Una historia de culturas en conflicto y de sangre en la pampa gringa
En Moisés Ville, Santa Fe, gauchos y colonos judíos hallaron la forma de convivir
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El sábado 17 octubre de 2015 salí con urgencia hacia Moisés Ville. Llevaba tiempo sin ir a ese pueblo pequeño, situado en el medio de la provincia de Santa Fe. Desde mi casa en la ciudad de Buenos Aires, la distancia era de más de 600 kilómetros, e intenté viajar rápido porque allí un hombre de 77 años (“Cacho” Galeano) acababa de matar a otro de 79 (“Yaco” Villarroel) y aunque yo no conocía a ninguno de los dos, supe que debía estar en Moisés Ville.
Este drama de dos hombres mayores, ocurrido después de casi medio siglo sin asesinatos en el pueblo, aparece ahora en una nueva edición de Los crímenes de Moisés Ville, un libro que había llegado a las librerías por primera vez en 2013, publicado por Tusquets Editores. Ahora, renovado, vuelve con más historias, más viajes y más crónicas.
El libro es una investigación detectivesca sobre 22 homicidios ocurridos entre 1889 y 1906, en los cuales se multiplica el puñal en la mano del gaucho bandido; al mismo tiempo, es una memoria familiar que va cuatro generaciones hacia atrás, hasta encontrar a un hombre llamado Mijl Hacohen Sinay. Él fue el padre de mi abuelo. Él fue, además, quien escribió un largo relato sobre aquellos 22 crímenes. Mis preguntas alrededor de ese relato y alrededor de esos homicidios me llevaron a sumergirme en una prolongada investigación y cuando regresé a la superficie, algunas personas me preguntaron de qué se trataba esta crónica. “Es la historia del surgimiento de una identidad”, les respondí yo. “Una identidad que nació cuando el choque de dos culturas se transformó, después de algunos años, en la cooperación de esas mismas dos culturas”. Me refería a aquellos gauchos y a aquellos colonos. Primero había corrido sangre. Luego encontraron una forma de convivir.
Parece mentira que todo eso haya ocurrido en un sitio tan pintoresco y tan silencioso como Moisés Ville.
En su auge, en la década de 1940, fue la colonia agrícola judía más importante entre las quince fundadas por la Jewish Colonization Association (la JCA) del Barón Maurice von Hirsch. Con el paso del tiempo, los judíos se fueron yendo de ahí hacia las ciudades, y ahora quedan allí solo 115. La población total es de unas 2.500 personas.
Yaco Villarroel, la víctima de 2015, murió de un disparo de escopeta. Cacho Galeano, que gatilló, era su vecino. Se odiaban desde hacía tiempo.
Esa historia me llevó a meditar una vez más acerca de las cuestiones que plantea Los crímenes de Moisés Ville: ¿por qué ocurrieron aquellos asesinatos, más de cien años atrás? ¿Qué hacían los inmigrantes judíos rusos en los campos de la provincia de Santa Fe? ¿Cuál fue el destino del gaucho matrero? ¿Cómo se dio la evolución de esas dos identidades? Sospecho que en 2025 logré entender estas cuestiones un poco mejor que antes porque, además del asesinato de Yaco Villarroel, hubo tres lugares que me hicieron ver con ojos nuevos a Moisés Ville: la colonia menonita El Tupá —en la provincia de San Luis—, la pequeña ciudad de Kiryas Joel en el norte de Nueva York —poblada por judíos ortodoxos—, y la misteriosa Grodno, en Belarús.

Mientras yo viajaba por esos tres lugares, no había nada que a mí me hiciera pensar que estaba preparando nuevas líneas para sumar a este libro. Es decir, no viajé pensando en escribir. Sin embargo, la rueda de lo real gira sin detenerse: cualquiera que escribe crónicas lo sabe. El autor propone; la realidad dispone. Así, la realidad dispuso sobre mí, influyó sobre mí, y algunas de mis ideas originales respecto a Moisés Ville se transformaron luego de visitar aquellos sitios.
Por eso Los crímenes de Moisés Ville es, en esta nueva versión de 2025, un libro más grande, más poderoso y más inmerso en el presente —y quizás también, de alguna manera, en el futuro. En la canción “Almost Like The Blues”, Leonard Cohen canta: “I listened to their story/ Of the Gypsies and the Jews/ It was good, it wasn’t boring/ It was almost like the blues”. Muchos visitantes llegan a Moisés Ville y quieren ver el rostro de sus ancestros y, como en el tema de Leonard Cohen, quieren escuchar una buena historia.
Algunas de las buenas historias de esta localidad santafesina (como las de Leonard Cohen) se deben a que siempre fue un territorio multicultural. Y aunque es fácil imaginar el futuro de la diversidad en ciudades cosmopolitas como Buenos Aires, San Pablo o Nueva York, no es tan fácil pensar qué les espera a las identidades remixadas que florecen en las periferias de la pampa gringa —o en sitios similares—. Ese es un ejercicio que tiene dosis de misterio y de provocación.
“La mayoría de los jóvenes que conozco son mucho más internacionales y multiculturales que yo”, dijo el escritor Pico Iyer en una charla TED titulada “¿Dónde está el hogar?”, en 2013. “Tienen un hogar relacionado con sus padres, uno relacionado con sus parejas, un tercero quizás relacionado con el sitio en el que están, un cuarto relacionado con el sitio en el que sueñan estar, y así muchos más. Y se pasarán toda la vida recogiendo partículas de sitios diferentes y juntándolas en un mosaico. El hogar para ellos es una obra en construcción. Es un proyecto que se actualiza”.
Esa es otras de las cuestiones en las que se detiene Los crímenes de Moisés Ville, versión 2025. La diversidad ya llegó a la antigua colonia: está representada cada año, por ejemplo, por una mujer que es elegida como la Embajadora de la Fiesta Provincial de la Integración Cultural de Moisés Ville. ¿Cuál es la identidad moisesvillense en el siglo XXI? ¿Cuál es la identidad santafesina? ¿Cuál es la identidad argentina o incluso latinoamericana?
Son cuestiones que acercan y alejan el lente como si fuera una cámara, y están en el aire cada mes de octubre cuando se celebra la Fiesta —con el hashtag #celebrarladiferencia en las redes sociales—, a lo largo de tres días. En el camino hacia el futuro de Moisés Ville, lo global se mezcla naturalmente con lo local y la colonia se convierte en un enclave glocal —¿o tal vez siempre lo fue y la diferencia en esta época es que el mundo parece más pequeño, y las posibilidades acaso se multipliquen?
Suficiente. Volvamos al crimen de “Yaco” Villarroel y “Cacho” Galeano. Recuerdo que cuando llegue al pueblo, fui a visitar a Abraham Kanzepolsky. Él era un hombre mayor que antes, durante mi investigación, me había contado muchas cosas interesantes sobre sus antepasados. Ahora él no estaba en shock por el asesinato (y en verdad, casi nadie lo estaba). Me pareció raro: un crimen en un lugar así, después de tanto tiempo… Se lo dije.
“Ah, por supuesto que no nos impacta”, me respondió. Me explicó, como si eso me hiciera entender, que ya había mucha gente que tenía más de 80 años. Pero yo no sabía qué era lo que él me quería mostrar. Dijo: “Acá en Moisés Ville ya hemos visto de todo en la vida…”. Y eso, supongo, es una de las cosas, un poco simpáticas y un poco inquietantes, que hacen tan especial a ese rincón santafesino.



