Sin estrategias de largo plazo ni consensos no llegará el desarrollo del país, dice Francisco de Santibañes, el nuevo director del CARI
“La Argentina necesita romper el acuerdo implícito antidesarrollo que condena al subdesarrollo”. ¿Cómo? “Con liderazgos empeñados en revertir los usos y costumbres de la dirigencia nacional, pero no solo la política, sino también la empresarial, sindical, académica, intelectual. Los liderazgos son capaces, en determinadas circunstancias críticas, de romper esos acuerdos y lograr el tejido de una nueva coalición de intereses que combine los ingredientes esenciales para alcanzar el desarrollo”.
Quien hace este diagnóstico de la decadencia argentina y la receta para remontar la cuesta es Francisco de Santibañes, nuevo presidente del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), que junto con Lucio Castro es autor del libro Estrategia. Un nuevo acuerdo para el desarrollo, editado por la Universidad Austral. El libro propone paradigmas indispensables para la salida del populismo y aparece en un momento político de gran expectativa e incertidumbre.
De Santibañes, académico internacionalista, profesor en la Universidad Austral con una larga experiencia en el exterior, dice que “una transformación política y económica para retomar el camino del desarrollo necesita una estrategia. No es que no podemos pensar estratégicamente porque estamos en crisis, sino que estamos en crisis porque no pensamos estratégicamente”.
Lo entrevistamos en su oficina del CARI, en el centro porteño, para hablar de su libro pero también de su análisis de lo que espera a la Argentina y su nuevo gobierno en materia de política exterior.
"Necesitamos que la dirigencia, no solo la política, sino también la empresarial, la sindical, la intelectual y la diplomacia tengan diálogo y generen consenso, dentro de sus propios ámbitos y hacia afuera"
La situación actual del país llega luego de décadas de juego no cooperativo de los actores políticos y económicos con horizontes de corto plazo, débil institucionalidad, malas prácticas de gobierno y los efectos de los shocks internacionales negativos, señala. En su opinión, faltaron liderazgos con una visión de nación a largo plazo. El presente requiere romper con el statu quo, ese consenso implícito de mantener todo como está en beneficio de pocos y perjuicio de muchos. El rol del liderazgo hoy es fundamental.
–Un proyecto estratégico a largo plazo requiere no solo un cambio de gobierno sino también un cambio de cultura política. ¿Cómo lo concretamos?
–Necesitamos que la dirigencia, no solo la política, sino también la empresarial, la sindical, la intelectual y la diplomacia tengan diálogo y generen consenso, dentro de sus propios ámbitos y hacia afuera. Creo que dentro de la dirigencia empresarial también hay falta de diálogo y prejuicios. Se pone el foco en lo político y no se habla de lo que pasa con el empresariado. Es esencial que la dirigencia empresaria asuma su rol como parte de la dirigencia nacional apuntando a la política exterior. Hace décadas que el país enfrenta una crisis de la dirigencia en ese sentido y necesitamos que se solucione para generar confianza.
En su libro, De Santibañes recurre a casos de evolución del subdesarrollo al desarrollo. Son los de Francia con la Quinta República, el de Israel luego del proceso hiperinflacionario de 1984 y el de la España posfranquista. Todos tuvieron en común la presencia de líderes capaces de generar acuerdos que persisten más allá de su mandato y que terminan encarnando en normas sostenibles en el tiempo. Un componente esencial de los acuerdos pro-desarrollo es el pacto entre las fuerzas políticas, económicas y sociales, posibilitado precisamente por los liderazgos.
‘El fenómeno de la polarización es estructural y se está dando en gran parte de Occidente y en América Latina. Hay una desconfianza generalizada hacia las clases dirigentes y el diálogo se vuelve más difícil’, dice De Santibañes
–La ausencia de estrategias a todo nivel pareciera ser una consecuencia directa de la falta de capacidad o voluntad de nuestros dirigentes, que han preferido polarizar al costo conocido.
–No solo nuestros dirigentes. Miremos a Donald Trump en Estados Unidos o Narendra Modi en India. Toda esta generación de líderes conservadores populares emerge como manifestación del rechazo de un amplio sector de la población hacia las dirigencias. Todo alimentado también por las redes sociales, porque los medios tradicionales no juegan más ese rol de curaduría. Ahí tenemos un avance de lo que nos espera en materia de influencia de los avances tecnológicos en la política. Está claro que las redes ayudaron a polarizar el diálogo, pero no tenemos claro cómo va a ser su influencia en el futuro inmediato, no sólo en las políticas internas y externas de los países, sino también en las relaciones laborales. Algo de lo que explica el malestar de la sociedad con la dirigencia tiene que ver con el fenómeno de automatización, que es el reemplazo del trabajo bien pago y seguro por trabajo mal pago e inestable. Un ejemplo es lo que está sucediendo con los robots, que comenzaron a reemplazar a los trabajadores en las fábricas automotrices. En Estados Unidos, los focos de malestar con el establishment que derivaron en la elección de Trump se ubicaron en el Medio Oeste industrial. Ahora, con la inteligencia artificial posiblemente se vean afectados otros sectores de la sociedad; no la clase media baja, sino profesionales, creativos, publicitarios. ¿Cómo, en qué grado? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que va a tener efecto en la política doméstica de los países y, por lo tanto, en la política internacional. Los líderes a los que nos referíamos, como Trump, tienden a ser más nacionalistas y desconfían del rol de la colaboración entre países por medio de los organismos internacionales.
–A pesar del cambio de gobierno, no da la sensación de que la polarización vaya a disminuir. ¿Cómo se puede plantear un diálogo hacia un acuerdo a largo plazo en estas condiciones?
–El fenómeno de la polarización es estructural y se está dando en gran parte de Occidente y en América Latina. Hay una desconfianza generalizada hacia las clases dirigentes y el diálogo se vuelve más difícil. Este diálogo puede ser facilitado desde la sociedad civil, que es lo que intentamos desde instituciones como el CARI. Nuestra función no es tomar posición sobre temas específicos, sino que nos ofrecemos como un lugar donde todas las partes se sientan cómodas para venir a dialogar. Nuestro objetivo tampoco es hacer lobby, sino darle mayor visibilidad a temas estratégicos para el país, que debido a la coyuntura y a la permanente crisis económica son dejados un poco de lado en la agenda de los dirigentes. Nosotros les recordamos que son temas prioritarios; que crear consensos a través del diálogo democrático y republicano es una necesidad. Si esto no se logra, el país termina pagando costos innecesarios. En materia de política exterior, un ejemplo es lo que pasó con los Brics. La invitación a participar tomó prácticamente por sorpresa a la delegación argentina. Es importante, como sucede en otros países, que la discusión interna se produzca antes de los anuncios y se trate de llegar así a acuerdos de largo plazo. Si no, llegamos a una situación en la que oposición y el oficialismo tienen posturas distintas y eso puede tener un costo importante en la reputación del país.
–Tanto Milei como su canciller, Diana Mondino, hablaron de una mayor inserción de la Argentina en el mundo, sobre todo en Occidente. Es un giro respecto de la política exterior del kirchnerismo. ¿A qué aspecto en particular habría que prestar atención?
–La Argentina tiene muchas oportunidades en un contexto económico más abierto. Sobre todo, tenemos una buena capacidad de generación de empresas nuevas. En la medida en que haya mayor estabilidad en las reglas de juego para los emprendedores, mejores serán las posibilidades. La Argentina, de hecho, tenía más unicornios que Brasil y hoy tiene muchos menos. Lo positivo es que a diferencia de los brasileños, los nuestros miran al mundo. Ahora estamos en una transición que genera temores e incertidumbre, pero también muchas oportunidades. Hay un fenómeno nuevo que estamos observando desde el CARI y otros think tanks: da la impresión que la tensión entre Estados Unidos y China está en cierto sentido disminuyendo. Esto está relacionado con la menor tasa de crecimiento chino. A países medianos como la Argentina esta nueva situación les da mayor margen de maniobra para entablar el diálogo con otros países de la misma escala, como Canadá, Nueva Zelanda y también más grandes, como India. Para eso estamos en el CARI, para informar a las autoridades sobre cómo funciona el mundo, conocer más a las dirigencias e intereses de otros países. Por ejemplo, la relación entre la Argentina y Brasil es mucho menos intensa que hace veinte años; de India conocemos poco sobre su dirigencia. Nos ofrecemos como espacio de diálogo para establecer confianza y sentar los pilares de una política exterior sólida.