El último que apague la luz
Dieciséis metros cuadrados y una ventana: es todo lo que tiene el departamento de Elena, una joven argentina que vive en París y es incapaz de detectar la belleza de la ciudad fuera del centro y sus luces. ¡Y vaya si hay luz en la ciudad ídem! Aun en la sospecha de su devenir snob, Elena ama el espacio pero más ama el tiempo y es la protagonista de La luz de una estrella muerta, la maravillosa primera novela de Paula Klein, una joven argentina que vive en París. El libro, que acaba de editarse acá, narra la fascinación de Elena por el artista legendario Alberto Greco, acerca del que escribe una tesis, y así repasa el mito de los diletantes argentinos en la París de la posguerra pero a la vez delata una obsesión de esta época: la nostalgia por lo no vivido.
“El París fabuloso, el epicentro de Europa que poblaba las fantasías de los intelectuales argentinos está muerto y sepultado desde hace más de medio siglo”, se dice Elena aunque íntimamente anhele el orgullo de ser parte: los argentinos en París son ubicuos y persistentes como la hierba mala. “Desde que llegó a París, Elena busca en cada esquina los escombros de los luminosos años cincuenta”, se insiste y el fantasma de Greco, un enfant terrible que hizo carne el cruce de vida y obra, sobrevuela para confirmar la sospecha: si todo tiempo pasado no fue mejor, al menos fue más audaz. Ahora profesora de literatura en París, Klein nació en Buenos Aires en 1986 y aunque en una entrevista haya asumido su obsesión académica por las décadas del 60 y el 70, escribe una novela en que la ciudad más adorada de la historia es un palimpsesto de imágenes de los 50: ¿o acaso no es imposible pasar por el Café de Flore sin imaginar en sus mesas tipo plateíta, como se usa en Francia, a Sartre y Simone de Beauvoir? Son espectros. Si es cierto que todas las estrellas del cielo ya están extinguidas y a nosotros apenas nos llega su fulgor póstumo, la psicomagia hará lo imposible, y aquí evito develar si lo consigue o no, para traer a Greco, a Sartre y a Simone desde el lugar del que no volvió nadie: de entre los muertos.
Como toda novela de iniciación, y aunque no oculte su necrofilia con las reliquias del viejo mundo, La luz de una estrella muerta es una fábula vitalista. Los argentinos en París fueron legión y, con zoncera parecida a la del turista que denuncia a Champs-Élysées por plagiar a nuestra avenida Alvear, se piensa que hicieron historia. Pero París es una mujer fatal y, como decía un poeta, después de vivir en París uno queda incapacitado para vivir en cualquier sitio, incluido París.
Listamanía: cinco artistas sudamericanos sueltos en París
- Alberto Greco. Obsesión de la protagonista de La luz de una estrella muerta: el artista argentino convirtió su suicidio en una obra conceptual.
- Marta Minujín. La artista escribió en sus cuadernos parisinos que tenía 16 años cuando conoció a Greco y que el encuentro la transformó.
- Copi. Escritor y dramaturgo exiliado en París, definió a sus compatriotas como apátridas y apolíticos aunque no exiliados.
- Alberto Heredia. El gran pintor y escultor argentino describió la París de la posguerra como el lugar donde aprendió a “perder el miedo”.
- Alejandro Jodorowsky. A los 92, el gurú de la psicomagia organiza sesiones de sanación espiritual con un pastiche de técnicas.