
Virginia Gamba: “Hay una voluntad armamentista que no he visto desde la Segunda Guerra Mundial”
La diplomática argentina, alta funcionaria de la ONU, analiza la pérdida de autoridad del organismo y advierte que el escenario mundial se parece al de la década del 30 del siglo pasado, que llevó al gran conflicto armado
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Antonio Guterres, Secretario General de la La Organización de las Naciones Unidas (ONU), cumple mandato al término de 2026 y ha abierto la ventana para proponer su reemplazo. En ese escenario, Virginia Gamba (1954), la única argentina Representante Especial del Secretario General con rango de subsecretaria general dentro del organismo, es una de las potenciales candidatas, junto con el también argentino Rafael Grossi, entre otros. Grossi, director general de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (OIEA), fue propuesto por el gobierno de Javier Milei. Gamba aun no fue postulada oficialmente, pero cuenta con avales de otros Estados miembro y una confianza en sí misma arrolladora.
Licenciada en Estudios Iberoamericanos, especializada en Estrategia en la universidad galesa de Aberystwyth, y exrepresentante del Secretario General para la Cuestión de los Niños y los Conflictos Armados, Gamba tiene una historia de vida que parece guionada para el cine. Nacida en Buenos Aires, se crio entre Bolivia y Perú, se desempeñó en Londres, Washington, Dusseldorf, Chicago, Ginebra, Pretoria, y trabajó por la paz y el desarme en las crisis de África y Medio Oriente. Como miembro de las Conferencias Pugwash (organización internacional dedicada a la reducción del peligro de conflictos armados) recibió en 1995 el Premio Nobel de la Paz junto a Joseph Rotblat. En la cuerda floja. Crónica de una lucha por la paz y el desarme (Edhasa), libro que acaba de publicar, aborda el periplo de su gestión “pacificadora” desde el trabajo en campo –de a ratos temerario– y el análisis estratégico.
Su libro oscila entre lo testimonial, lo profesional y lo didáctico: “¿Conocen la historia del viaje del Argo?” introduce, por ejemplo, para ilustrar su propio empoderamiento a través de la figura mítica de Atalanta, la arquera y corredora más rápida de la humanidad. En la misma tónica, apela a los mitos griegos para dar cuenta de su recorrido –su propia Ilíada, su propia Odisea– en escenarios desafiantes donde la tarea de proteger la vida humana se tiñe de peligro. Sus páginas ofrecen un tratado práctico hecho en territorio, un texto autobiográfico y, más que una crónica, un conjunto de ellas, hilvanadas entre continentes.
Gamba refiere allí circunstancias paradójicas, como su regreso a la Argentina apenas días antes de desatarse la Guerra de Malvinas, tema sobre el cual produjo un estudio analítico y es reconocida especialista. Su particularísimo derrotero incluye una década de trabajo en el África profunda, entre feroces choques armados regionales, que la llevaron a adentrarse en aldeas y comunidades donde el respeto local le valió el apodo de “Fuego del Kilimanjaro”.
-En la solapa de su libro leemos que usted es “estratega de profesión” ¿Podría definir estrategia en términos académicos? ¿Es un posgrado? ¿Una especialidad dentro de una profesión? ¿Una carrera en sí?
-Es un posgrado. Abarca formas de intervenciones militares, tácticas de guerra, características de las armas y su la proliferación, el rol de alianzas militares como la OTAN y todo lo relativo a la coerción armada de los Estados. Cuando yo lo estudié, en Inglaterra, solo cuatro universidades en el mundo lo dictaban a civiles. Hoy ya hay muchas licenciaturas en Estudios Estratégicos a nivel mundial, a veces con otros nombres. Yo soy estratega por título, por disciplina académica.
-En estos tiempos de conflictividad, ¿cómo evalúa el desempeño de Naciones Unidas en relación a los conflictos desatados o agravados?
-La acción de los organismos multilaterales ha sido muy limitada. Tras el Covid, se acotó su espacio de maniobra y sus recursos: la ONU hoy está quebrada. Este año se perdió el 18% del presupuesto para 2026, que ya estaba reducido en 2025. Solo en Nueva York se van a echar unos 15.000 empleados, y ni hablar de las otras agencias. Las operaciones de paz terminaron por falta de recursos. Si hasta 2019 primaba la búsqueda de la resolución pacífica de los conflictos y Naciones Unidas podía actuar como mediador, eso dejó de pasar. Procesos de paz organizados, como habíamos logrado con las FARC en Colombia, ya no fueron posibles. Hoy la ONU no tiene credibilidad, no tiene autoridad, y se debate si es el momento de cerrar la organización y crear una nueva o de volver a las bases y tratar de reducir su burocracia para mejorar el funcionamiento. Ambas son preguntas válidas.
-¿Cómo se llegó a este punto?
-La última ONU con autoridad, sostenida en el tiempo y respaldada internacionalmente, se dio bajo el liderazgo de Kofi Annan. Con Ban Ki-moon ya se empezó a ver un panorama diferente. Justamente, esos 10 años, coinciden con el gran desastre financiero y económico de 2008. Pero ya la ONU venía empezando a debilitarse; quizás desde que fue incapaz de prevenir y combatir la masacre de los tutsis en Ruanda, donde casi un millón de personas fueron asesinadas en un mes. En casi todos los casos posteriores de violencia extrema, a partir de 2006, Naciones Unidas falló. No mostró habilidad para negociar, para ver venir los conflictos, para lograr un manejo temprano de la información. No es que Ban Ki-moon ni Guterres hayan actuado mal, sino que heredaron un organismo demasiado grande, que destinó más esfuerzo a las consecuencias que a la prevención. Ojo: nunca Naciones Unidas ha hecho tanto como los últimos 10 años en cuanto ayuda de refugiados. Nunca ha habido tantos millones de personas en movimiento por todo el planeta, y lo único entre esa gente y el desastre es Naciones Unidas, que actúa bien y rápido. Pero esas son agencias especializadas humanitarias; no de paz y seguridad preventiva. Ese es el pilar fundamental que está fracasando desde hace dos décadas y constituye la causa esencial de la ONU, que nació para asegurar la paz y la seguridad. Es decir: prevenir, por sobre todo, una tercera guerra mundial.
-¿Qué tan cerca estamos de ese peligro global?
-Muy cerca. En 2008 se desató un problema global del que nadie se ha ocupado: la enorme depresión económica llevó a un desempleo masivo en la juventud, que estalló en la primavera árabe en 2010 y luego en otras partes. El fenómeno creció y hoy se parece, como algunos creen, a la crisis del 30, que derivó en la Segunda Guerra. Es muy peligroso. Yo diría aun peor: a mi juicio, estamos replicando la previa de la Primera Guerra, cuando se dio una política de prevención armada y una movilización temprana de fuerzas a las fronteras para disuadir y amenazar. Hay una voluntad armamentista que no he visto ni he leído desde esa época. Los países se están armando hasta los dientes. Incluso aquellos tradicionalmente neutrales.
-¿Hay datos puntuales acerca de esa escalada armamentista?
-Por supuesto: en 2024, el gasto militar mundial alcanzó aproximadamente los 2,7 billones de dólares. Es decir, el nivel histórico más alto registrado: representa un aumento real de 9,4% respecto de 2023, y la décima subida anual consecutiva. Se están destinando montos inéditos al desarrollo de armas no convencionales, de alcance masivo, de altísima tecnología, desarrolladas y operables con inteligencia artificial. Pero también hay acceso a tecnología de bajo nivel: por menos de 200 dólares, cualquiera puede producir su propia arma química en su casa con fórmulas y materiales que circulan en internet. A su vez, las grandes potencias empezaron en 2024 una carrera armamentística de nueva generación. Se perdió la disuasión nuclear, que durante 50 años fue parte de un diálogo entre la Unión Soviética, Estados Unidos y China. Aun con tensión, ese diálogo tenía lo que se llaman “techos” respecto de ciertos límites. Esto ha sido abandonado, las potencias se están retirando de las convenciones y acuerdos.
-¿Cómo ve Naciones Unidas las acciones unilaterales de las potencias? La invasión de Rusia a Ucrania, por ejemplo. O, en otra escala y contexto, la acción de Trump sobre Venezuela?
-Hay preocupación en toda acción de ese tipo. Hubo un periodo de unos treinta años en que primaba lo económico como diálogo y también como herramienta en la prevención de conflictos; fue la cúspide del multilateralismo. Eso ha sido reemplazado por el bilateralismo actual, por una vuelta a la prioridad de las potencias. Y Naciones Unidas, tal como está hoy, poco puede hacer. Las decisiones de la Asamblea General no son vinculantes. El Consejo de Seguridad, que es el único órgano con capacidad vinculante, está varado, trabado por el poder de veto.
-¿Cuál es el desafío de la ONU a futuro si quiere recuperar su capacidad de intervención, su fuerza fáctica real?
-Adaptarse a las amenazas a la paz y seguridad actuales: un contexto internacional diferente merece soluciones diferentes. Cuando se creó el organismo teníamos un mundo con reglas claras y estrategias diseñadas para circunstancias específicas: las partes en conflicto eran gobiernos, los contrincantes vestían uniformes. Y aun cuando se bombardearan ciudades, las grandes batallas ocurrían fuera de los espacios urbanos. Hoy la batalla se pelea en el corazón de las urbes más populosas, con armas no tripuladas, de una letalidad que supera lo imaginable. Necesitamos nuevos límites y nuevas reglas para proteger a la gente de los desastres. Hace diez años que el secretario general no recibe una resolución del Consejo de Seguridad pidiéndole intervención. Sin eso, él no puede intervenir. Hay que recuperar el sentido fundacional.
-¿Cómo considera el rol diplomático actual de Argentina frente al mundo?
-Es inmaterial, porque la Argentina no es parte del Consejo de Seguridad; la última vez que lo integró, como Estado miembro no permanente, fue en 2013. Casi ningún país le está dando prioridad a la cuestión diplomática sino a la económica y la política interna. Dado que la Asamblea General no tiene poder vinculante, lo que allí se vote no lleva a la obligatoriedad , y en consecuencia muchos países votan en función de sus objetivos políticos: todos los votos en la Asamblea están altamente politizados. La Argentina está votando con Estados Unidos desde la asunción de Trump, pero no es el único país que lo hace.
-¿Ya es imposible pensar en un mediano consenso entre países?
-Lo evidente es que hay un nuevo grupo de administraciones –no de países, sino de gobiernos– que se propone faltarle el respeto a Naciones Unidas e ir contra el multilateralismo. Estamos en el peor de los tiempos y en el mejor de los tiempos, porque nadie sabe exactamente qué puede pasar. Quién asegure que sabe, miente. Los países fuertes están intentando volver al bilateralismo, pero el multilateralismo no se puede des-inventar: ha funcionado fantásticamente bien por años; en la cooperación técnica, científica, económica y comercial. Se había convertido incluso en el diálogo que muchas veces llevaba a la democracia. Yo creo que este es el final de todo y el principio de algo nuevo. Vamos a tener Naciones Unidas en el futuro, pero no necesariamente tal como hoy la conocemos. El próximo secretario general deberá ser el primero de algo nuevo o será el último que exista. Hay que recuperar el sentido para el que la ONU fue creada. Hace falta que las agencias se descentralicen para permitir que vuelva a nacer la capacidad de prevención de conflictos con mediadores altamente capacitados y desde un enfoque apolítico.
-La reciente carta de la ONU convocando a las postulaciones para la renovación de mandato expresa textualmente: “Se insta a los Estados miembros a que consideren seriamente la posibilidad de designar a mujeres como candidatas”. Esto se suma al criterio no escrito de que el cargo rote por regiones, en función de lo cual le tocaría a Latinoamérica.
-Hubo en las últimas décadas dos corrientes de presión –mediática y de la sociedad civil organizada– planteando a los Estados miembro: ¿vamos a seguir siendo una organización de 193 Estados o de 4000 naciones? Porque, por ejemplo, Sudáfrica consta de once naciones en un Estado. Si pensamos en naciones están el pueblo kurdo, el pueblo armenio, el pueblo zulú; en América Latina se habló mucho de eso con relación a los derechos indígenas, particularmente en la Amazonía. Ese debate sumó otras deudas: ¿no debería haber, alguna vez, una mujer secretaria general? y ¿No podría haber mayor representación de las regiones del sur, que justamente son las más afectadas? Asia, África, Europa han tenido ya dos o más representantes, mientras que América Latina solo uno, en 1991. No hay obligación de nada, pero hay una praxis de costumbres y un contexto que da pie a la posibilidad de una candidata mujer latinoamericana.
-¿Se aplicaron cambios al actual proceso de postulación?
-Sí: antes todo era secreto, lo decidía internamente el Consejo de Seguridad, que recomendaba el candidato y luego la Asamblea lo ungía. Ahora tampoco puede haber, como antes, auto-nominaciones; es imprescindible que te presente un Estado. Se agregó además la obligación de que el candidato presente una carta de “declaración de intenciones” con su visión, e indicando cómo pagará su campaña. El nuevo formato de elección gana en transparencia, y si bien la Asamblea General no ordena qué hacer, sí puede dar, como dice la carta, recomendaciones; como que no sea una persona en actividad de Naciones Unidas, porque podría haber en ese sentido un conflicto ético en cuanto a hacer campaña desde tu función activa y desatender la tarea oficial. Por eso, cuando yo pensé en mi candidatura tomé la decisión de renunciar a mis funciones en el organismo, para quedar liberada en ese aspecto.
-Han circulado versiones según las cuales usted es la candidata de tres Estados ¿podría decirnos cuáles?
-Son muchos más de tres los Estados dispuestos a presentarme, porque conocen mi trabajo de todos estos años. Pero no voy a decir cuáles; quiero ser respetuosa. Sí puedo decir que no los he buscado yo: me han contactado ellos y me han propuesto asumir este desafío; por mis 15 años de trabajo en el Consejo de Seguridad, por haber actuado exitosamente en ámbitos de alta complejidad. Yo les agradecí la confianza, pero pedí que no se dijera nada hasta que sus capitales estén cómodas con mi candidatura, y entonces se sabrá. Probablemente la mayor parte de las nominaciones se hagan públicas en marzo o abril. En cuanto a la decisión final puede ser tan temprano como junio, o tan tarde como octubre. Lo cierto es que, quien asuma, lo hará con una ONU en crisis.

EXPERTA EN TEMAS DE PAZ Y SEGURIDAD
PERFIL: Virginia Gamba
Virginia Gamba nació en San Martín, provincia de Buenos Aires, en 1954. Hoy se desempeña en las Naciones Unidas como representante especial del secretario general del organismo.
En la ONU ha ocupado distintos cargos, entre ellos la dirección del Programa de Desarme y Resolución de Conflictos en el Instituto de Investigaciones sobre Desarme, en Ginebra.
Tiene una maestría en Estudios Estratégicos de Universidad de Gales, en Aberyswyth.
En 1995, como miembro del comité ejecutivo de las Conferencias de Pungwash, recibió el Premio Nobel de la Paz junto con el profesor Joseph Rotblat.
Autora de numerosos libros y artículos académicos, acaba de publicar En la cuerda floja. Crónica de una lucha por la paz y el desarme (Edhasa).






