Un atlas ensayístico sobre el cuerpo humano
Hotel Bel-Air, 1962. En la foto, Marilyn Monroe está sentada, el torso inclinado hacia adelante, de espaldas a la cámara de Bert Stern y al espectador; la envuelve un vestido de terciopelo negro de la maison Dior (seguramente diseñado por Marc Bohan), La austera severidad del negro es literalmente desgarrada por un escote posterior en V que deja desnuda la piel blanca desde los hombros hasta la cintura. El esplendor de la carne que emerge del oscuro paño, pesado y sensual, compite victorioso con la cara bellísima de la actriz cuya cabeza está girada hacia atrás, mirando a la lente. La razón de ese triunfo está en la expresión de fatiga y resignación de Marilyn. Un mes y medio después, se suicidaría. De esa imagen parte Pablo Maurette, el autor de El sentido olvidado y La carne viva, para escribir “La piel (o el vestido de terciopelo)”, uno de los veintidós ensayos de su flamante libro Atlas ilustrado del cuerpo humano (Clave Intelectual), con dibujos del artista catalán Julio César Pérez.
Maurette no es biólogo ni médico ni anatomista, pero desde su primer libro investiga, reflexiona y escribe sobre los órganos y funciones de los seres humanos con una perspectiva que comprende la ciencia, la filosofía, el arte, la literatura, la historia, sin olvidarse de la cultura popular, es decir, el cómic, el rock, el cine, las series de televisión y los videojuegos; además, del humor.
Los temas de los veintidós ensayos de su Atlas son arbitrarios. Por ejemplo, tres de los textos se ocupan de la mano. El libro empieza con una anécdota personal. Pablo tenía poco más de un año, gateaba, trataba de erguirse y mantenerse en pie aferrándose a objetos y muebles. Tuvo la mala idea de tomarse de una escultura de mármol que había en la casa de su abuela. La mole le destrozó la mano derecha. De ese episodio, le quedó una cicatriz en forma de y. Ese primer ensayo tiene como título “La mano (o los hijos de Anaxágoras)”; allí despliega dos teorías de la Antigüedad, que aún tienen vigencia. En Las partes de los animales, Aristóteles dice que el filósofo presocrático Anaxágoras pensaba que la superioridad de la especie humana se debía a la mano, que permitió al hombre fabricar herramientas; esa actividad lo llevó a desarrollar el lenguaje y la inteligencia. Aristóteles, en cambio, pensaba que el hombre tiene manos porque es el más inteligente.
Para recorrer las “regiones” de su Atlas, Maurette cuenta peripecias amorosas, conyugales y domésticas que lo convierten en sufrido motor de una gracia irresistible. Por ejemplo, en el capítulo sobre microbiota intestinal, cuenta la dieta que su esposa, repentinamente adicta al asunto, impuso en el hogar: leche de almendra; aceite de oliva prensado en frío; sal rosa del Himalaya; agua de alfalfa con todas las comidas. “De lo que se trataba era de morir sano.” La ordalía lo condujo a leer libros para discutir con su cónyuge y a confirmar no solo que yo son los otros, sino a deducir que no existe yo. Cada hombre es un ejército de trillones de microbios conspirativos.
Como escritor, Maurette emplea un hábil recurso narrativo. Pablo y su hermosa mujer, alta, rubia, esbelta, y de un chic racé, devienen en el Atlas personajes de comedia literaria, teatral o televisiva, escrita por Nancy Mitford y Evelyn Waugh, con toques de la Commedia dell’ Arte, Mario Monicelli, y erudición.
Maurette cierra su Atlas con “El pedo”, un fenómeno que causa gracia y vergüenza, dice. Y agrega: “Para muchos, su naturaleza chabacana no tiene lugar en la alta literatura. Quienes osan conjurarlo son pocos, pero buenos: Horacio y Aristóteles, Chaucer y Rabelais, Dante y Boccaccio, Swift, Joyce y Beckett, Cortázar y Apollinaire”. El escritor se hace eco de una taxonomía que llega hasta la Antigüedad: hay pedo cristalino, de obrero, corneta, de señorita, provincial, y muchos más.
De los restantes capítulos, menciono el pulmón, el aliento, el estornudo, el músculo cremáster, la pantorrilla: una variedad tan rica como la prosa de Maurette que va desde el lirismo, la precisión y la lengua popular, hasta la tragedia y la sensualidad. No es poco, ¿no?