La novela de Evgueni Zamiatin abrió el camino para 1984, pero también se sigue reflejando en muchas series de hoy
Antes o después de la pandemia que azotó al mundo. En las últimas elecciones presidenciales de Argentina, desde cualquier posición política o partidaria. Frente a cada uno de los conflictos bélicos recientes: Rusia, Ucrania, Israel, Gaza, víctimas de bombardeo desde la nueva ciberguerra fría entre Estados Unidos y China por la batalla de Tik Tok. En una ciudad tomada por el narcotráfico. O en un país de muy poca superficie, militarizado y con la cárcel más grande de todo el continente.
En todos los casos “distópico” o “esto parece una distopía”, es lo que se escucha día a día. No importa en qué lugar del planeta estemos. También en la industria del entretenimiento: las series de TV, después del auge por temas y géneros como el policial, la investigación médica o lo forense, dieron paso a producciones centradas en lo distópico: El cuento de la criada, Years and years o Black Mirror.
Sin Nosotros, jamás hubieran existido algunas de las novelas más importantes de la literatura, como 1984 de George Orwell
Pero, ¿de dónde viene exactamente este concepto, tan específico del género literario de la ciencia ficción, que hoy se ha convertido en una manera de describir la actualidad?
A pesar de que la palabra existe desde el siglo XIX –la primera utilización del término “distopía” documentada es de John Stuart Mill en 868 – fue en el siglo XX cuando la palabra tomó entidad. Exactamente, cuando hace 100 años, se publicó en inglés la novela Nosotros, de Evgueni Zamiatin.
Sin Nosotros, jamás hubieran existido algunas de las novelas más importantes de la literatura, como 1984 de George Orwell, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, Fahrenheit 451, de Ray Bradbury e incluso La naranja mecánica de Anthony Burgess. Novelas, según Elvio Gandolfo en su ensayo El libro de los géneros recargados, que no niegan lo real, sino que se nutren de ella. Son relatos de lo que tal vez ‘podría pasar’.
Ese ‘podría pasar’ representa acaso la definición más precisa de la distopía, el subgénero que nació hace un siglo. Lo lejano y ficticio, convertido en la realidad más tangible.
Al comienzo de la novela de culto de Salvador Benesdra, El traductor, su protagonista expresa que se imagina que luego de la caída del muro de Berlín “no sólo desaparecería la URSS y con ella la izquierda víctima y la izquierda verduga, sino que el sol mismo se había puesto a transgredir sus propias normas”.
Algo similar sucedió en la vida del autor ruso: fue víctima de dos verdugos, el estado zarista y la dictadura estalinista. Y eso no le impidió desafiar las reglas copernicanas de la política y de la literatura que lo precedieron.
"Aunque Zamiatin terminó la novela en 1921, no la vio publicada hasta 1924, solo en inglés"
Evgueni Zamiatin, hijo de un sacerdote ortodoxo y de una maestra, nació en Lebedyan a unos 400 km de Moscú. Estudió ingeniería naval y en su juventud se unió a la causa bolchevique, lo cual lo llevó a tener que escapar del país por la represión del Zar durante la Revolución rusa de 1905. Regresó a San Petersburgo, donde vivió ilegalmente antes de asentarse en Finlandia en 1906 para terminar sus estudios.
Recibido de Ingeniero naval, residió en Inglaterra y volvió a Rusia donde comenzó, muy influenciado por H. G. Wells, a escribir relatos de ciencia ficción en revistas. Se unió a la cofradía de escritores que habían abrazado la revolución rusa de 1917. Aunque esta relación no duraría mucho.
Zamiatin comenzó a escribir Nosotros en 1919 y aunque la terminó en 1921, no la vio publicada hasta 1924, solo en inglés. Fue su editor inglés quien eligió el título “Nosotros”, ya que hasta entonces el escrito no tenía nombre.
Nosotros se convirtió en la primera novela del género distópico. Zamiatin narra una vida opresiva, gris y ultrarrracional en un país o nación corporativa llamada “Estado Único”. La máxima autoridad es el severo “Bienhechor”. Los hombres y mujeres no tienen nombres, sino números. Trabajan con horarios fijos y tienen horas predeterminadas para hacer el amor, en edificios absolutamente vidriados y a la vista de todos. El narrador, D-503, es el constructor (como Zamiatin) de una nave espacial para alcanzar otros planetas donde el Bienhechor y el Estado único quieren llevar su modelo.
"Nosotros asentó casi todas las bases arquetípicas de la novela distópica"
El relato es en primera persona, al igual que La Naranja Mecánica o 1984, lo cual acerca la novela al maquinal monólogo interior de Memorias del subsuelo, de Fiódor Dostoievski.
Un bolchevique disidente
Zamiatin fue comunista en su juventud pero nunca se convirtió en un reaccionario, en un anti-modernista o antiizquierda. Más bien escribe pensando en un título donde la individualidad se licua en un plural informe y desprovisto de subjetividad: Nosotros.
Espantado de la persecución zarista, horrorizado por el camino dictatorial que había tomado la revolución bolchevique, Zamiatin crea un personaje principal, amante de la matemática que afirma que “La revolución está en todos lados y lo es todo”. Haber presenciado el modelo de producción taylorista en Inglaterra le produjo una gran impresión al escritor ruso: la producción capitalista en cadena podría conducir a la esclavitud administrada.
Nosotros asentó casi todas las bases arquetípicas de la novela distópica. El mundo soñado como la utopía, enfrentado a su contrario, la distopía. Lo humano versus lo inhumano (robótico, ultra-racional, sintético), la necesidad déspota y totalitarista de reformatear la sociedad, típica de un gobierno represor.
La separación y a la vez cercanía con el mundo salvaje ya está prefigurado en Nosotros, como años después lo sería el personaje de John el Salvaje en Un mundo feliz. O la posibilidad de que, en apenas segundos y de forma accidental, la modernidad urbana se transforme en una supervivencia pastoral y cavernícola, a la luz de un fósforo y mediante la fuerza bruta, como en El Club de la pelea o la trilogía de J. G. Ballard compuesta de Crash, La isla de cemento y Rascacielos.
En los edificios transparentes de Nosotros se vislumbra el panóptico de Jeremy Bentham, muchos años antes de que fuera reformulado por Michel Foucault como brazo teórico de su microfísica del poder.
George Orwell reseñó el libro para The Tribune en el año 1946, (tres años antes de la publicación de 1984) y dejó entrever, con astucia y fina malicia, los paralelismos con Un mundo feliz, publicada siete años después. Huxley no se dio por aludido. Por otra parte, a pesar de que Orwell había empezado a escribir 1984, es evidente la semejanza entre el Gran Hermano y el Bienhechor.
En el cine la influencia, consciente o no, es constante: en las telepantallas para vigilar operarios en Tiempos modernos de Chaplin, en los costos de un país con tasa de desempleo cero como en La purga y en los hombres-número de THX 1138, de George Lucas. Y en esta, como en Brazil de Terry Gilliam, V de Vendetta o Matrix, el tema del amor prohibido (la pasión D-503 por la mujer I-330.), provoca la rebeldía política. La reciente y asombrosa película Lola, de Andrew Legge, donde la utopía de vencer a Hitler da paso a una distopía (o ucronía) de una guerra entre Estados Unidos e Inglaterra, es otro ejemplo destacable.
Nosotros y nosotros, hoy
En un artículo sobre Nosotros de la revista The Week, el autor Michael Brendan Dougherty nos advierte efectos más contemporáneos: “Uno ve en las nuevas esperanzas maníacas de la Big Data, un reflejo de la fe torturada de Zamiatin: la capacidad de la investigación matemática para revelar los misterios de la vida social y la historia”. Para Zamiatin, el modelo de sociedad racional, perfecta y deshumanizada que perseguía la URSS, finalizaría en tiranía. Como “la técnica Ludovico” de La naranja mecánica para curar la violencia, eliminaría al fin y al cabo, gran parte de la vida humana.
El protagonista de Nosotros, lo desea y lo teme: “Un día, una fórmula exacta para la ley de la revolución se establecerá y con ella las naciones, las clases, los libros y las estrellas serán expresados como cantidades numéricas”.
Zamiatin, exiliado doble, murió en la pobreza en París en 1937. Durante su tiempo fue despreciado por sus colegas y compatriotas que lo denunciaron por ser antirrevolucionario. Fue el único lugar y momento de la historia en que la crítica literaria se conjugaba con la muerte: la acusación de formalismo era sinónimo de Gulag o fusilamiento.
Nosotros, traficada y leída en secreto durante los años de la Unión Soviética, pudo publicarse en Rusia en 1988, antes que desapareciera la URSS. Fue el mismo año que se levantó la censura a 1984 de George Orwell.