Reseña: Ese corazón, un desperdicio, de Denis Fernández
Aunque la novela se presente hoy como un territorio cada vez más ancho, un campo abierto de posibilidades sin demasiadas prerrogativas, sería caprichoso decir que Ese corazón, un desperdicio, el último libro de Denis Fernández (Buenos Aires, 1986), pertenece a ese género, o que este tenga la necesidad de reclamarlo. Mejor, más atinado o preciso en su inevitable y paradójica imprecisión, resulta considerarlo como un híbrido, uno de esos bienvenidos desajustes formales que suelen poner en aprietos –urgidos de definiciones– a esos mártires poco reconocidos que son los contratapistas.
La conexión entre los siete textos que componen el libro es tenue –un yo a veces tardío o esquivo, algún nombre propio, un ámbito que funciona casi como estribillo–, pero fundamental en tanto permite que el resto de los elementos naveguen por sus páginas, más que establecerse, desde la comodidad y docilidad nubosa de mojones o raptos de la conciencia.
Otra clase de continuidades –ya no estructurales– hacen que la experiencia se presente en ocasiones casi como alegoría, o que el relato potencie su carácter hipertextual. Así, en “Como cebras” se narra un viaje que amenaza con lo siniestro en el que sus protagonistas, sin embargo, consiguen adaptarse y cambiar el curso de las cosas; otras veces, como en “Resiliencia biológica”, “La Taiga” o “Los niños a la luna”, la referencia –llámese Youtube, un documental de Herzog, un artículo de National Geographic– dispara el ansia empírica, el escape imaginario y la mímesis o, más extrema, la alucinación que reencauza los términos de una vida.
Dos textos, los que abren el libro, resultan algo más lineales –pero no menos laxos– en su desarrollo. El primero, “Surubíes en el bosque flotante” es el más logrado, con el eje padre-hijo que alimenta una epifanía anunciada y aun así de gran contundencia poética, lejos de ciertos lugares comunes de la sensibilidad o la percepción que debilitan el segundo (“Altas Cumbres”), en el que además el título del conjunto desembarca de manera bastante forzada.
Es cierto que fortalezas y debilidades suelen tener, en una escritura, un mismo origen. En el caso de Fernández, hay algo medular en sus modos de la deriva que por momentos produce amesetamiento o previsibilidad emocional, y que acaso atente contra la expectativa o la intensidad de la lectura. Puede que no salga indemne de esos riesgos, y aun así es a partir de ellos, de sus digresiones, traspolaciones y espacios en blanco, que el libro encuentra su singularidad. Como para que el lector se guarde las etiquetas en el bolsillo, dispuesto a ir detrás de lo que un texto es, y no lo que –absurdamente– debería ser.
Ese corazón, un desperdicio
Por Denis Fernández
Hexágono
95 páginas, $ 25.900




