¿Qué simulan los grandes simuladores?
Habrá Argentina en 2024. Esa certeza, al menos, nos traen los afiches promocionales de Los Simuladores, artistas del engaño utilizado para el bien que planifican a largo plazo y prometen regresar en ese año comandados por Damián Szifron y con la heráldica de Paramount. La campaña contiene, en el detalle, otra confirmación: en el 2024 también habrá cines. Y competirían para el Oscar 2025... ¿Nostalgia del futuro? Veteranos de otras crisis, veremos cómo se las ingenian para activar sus mecanismos en este campo minado de incertidumbres.
La impostura, exagerada, es también el argumento metacinematográfico detrás de la hilarante y mordaz Competencia Oficial, película del dúo argentino Duprat-Cohn en la que los enredos de ego, reputación y apariencias arman el tono de comedia.
La ingeniería social y el artificio ganan terreno alimentados por la contemporánea omnipresencia de las redes sociales, especialmente por montajes y apariencias de perfiles y vidas editadas. Y la simulación, en rigor, se ha convertido en el tema que desvela a guionistas en los límites entre la ficción y la no-ficción. Netflix parece obsesionado con el tema y lo promueve como si hubiera descubierto un nuevo subgénero dramático. La impostura concretamente, más que la estafa o la mentira.
El montaje, a veces inescrupuloso, desmedido de la apariencia, es el eje rector detrás de Inventing Anna (serie de ficción donde “todos los hechos son reales salvo los que se han inventado”) que este mes se convirtió en un éxito de Netflix: el certero ojo de la guionista y productora Shonda Rhimes (Grey’s Anatomy, Bridgertone) se enfoca en la subtrama confesional de una joven que simula ser quién no es para lograr sus objetivos en la alta sociedad neoyorquina.
Hoy, tras años encarcelada, Anna Sorokin (31), la Anna Delvey de la historia, ganó gracias a Netflix más dinero que el que le birló a terceros, pero sigue en su peripecia legal de encierros y deportaciones. Su delito social, sostuvo en una carta reciente, está recibiendo mayor condena o ensañamiento legal que infracciones o daños considerados más graves. El protagonismo en pantalla se desplaza del simulador a los crédulos, los inocentes: la fantasía, el temor, el morbo. La tensión dramática no pasa solo por el villano, sino por identificarnos con la víctima incauta.
Otras tres narraciones recientes bucean en el aspecto más colectivo de esta ingeniería social que oscila entre la seducción, el magnetismo, la mentira sostenida y la autoficción.
Porque el relato alrededor de las empresas tecnológicas Uber, Theranos y WeWork contiene además delirios bursátiles billonarios, megalomanía y promesas revolucionarias sobre “disrrumpir” el transporte urbano, el negocio de la salud o la vida en las oficinas y hasta, por qué no, cambiar el mundo.
Elizabeth Holmes (37), condenada por fraude hace apenas tres meses, y su empresa Theranos, que prometía mágica solución a los diagnósticos clínicos sin más que una gota de sangre, se ven a detalle en el reciente estreno The Dropout (Star+) pero en breve se sumará Bad Blood y ya hay otros dos documentales sobre un tema que obsesiona a los Estados Unidos: toda la liturgia alrededor de Silicon Valley queda salpicada.
De hecho, esta misma semana, la historia de Adam Neumann (42), el creador de WeWork, las fantasías de un imperio que modificaría la cultura laboral y el real-estate, y su pareja llegaron a la pantalla de AppleTV+. Titulada WeCrashed (“¡Chocamos!”) es la intimidad del ascenso y caída esperada de un montaje que llegó a valer 47.000 millones de dólares. También el ex CEO de Uber, el controvertido Travis Kalanick (45) es parte de la saga: la polémica batalla por Uber es narrada por Quentin Tarantino en Super Pumped (Showtime).
Sin embargo, el fenómeno es expresado en plenitud desde un lugar más periférico. Días atrás, se estrenó en el prestigioso festival SXSW un documental sobre una celebridad del universo de los creadores de contenido, el videasta, animador y carismático YouTuber David Dobrik (más de 60 millones de seguidores). En el documental el experimentado director Casey Neistat acelera en la búsqueda del retrato del influencer, apoyado más en las técnicas del footage (uso y abuso de los registros en video de Dobrik) que en la construcción narrativa convencional y nos devuelve un extraño perfil de un joven repleto de matices y polémicas éticas.
La construcción de una identidad, más allá de la personalidad pública, es un hilo invisible generacional que atraviesa todos los casos en el comienzo del siglo XXI: ¿qué somos, cómo nos ven, cómo queremos ser vistos?
Literaturas del yo escritas por los otros. Lejos de la promocionada realidad virtual y las teorías de la simulación informática (ver Matrix…), los seguidores del filósofo Jean Baudrillard también han abordado el simulacro. Como rescata el inglés Paul Hegarty: “La simulación emerge cuando lo real no tiene nada mejor para ofrecer”.