Federico Churba. El diseñador argentino que fabrica objetos en Europa y EEUU
Desde su aparición en una feria de Milán, hace más de una década, encontró una imparable proyección internacional. Obras simples que se resignifican con una segunda mirada
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Especialista en diseño de objetos de interiores, Federico Churba logró lo que pocos: que sus creaciones se fabriquen en Italia, España, los países nórdicos y los Estados Unidos. La lámpara de mesa Hanoi es un claro ejemplo de su proyección internacional. “Una aparente sencillez para una armónica complejidad de formas”, así describe el diseñador industrial a este objeto que hoy comercializa en Italia la firma Prandina. El mismo alcance y repercusión tuvieron más tarde muchas de sus obras a las que define como simples, pero que adquieren una nueva significación a partir de una segunda mirada.
Churba egresó de la UBA en 2001, en 2008 le dio vida a Estudio Federico Churba y tiempo después en 2012, abrió su tienda fCH, desde donde comercializa sus diseños. “A través de nuestra marca de muebles e iluminación, ponemos en producción nuestras ideas y desafiamos a la industria y a los talleres de todo el conurbano bonaerense. Abastecemos a una clientela de arquitectos, decoradores y, por supuesto, al público en general, con una propuesta que es muy personal, muy nuestra, que tiene el diferencial de nuestro diseño”, sostiene.
¿Cuál fue el primer trabajo con el que te proyectaste al mundo?
La lámpara Hanoi es la más emblemática del estudio y tiene un valor simbólico muy especial porque fue la primera colaboración que tuvimos en el extranjero. Después tenemos colaboraciones con empresas en España, Suecia, Dinamarca y los Estados Unidos. Por lo general, son las piezas que pensamos y diseñamos para nuestra marca y, en algún momento, hacemos un intercambio con fábricas de afuera que nos piden la licencia para fabricarlo.
¿Por qué crees que tuvieron ese alcance?
En principio, participamos de exposiciones como la del Salón Satélite de la Feria de Muebles de Milán, donde los que exponen son diseñadores sub 35. La curadora es Marva Griffin, y ella tiene una política muy piola que te permite participar un máximo de tres veces en la muestra, de manera de asegurar la renovación de los diseñadores. Es una vidriera muy importante, porque mientras los diseñadores estamos mostrando nuestros diseños, del otro lado tenés a los industriales más fuertes, grandes marcas internacionales, sobre todo europeas. Esa fue nuestra catapulta para poder tener esa proyección internacional, para hacer estos vínculos con el extranjero. Nosotros participamos en 2009, 2010 y 2011, y el primer año tuvimos un reconocimiento especial, al segundo año Euroluce estaba lanzando nuestra lámpara Hanoi.
¿Qué otras colaboraciones se sucedieron?
La mesa y lámpara pluvial y punto y coma que fabrica David Design, en Suecia; la biblioteca cerco, que desarrolla Karl Andersson and Söner, también en Suecia; las sillas horqueta, CB2 en los Estados Unidos; y la poltrona y sofá Poul, Eilersen, en Dinamarca. En realidad, fui a la feria de Milán con la idea de hacer lo que hacía acá: yo diseño y fabrico y vendo al público local, y pensaba que sería bueno llevar lo que hacía a otros lugares. Recuerdo que perdí no sé cuánto tiempo cotizando envíos de acá a Europa, pero como la macroeconomía argentina va teniendo sus ciclos y, por momentos, sos muy conveniente y luego, los precios empiezan a cambiar en dólares y ya no lo sos, se hace todo muy complejo. Pero yo iba con esa idea romántica de exportar.
¿Con qué te encontraste?
En Milán me decían: “acá vos venís con tu prototipo, tu idea”, y eso era todo. Lo que terminó sucediendo fue lo que ellos proponían de entrada que eran las colaboraciones con otras marcas. De hecho, una ventaja es que al momento de poner en producción en una fábrica de allá, nosotros tenemos todo el know how, de modo que podemos dar a los fabricantes todos los detalles de la fabricación y eso es muy valorado.
¿Cuál es el sello de tus diseños?
Muchos de nuestros proyectos tienen un enfoque que parte de una premisa que es la compresión simple de lo que estás viendo, es decir, que no haya una barrera para entender a la pieza. Tenés que poder consumirla con la mirada y es clave que te agrade pero, no puede ser un reduccionismo de simpleza, es decir que llegues al resultado de forma inmediata. A mí me gusta trabajar con una segunda mirada.
¿Cómo se llega a esa segunda valoración del objeto?
El criterio de la segunda mirada involucra esto de poder comprender rápidamente lo que estás viendo pero que cuando mires bien al objeto encuentres un detalle relevante o puedas mirarlo desde otro punto de vista y ver cómo la percepción de la pieza cambia o que un mismo objeto te hable también de otra cosa que ves en ese segundo mirar. Se trata de un lenguaje simbólico que si lo encontrás, generás un vínculo con el objeto, con el mueble.
Lo opuesto a algo complejo…
Sí, se trata de evitar todo lo que haga que un objeto llame la atención por ser complejo. Al mismo tiempo, uno puede pensar que caer en la simpleza puede hacer parecer que un producto sea pobre, entonces hay un límite para trabajar. A mí me gusta trabajar con las resoluciones simples, con lo más directo. Sin embargo, para que eso no quede en un simplismo puro hay mucho para trabajar, y es esa segunda mirada que tiene que ver con las proporciones adecuadas, los materiales, los colores, es un laburo muy de estar sobre el detalle.
¿Con qué materiales acostumbrás trabajar?
Usamos de todo, justamente una de las cosas más lindas del diseño de productos es la versatilidad de materiales. Por ejemplo, trabajamos con maderas, enchapados, maderas macizas, metales, chapas, caños, procesos de tapicería, plásticos. Pero cuando a un material lo sometés a un proceso de transformación estás generando otra cosa, de manera que multiplicás los materiales y los resultados son exponenciales. No estamos casados con un material en particular, sino todo lo contrario: manejamos una diversidad bastante amplia.
Mucho del mobiliario y de la iluminación que diseñás se fabrica en otras partes del mundo. ¿Cambian los materiales?
Sí, puede pasar que una solución que pensamos para determinada latitud, en el momento en que se pone en fabricación en otro país con otra tecnología o facilidades, el mismo producto puede llegar a cambiar de material. Por ejemplo, la lámpara Hanoi, luego de que la mostré en Milán, una marca muy linda de la zona del Véneto la puso en fabricación en su catálogo. Es una lámpara que cuando la hicimos nosotros la resolvimos en una lámina plástica y cuando se puso en fabricación en Italia lo primero que me plantearon fue la posibilidad de hacerla en acrílico, porque les representaba ciertas ventajas productivas.
¿Hay una evolución natural en los diseños?
Somos muy abiertos y flexibles. Cuando un producto se empieza a fabricar, empieza a andar, cobra un poco de vida propia, no digo que se resuelva solo, pero, por ejemplo, cambia la escala de la producción y tenemos que pensarlo de otra manera en lugar de trasladar algún vicio que viene del primer prototipo. Como diseñadores tenemos la flexibilidad de pensar distintas soluciones para un mismo objeto. Las piezas van evolucionando.
¿Qué vicios tienen los diseñadores?
A veces, de inexpertos o de muy ansiosos, queremos pasar de la idea al resultado, pero si hay algo que nos pasa a todos es que somos lerdos. Tenemos nuestros proyectos mucho tiempo en revisión de lo que son los detalles, y es ahí donde se juega un poco la mayor riqueza. Allí está esa segunda mirada que tratamos de transmitir en los objetos que hacemos.
¿Cómo ves al diseño argentino?
No tenemos una industria pujante que haga de esto nuestra bandera. Hoy lo que entendemos por diseño argentino se trata más de las piezas hechas por diseñadores argentinos. Algo que me gusta destacar, y que nosotros hacemos con cada proyecto, es el rebusque, el hacer que algo sea posible. No puedo contar la infinidad de matrices, dispositivos, elementos que diseñamos con el mismo énfasis que un producto pero que están pensados para que al momento de estar en el taller, la pieza pueda fabricarse mejor o ensamblarse y que queden todas iguales, o en algunos casos poder conseguir un resultado específico en una pintura. De alguna manera, ese trabajo sobre la puesta a punto de la producción transmite mucho sobre el hacer, sobre el ADN del diseño local. Más que transmitirse en algo formal, me da la sensación que se reconoce más en la forma de pensar el diseño, esa mirada de crisis, de carencia, que no se queda ahí, esa forma de ser que de una debilidad hace su propia fortaleza.
¿Y el internacional?
Desde la Revolución Industrial hasta la fecha, lo más lindo es la pluralidad de voces. Con lo que coincidimos con la comunidad internacional es que hay una preocupación por el uso de materias primas renovables que nos lleva a darnos cuenta de que la industrialización tiene sus consecuencias en la vida cotidiana. Y, posiblemente, luego de esta pandemia encontremos algo en nuestra producción reflejado. Hay una responsabilidad de pensar que el diseñador industrial y el proveedor de las materias primas juegan un rol importante en esto de cuidar nuestro entorno. Más allá de todas las voces que haya, tenemos que tener un consenso respecto de eso.
¿Con qué proyectos estás?
Nuestros proyectos tienen que ver con una continuidad del catálogo de nuestra marca. Estamos llevando adelante proyectos variados, desde iluminación, las primeras piezas que saldrán a la luz son lámparas de pie y otra línea de lámparas colgantes. Pero además, sofás, mesas de comedor; estamos también con un proyecto incipiente de sillas apilables, que es algo que en el mercado hace falta. También tenemos idea de salir con una línea de accesorios, de percheros y muebles pequeños. Son muchos proyectos que van a avanzando en simultáneo, que llegan a determinada etapa, y hay que dejarlos decantar un tiempo, pulir detalles e ir llevándolos hasta que estén listos para salir al ruedo.