Reseña: Los años que vive un gato, de Violeta Gorodischer
A veces el pasado se instala en el presente para rescatar los momentos cruciales de la vida, como ocurre en Los años que vive un gato, la primera novela de la escritora Violeta Gorodischer (Buenos Aires, 1981). La narración compone una historia de iniciación con una mirada refrescante sobre la familia.
La memoria siempre necesita algo que la despierte; en este caso no es una magdalena, sino un comentario superficial: a la narradora le dicen que se parece a su hermano y ella recuerda el día en que quiso verlo muerto. Con ese empujón salta a su infancia, y desde la voz de la nena que alguna vez fue narra los episodios cruciales para ella y su familia. Empieza por las vacaciones en Cuba en las que empezó a advertir que las cosas no eran como se las contaban. Las peleas con su hermano y la complicidad; las explicaciones paternas sobre la revolución y el Che; las miradas entre sus padres; cada gesto parece contener mucho más de lo que aparenta.
De ese modo, la narradora relata a medida que crece en el contexto de la década de 1990, en una Argentina especial, un período que también tuvo la cualidad de la máscara. El centro de su mundo se desplaza: primero es su familia de clase media, que mantiene un estilo de vida holgado, con ambos padres profesionales, y una empleada doméstica que vive con ellos. A medida que se avanza, la vida urbana cobra protagonismo, en especial en la adolescencia, que ahonda en la sexualidad, las relaciones afectivas, los miedos nuevos, la búsqueda de un camino propio. Son temas que reaparecen en otro libro de Gorodischer, los cuentos de Sueños a 90 centavos.
Los capítulos de la novela encarnan un episodio que empieza y parece terminar en sí mismo, pero en realidad se enlazan a lo largo de un recorrido que permite ver los hitos significativos en la historia familiar. La llegada del gato como un integrante más del grupo funciona como uno de los ejes conductores, y resulta una estrategia ingeniosa.
Con ternura, la mirada de la narradora logra poner en escena los prejuicios de clase, cierta xenofobia más o menos encubierta. Lo hace con una voz natural, pero nada ingenua, que todavía no conoce el corsé de la corrección política. Más aún, el tono de esa voz parece madurar y modificarse al mismo tiempo que la protagonista. La sensación es de descubrimiento: cae el velo infantil y se anuncia otra verdad, por momentos dolorosa, por momentos liberadora.
Podría decirse que lejos de narrarse una fractura familiar, como escribe Juan Sklar en el prólogo, sucede lo contrario: la historia descubre los momentos precisos en que la realidad amenaza a cada uno de los miembros, con una enfermedad grave, un silencio o el desgaste de la rutina; el hilo que los une se tensa, pero para no dejarlos caer.
Los años que vive un gato
Por Violeta Gorodischer
El Cuaderno Azul
141 páginas, $ 5500