 y radicado en Sudáfrica, Solms, psicoanalista y neuropsicólogo, se ha convertido en un referente en los estudios contemporáneos sobre la conciencia, desde la idea de que la clave para entender la mente no reside en la cognición o la corteza cerebral, sino en algo más antiguo y elemental: el sentimiento.
Su libro The Hidden Spring: A Journey to the Source of Consciousness, publicado en la Argentina como El Manantial Oculto (Capitán Swing) ha reformulado las discusiones científicas, al bucear en los orígenes de la conciencia dentro del tronco encefálico y al plantear la posibilidad, en términos teóricos, de crear conciencia artificial. Su trayectoria abarca una estrecha colaboración con Jaak Panksepp -pionero de la neurociencia afectiva-, décadas de observación clínica con pacientes neurológicos y, desde 2024, la colaboración con la startup Conscium, que se propone crear una conciencia artificial.
“He estado en Buenos Aires muchas veces por mi rol en instituciones psicoanalíticas. Me siento muy a gusto allí. Como aquí en Sudáfrica, la gente es muy amigable, animada, informal, con buenos valores”, cuenta. En esta conversación, Solms discute el legado incomprendido de Freud, los principios que subyacen a lo que define como “cerebro perezoso”, y qué significa sentirse humano la era de las pantallas y, por supuesto, la inteligencia artificial.
Decir que el psicoanálisis no es ciencia es un gran error, sobre todo para el futuro de la ciencia de la mente
-Su libro, El Manantial Oculto, reformula la discusión sobre la conciencia. ¿Cómo resumiría su tesis?
-Para tratar de entender la conciencia, nos hemos enfocado demasiado en la corteza cerebral. Esto es, en las formas perceptuales y cognitivas de conciencia. Pero no prestamos atención suficiente al tronco encefálico más primitivo. Por lo tanto, yo me enfoco en el afecto, en el sentimiento crudo, que creo que es la forma más básica de conciencia.
-A menudo se apoya tanto en conceptos de la neurociencia afectiva de Jaak Panksepp como en Freud. ¿Dónde radica el puente entre el psicoanálisis y la neurociencia?
-Trabajé muy estrechamente con Jaak Panksepp, desde 1998 hasta que murió, en 2017. Hay dos formas en las que he desarrollado sus puntos de vista. Una ha sido vincularlos con el psicoanálisis, a la que considero una disciplina muy valiosa. Los neurocientíficos estudiamos la mente de manera objetiva, como un órgano corporal, como una cosa, mientras que los psicoanalistas la estudian subjetivamente, como un ser que experimenta. Estoy convencido de que necesitamos estudiar la mente desde ambas perspectivas y encontrar una manera de vincularlas. Cualquiera de nosotros puede mirar su propia vida y ver que todo lo que hacemos, en última instancia, es para sentirnos mejor. Al menos para sentirnos menos mal. Esta es la esencia de la realidad, más allá de los sistemas fisiológicos y anatómicos. La gran tarea de la ciencia es llegar a mejores conjeturas y ver si realmente funcionan de la manera que pensamos que funcionan. Los científicos necesitamos un poco de modestia sobre qué podemos realmente conocer. Avanzamos lentamente. Pero nunca vamos a ver la cara de Dios, por así decirlo.
-En muchos ámbitos no se considera al psicoanálisis como una disciplina científica, que sobrevive solo en Buenos Aires, París y las películas de Woody Allen. ¿Cómo responde a esa postura?
-Decir que el psicoanálisis no es ciencia es un gran error, sobre todo para el futuro de la ciencia de la mente. Freud, con todas sus limitaciones, al menos tomó como punto de partida el hecho de que la experiencia existe, y que los fenómenos subjetivos tienen consecuencias causales. Nunca entenderemos el cerebro si dejamos de lado sus estados subjetivos. De hecho, es la propiedad más única del cerebro: que se siente ser un cerebro. Esto no se aplica a nada más en la naturaleza. Y entonces lo que Freud estaba tratando de hacer era traer la experiencia subjetiva a la ciencia. Estaba diciendo: “Mirá, lo siento: existe”. Así que, lejos de ser anticientífico, creo que Freud expandió la ciencia para incorporar una gran parte de la realidad, es decir, incluir el mundo interior.
-Uno de sus abordajes más intrigantes es el concepto del “cerebro perezoso”. ¿Qué quiere decir con eso?
-Nuestros cerebros son notables pero operan bajo estrictas restricciones energéticas. El principio del “cerebro perezoso” significa que el cerebro construye modelos internos para anticipar el mundo y minimiza el esfuerzo, para solo usar energía en momentos donde hay algo inesperado o novedoso que requiere atención. Este es un mecanismo de supervivencia, perfeccionado por la evolución. El cerebro está constantemente tratando de salirse con la suya, haciendo lo menos posible.
-Ese concepto resuena especialmente en esta época, en la que se delegan cada vez más tareas cotidianas en la inteligencia artificial… ¿Cómo dialoga esta tendencia social con la posibilidad de generar una conciencia artificial?
-Por muy maravillosas y milagrosas que sean las inteligencias artificiales, ninguna de ellas tiene sentimientos ni las propiedades de un ser subjetivo. Hasta ahora, la IA carece de la arquitectura y el sustrato afectivo que definen a la conciencia. Hablamos de procesos del tronco encefálico con más de 500 millones de años, compartidos por todos los vertebrados. En ese sentido, hubo un tiempo muy largo en que no hubo conciencia, entre el Big Bang y hasta que la Tierra se volvió habitable. Eso necesariamente significa que la conciencia debe estar construida a partir de partes y elementos que estaban allí antes. No es mágico. En términos teóricos, es posible construir conciencia artificial si entendemos estos mecanismos lo suficientemente bien como para replicarlos en sistemas sintéticos. El físico estadounidense Richard Feynman dijo: “Si no puedo crearlo, no lo entiendo”. Y creo que esa es una afirmación muy verdadera. En lugar de absorber todos los datos posibles, un agente artificial con sentimientos conscientes estaría impulsado a existir como un bebé, basándose en lo que “se siente bien” o en lo que resuelve sus propios problemas. La esperanza es que tal sistema, a través de la simplicidad y la eficiencia, se acerque más a una inteligencia artificial general genuina.
-¿Qué lugar encuentro hoy en lo humano en una era cada vez más cruzada por la tecnología?
-Hay una enorme cantidad de cosas de nuestra experiencia que por supuesto jamás podremos externalizar a las máquinas o las inteligencias artificiales. Siempre habrá herramientas para usar, y cada vez mejores, pero aun así siempre estaremos en el centro de todo. En definitiva, las herramientas solo sirven para satisfacer nuestras necesidades en el mundo. El error de muchos, sobre todo los ingenieros y los empresarios involucrados en estos grandes avances, es pensar que el mundo ordinario, natural, biológico y emocional es reemplazable. No vamos a escapar de la experiencia, de la comida, el agua o el oxígeno. Veo poco lugar para fantasías omnipotentes.
-Muchos jóvenes optan hoy por desconectarse de las redes sociales y de presumir un escepticismo tecnológico. ¿A qué se lo atribuye?
-Puedo entender por qué se sienten así. Tampoco perdamos de vista el hecho de que gran parte de esta tecnología está diseñada por personas que están tratando de ganar dinero con nosotros. No están de nuestro lado. Como sucede con las drogas, ya sabes, es muy bueno para el traficante si te conviertes en un adicto. En última instancia, es necesario encontrar un equilibrio también con respecto al uso de los aparatos. Pueden servirnos para bien y hacer nuestras vidas más fáciles hasta cierto punto. Pero hay un punto en el cual se convierten en nuestros amos y nosotros, en sus esclavos.






