Reseña: Tanto, de Nurit Kasztelan
Una mujer se va sola a una casa en el campo, no sabe qué hacer con tanto verde en los ojos y escribe la bitácora de ese viaje en Tanto, primera novela de la poeta Nurit Kasztelan. La narración es una búsqueda a través de la llanura, un intento de descubrir algo que no conoce de sí misma, como si el verde fuera un modo de sanar la ceguera de la ciudad.
La trama avanza así: el movimiento de las plantas, la luz que sigue a la oscuridad de la noche, el lento desnudarse de los árboles, las estaciones, la lluvia, la bruma; es decir, la sucesión de las cosas en la monotonía de un paisaje que deja de serlo para convertirse en el maestro más riguroso y constante. No da tregua ni espera, solo avanza con pulso propio y obliga a la mujer a estar atenta.
Ella no escucha música porque le trae demasiados recuerdos, prefiere contemplar los sonidos que la rodean. “Con los pájaros aprendió que una forma de ver es escuchar”, piensa. Y a medida que pasan los días, el verdadero hallazgo son las frases que dan con un sentido más allá de la anécdota.
En ese transcurrir se da permiso para estar en un presente rotundo, hecho de las variaciones del verde que la luz pinta sobre las hojas, del aire que se carga de una memoria escurridiza y densa. Ella esquiva los tramos de pasado que se le imponen, quiere vaciarse de ellos.
Con el pulso del haiku, Tanto se desliza en un lenguaje preciso, en la quietud hipnótica de un fraseo que hace de la naturaleza algo nuevo, al estilo de Los llanos, de Federico Falco, aunque la reflexión en Kasztelan despierta lírismo en la pura contemplación y viaja hacia la trayectoria ilimitada de otro saber.