Una obra de Bach que se convirtió en símbolo
El lunes se interpretará en el la temporada del Mozarteum la versión integral de las suites para violonchelo, piezas con más de un eco histórico
Un recital literalmente histórico. Pasado mañana, en el cierre de la brillante 70ª temporada del Mozarteum Argentino, el violonchelista holandés Pieter Wispelway va a interpretar la versión integral de las Suites para violonchelo, de Bach. No es frecuente que las seis suites se den todas en un mismo concierto por la concentración que exige del escucha. Es quizás una de las obras más hermosas del compositor y tiene una historia muy especial, en la que hay un capítulo argentino.
"Varias obras de Bergman tienen la música de su compositor preferido"
Escuché por primera vez una suite de Johann Sebastian Bach, en realidad, una parte de ella, la zarabanda de la Suite nº 2, en 1962, en el cine Libertador de la avenida Corrientes, hoy demolido. Allí exhibían la película de Ingmar Bergman Detrás de un vidrio oscuro (1961), estrenada en Buenos Aires en agosto de 1962. En aquellos años, era poco común escuchar esa obra de Bach. Los violonchelistas casi no la incluían en sus recitales. Había sido redescubierta en 1890 por el púber Pablo Casals, de trece años, en una librería, de pura casualidad. Faltaba mucho tiempo para que el chico se convirtiera en uno de los mejores violonchelistas del siglo XX. La edición que había hallado el niño se basaba en una copia realizada por Anna Magdalena, la segunda esposa de Bach, pero casi no tenía indicaciones de tempo, de intensidad sonora, de expresión. Casals dotó lentamente de respiración, colores y textura a esa desnuda copia de notas y la convirtió en un texto vivo. Le tomó varios años recrearla y estudiarla a conciencia. Él fue quien hizo la primera grabación de esas páginas de 1936 a 1939, en medio de la Guerra Civil Española.
Cuando Bergman incluyó la zarabanda en su film, apenas habían pasado dos décadas del rescate de aquel monumento musical. Los chelistas utilizaban el texto anotado por Casals. Curiosamente en 1960, un año antes de que Bergman rodara Detrás de un vidrio oscuro, varios de los violonchelistas más importantes, como Pierre Fournier, lanzaron sus respectivas versiones. En Buenos Aires, se podía escucharlas por Radio Nacional y Radio Municipal.
A pesar de que Bergman había pasado un período de la década de 1930 en Stuttgart, donde había sido introducido en el círculo musical de Yehudi Menujin, Arthur Rubinstein y Pablo Casals por su pareja, la pianista estonia Laretel Käbl Laretel (sería su cuarta esposa, de 1959 a 1966), el cineasta no empleó para Detrás de un vidrio oscuro la grabación de la Suite nº 2, del violonchelista catalán sino la del danés Erling Blöndal Bengtsson (1932-2013), que habría de grabar la integral de las Suites recién en 1995.
Varias de las películas de Bergman tienen música de su compositor preferido, Johann Sebastian Bach: además de Detrás de un vidrio oscuro, Persona; El silencio (Variaciones Goldberg); Gritos y susurros (Zarabanda de la Suite n° 3); Sonata de Otoño (Suite nº 4); y Zarabanda ( “Zarabanda de la Suite nº 5).
"Rostropovich rindió tributo con esa pieza a las víctimas de la Amia"
Quizá la razón por la que Bergman eligió repetidas veces zarabandas para sus films sea su remoto origen y evolución en el espacio y en el tiempo. Curiosamente, la historia de esa danza tiene ciertas similitudes con la del tango. La zarabanda comenzó a difundirse en el siglo XVI y nunca estuvo del todo claro de dónde provenía; se decía que se bailaba en América Latina y en España; algunos hablaron de África. El baile, que era sensual, se hizo paulatinamente más procaz y llegó a ser obsceno. En España, se lo prohibió a mediados del siglo XVI. El mismo destino correría el tango en ciertas sociedades a fines del siglo XIX y principios del XX.
En el siglo XVII, la zarabanda llegó a Francia, donde la “adecentaron” hasta tal punto que se convirtió en una música grave, reflexiva, aunque siempre conservaba un dejo sutil, subterráneo, de sus raíces dionisíacas orgiásticas. Ese aspecto ambivalente coincidía con el espíritu de las obras de Bergman, atormentado como muchos agnósticos y dubitativos creyentes por el tironeo entre lo sagrado y lo profano.
La zarabanda de la Suite nº 2 de Bach tuvo una importancia simbólica inesperada a fines del siglo pasado. El próximo miércoles, el 9 de noviembre, se cumplen 33 años de la caída del Muro de Berlín en 1989. El gran violonchelista ruso Mstislav Rostropovich (1927-2007) se encontraba en París cuando ocurrió ese hecho histórico; exaltado, quiso viajar de inmediato a la que es hoy la capital de Alemania reunificada. Los franceses habían agotado los pasajes aéreos y de tren. Un amigo le ofreció su propio avión para llevarlo con el violonchelo a la ciudad liberada. Apenas llegó, el 11 de noviembre de 1989, Rostropovich fue al trágicamente famoso Control Charlie, en la Puerta de Brandenburgo, para dar la bienvenida a los berlineses del Este con su música. De una casa, le prestaron una silla. Se sentó entre las ruinas y se puso a tocar las Suites para cello más “alegres” de Bach, pero para que nadie olvidara a las víctimas, a los que ya no estaban, tocó la zarabanda de la Suite nº 2, la de Bergman.
Volvamos a la Argentina. El lunes 18 de julio de 1994 se perpetró en Buenos Aires el trágico atentado contra la AMIA. Seis días después, el domingo 24, por la tarde, Rostropovich, acompañado por el pianista Lambert Orkis, ofreció un concierto en el Teatro Colón en la temporada del Mozarteum Argentino. Tras cada interpretación, la sala colmada de público estallaba en aplausos. Fuera de programa, el maestro tocó dos bises. Más aplausos. El músico abandonó la escena; tras unos segundos, reapareció solo, pidió silencio y dijo que deseaba rendir un tributo a las víctimas del salvaje crimen. Tocaría la zarabanda de la Suite nº 2 de Bach para violonchelo solo; pidió que no lo aplaudieran y que todos nos retiráramos en silencio. Cuando terminó, transido, bañado por el sudor, se levantó y, moviendo las manos, indicó al auditorio que hiciera lo mismo. De pie, guardamos un minuto de silencio. Él se retiró. Lo imitamos mientras llorábamos un llanto silencioso.
Quienes asistan al recital de Wispelwey seguramente comprobarán que ese llanto no ha cesado.ß