Yehudi Menuhin recuerda a Willa Cather
Durante el tiempo de espera en un consultorio, aburrido, me pregunté algo ocioso: “¿A cuántos grados de separación estoy de Flaubert?”. Hice memoria entre mis conocidos y me respondí: “Tres”. Esa pregunta banal me trajo a la memoria un encuentro nada banal.
La biografía Truman Capote, de Gerald Clarke, me reveló en 1988 que el escritor norteamericano preferido por el autor de A sangre fría era Willa Cather (1873-1947), de la que yo ignoraba la existencia. A partir de esa información, leí algunos de los libros de cuentos de esa mujer nacida en Virginia y educada en Nebraska. También yo quedé seducido.
Willa y Capote eran admiradores de Flaubert. Ella llegó a conocer a Caroline Hamard (Caro). la anciana sobrina del novelista francés, en el Grand Hotel de Aix-les-Bains en 1930. Las dos adoraban la música e iban juntas a conciertos de verano en la Costa Azul. En esa época, Caroline era conocida como la viuda de Franklin Grout y tenía 84 años. Flaubert había sido una especie de padre adoptivo para ella.
Capote, a su vez, conoció por casualidad a Cather en la New York Society Library en 1942 y se hicieron amigos. El eslabón definitivo de mi cadena lo encontré en la biografía Willa Cather. A Literary Life, de James Woodress. En ella, me enteré de que la novelista había influido en la educación literaria de uno de los mejores violinistas del siglo XX, Yehudi Menuhin, al que yo había entrevistado en 1995. Mis tres grados de separación de Flaubert eran Menuhin, Willa y Caro.
Hace unos meses se publicó La belleza de aquellos años (Mardulce), una antología de cuentos de Cather, traducida por Maximiliano Tomas. Busqué y encontré entre mis archivos la entrevista que le había hecho a Yehudi Menuhin, publicada en el suplemento Cultura de este diario el 30 de julio de 1995. El artista había venido a Buenos Aires para participar en la temporada del Mozarteum Argentino en calidad de director de la Royal Philarmonic Orchestra y yo había pedido tener con él una conversación para hablar de Willa, no de su vida de músico.
Los padres de Yehudi, este (15 años) y sus dos hermanas menores, Hephzibah (10) y Yaltah (9), trabaron una amistad a primera vista con Cather en 1930. Duraría hasta la muerte de la escritora. El mundillo musical de Nueva York, Londres y París estaba deslumbrado con esos tres niños prodigio, particularmente con el varón. Aunt (Tía) Willa, como la llamaba el joven trío, los quería profundamente. Además de a la música, los padres habían introducido a sus tres hijos en las artes visuales, la historia y la literatura. En ese aspecto, Willa tuvo un papel fundamental. En la entrevista, Menuhin contó: “Ella amaba a Shakespeare y le parecía que los jóvenes debían iniciarse lo antes posible en el conocimiento de ese genio, porque ayudaba a madurar como ser humano y como artista. Por eso, nos reunía con otros chicos para leer en voz alta las obras shakespereanas”. Cada uno de los lectores tenía a su cargo varios papeles. Recordaba el violinista: “A los 16 o 17 años, sabíamos de memoria todo lo leído y tratábamos de volcar en nuestra música lo que habíamos aprendido del ser humano en esas páginas”.
La Tía odiaba el consumismo y el “idealismo infantil” de Estados Unidos. Le encantaba el culto de Europa por la forma, las tradiciones de culturas superpuestas, las mentes disciplinadas. “De América”, dijo Yehudi, “rescataba el espíritu de aventura, la democracia y la valoración del individuo”. En 1936, Willa le advirtió: “Tienes que enfrentar un problema, que es el de cualquier americano. Si adoptas todo lo europeo, pierdes el sentido de pertenencia, nuestra realidad. Conozco escritores de talento que se fueron a vivir a Francia; nunca llegaron a ser franceses y se convirtieron en impostores inconscientes. No se apoyaron en lo que te hace sentir la propia tierra”.
Con Cather, Yehudi se paseaba por Central Park para contarle sus problemas amorosos y artísticos. “Willa necesitaba sentir la tierra bajo sus pies”. Era la autora de Pioneros, la novela de los inmigrantes, de la lucha para sobrevivir, y de la mujer para ser la dueña de su vida.