La popular serie muestra puntos de contacto con los conflictos en las empresas familiares y también en política nacional
Primera temporada, Episodio 1:
Kendall: –¿Cuándo vas a estar preparado para dar un paso al costado?
Logan: –No lo sé (piensa)… cinco…
Kendall: –¿Cinco años?
Logan: –Diez
Kendall: –¿Diez? Papá, por favor. En serio…
Logan: –¡Es mi p@ta empresa!
Hay series que generan un alto impacto en la sociedad, sea esto porque el argumento es atractivo y la serie se convierte en adictiva o porque la temática es actual y nos deja reflexionando. Succession tiene la capacidad de juntar estas dos dimensiones. Con la cuarta temporada en el aire –la última–, la serie nos permite analizar no solamente las internas en empresas familiares, también en la política.
Succession gira en torno a la vida de la familia Roy, dueña del imperio mediático Waystar Royco. Son todo lo que el lector se imagina en sueños: multimillonarios, famosos y poderosos. Tienen todo lo que quieren y más, menos una vida familiar normal. El foco de esa familia disfuncional es que el imperio siga creciendo a toda costa. Amasar fortuna y poder está por sobre las relaciones, salvo que estas sean útiles. Y cuando lo que se busca es el poder por el poder en sí mismo, las consecuencias arman el mejor argumento de una serie.
Logan Roy (Brian Cox) es el dueño de uno de los mayores conglomerados de medios audiovisuales y entretenimiento del mundo. Logan tiene el comportamiento de un político argentino: narcisista, manipulador, controlador y amante del poder. La filosofía de Logan es arrasar con todo lo que se interponga entre él y su objetivo. El poder por sobre todo.
El hijo mayor, Connor, no quiere saber nada con la empresa. Vive de rentas. El segundo, Kendall, aspira a suceder a su padre y antepone todo para lograrlo. Roman, el tercero de la dinastía, es extrovertido e inmaduro, busca la atención de su padre y necesita un psicólogo. La más joven de la troupe, Siobhan, “Shiv”, trabaja en política lejos de la familia hasta que su pareja y ella misma se involucran en los negocios de su padre. Todos terminan nadando en la cloaca familiar.
Pero no todo lo que brilla es oro. El hijo mayor es un vividor que no ha hecho nada en su vida; el hijo que quiere suceder a su padre carece de competencias para aguantar la presión del poder; al hijo descerebrado no le importa nada, total, va a heredar. Solo la hija, Shiv, es más astuta, pero termina cayendo en las garras familiares cuando su pareja consigue trabajo en el imperio familiar.
Al conseguirlo, Tom Wambsgans, pareja de Shiv, reflexiona sobre el impacto en su vida: “Esta es la cuestión sobre ser rico. Es jodidamente genial. Es como ser un superhéroe, pero mejor. Puedes hacer lo que quieras, las autoridades no pueden tocarte, puedes usar un disfraz pero está diseñado por Armani y no te hace parecer un idiota”. El poder y la riqueza otorgan inmunidad.
La serie nos habla fundamentalmente de la política que emerge en su esplendor más brutal en momentos de sucesión
En algún momento de la primera temporada, Kendall dijo que su padre le había dicho que tenía potencial para hacerse cargo de Waystar Royco, pero Roman no tarda en ponerle los pies sobre la tierra. “Yo creo que lo dijo para ser amable. Creo que lo que quiso decir es que hubiera preferido que mamá diera a luz a un abrelatas porque al menos sería útil”. El amor familiar por sobre todas las cosas.
La serie no solamente interpela sobre el funcionamiento de las empresas, los radio-pasillos y los movimientos internos dentro de las compañías para acceder al poder; nos habla fundamentalmente de la política que emerge en su esplendor más brutal en momentos de sucesión, sea ésta del CEO de una organización o del líder político de un partido.
No hay que ir muy lejos para explorar las consecuencias de las sucesiones políticas. El Frente de Todos y Juntos por el Cambio están sumidos, al estilo Succession, en un hervidero para alzarse con el trofeo máximo: erigir los candidatos de las coaliciones para las próximas elecciones. Los potenciales herederos de Succession que muestra la serie van cayendo en el infierno del poder a medida que la rosca política se incorpora en sus vidas. Nuestros políticos locales no tienen nada que envidiarle a la serie ya que están en el infierno hace tiempo.
En el Frente de Todos, la master mind, la estratega, es Cristina Fernández de Kirchner (CFK). Nos guste el personaje o no, nadie puede dejar de reconocer su capacidad para la construcción de un espacio que accedió al poder, se consolidó y volvió luego de un interregno de cuatro años que a CFK le sirvió para reevaluar el contexto. Ella es Logan, el CEO de la serie Succession: es narcisista, ideóloga, autoritaria y controladora. También tiene un hijo, Máximo, que como una mezcla de Roman y Connor en la serie, es emocionalmente inmaduro, da indicaciones pero no se arremanga para el trabajo duro y no tiene las luces para ser el sucesor. Por ello su madre no tuvo más alternativa que mirar alrededor para buscar la sucesión tan deseada.
CFK ungió a Alberto Fernández (AF) pero con el papel de protagonista por autoridad delegada. Y aquí vienen los problemas. ¿Qué es lo que CFK, la arquitecta del poder, le delega a AF? Le delega la autoridad formal y un poder limitado para tomar decisiones. Poder con corset para decidir sobre ciertos temas. AF no es un líder carismático, no es un pensador que ha evolucionado hacia una ideología o forjado un paradigma de pensamiento que le generó seguidores al estilo CFK.
Las relaciones triádicas tienden a generar mayor orden y estabilidad que las relaciones puramente diádicas. Esto es así porque si hay dos contra uno, se logra un equilibrio
AF es diferente ya que durante su mandato vio diluida su autoridad, su liderazgo y su poder. Una combinación espantosa y poco sostenible en el tiempo para cualquier presidente o líder. La pérdida de autoridad suele ser la antesala de la pérdida del poder y, combinada con una crisis económica espantosa hizo que AF se bajara de su reelección. Si Cristina tuviera que volver a elegir sucesor, definitivamente no sería AF, un presidente que no quiso o no pudo ser.
El factor Massa agrega una cuña en el FdT para convertirse en algo mejor que la serie Succession. Porque la serie es descarnizada y hay varios jugadores. Sin embargo, las tríadas de poder son más que interesantes cuando los tres protagonistas se detestan. El argumento clásico de Georg Simmel, un estudioso de las tríadas de poder, es que las relaciones o estructuras triádicas tienden a generar mayor orden y estabilidad que las relaciones puramente diádicas por varias razones. Esto es así porque si hay dos contra uno, se logra un equilibrio. Pero Simmel no contó con las tríadas a la Argentina, donde sus miembros se arrancan lo que pueden para preservar el poder. “Seré el que termine con 20 años de kirchnerismo”, supuestamente dijo en off, AF. El amor predomina por sobre todo, al estilo Succession.
En Juntos por el Cambio la situación es crispada también. La diferencia es que el FdT está de retirada y van viendo cómo el poder se diluye luego de que el barco económico se les hundió. En JxC sobran candidatos, pero hay dos que pican en punta: Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta. Como nunca antes en la política argentina, Mauricio Macri (MM), el factótum de esa coalición, renunció a candidatearse, situación que no lo saca del juego de poder, pero sí lo eleva a gran elector. En Succession, Logan dice que se va a retirar, pero no sabemos cuándo lo hará. En retirada o no, tanto MM como Logan manejan los hilos de sus organizaciones.
Hay que reconocerle a MM el haber puesto una cuña en la política partidaria argentina. La llegada de él al poder fue diferente a la de otros líderes de la política vernácula. Los peronistas o los radicales hacen carrera desde la unidad básica o el comité, y de allí ingresan en el entramado territorial de esos partidos. MM trajo una novedad a la política local: era un empresario devenido presidente de uno de los clubes de fútbol más importantes del país y luego alcalde de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Con “Logan Macri” en simbiosis y dando un paso al costado para convertirse eventualmente en un gran elector, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta quedan para correr la carrera contra reloj de las candidaturas. Rodríguez Larreta es Kendall, que alguna vez fue un ladero inseparable del líder, pero que nos mostró que no tuvo reparos en salir del ala del fundador y armar su propio equipo. Larreta, como Kendall, es una persona con ideas que puede llevar a la acción.
En ambos casos la figura del líder no los deja dormir en paz, aunque no lo puedan admitir. Cuidado con los Kendall, son los que generan las revoluciones secretas en un intento de sacarse al fundador de encima. El problema de estas personas es que pueden planificar bien, pero el paso a liderar con mayor complejidad puede dificultárseles por falta de personalidad. Patricia Bullrich, por otra parte, es Siobhan. Ambas son estrategas y se embarran en la cancha. No se amedrentan y logran sus objetivos en base a una gran confianza personal. Pueden ser, sin embargo, brutales en la consecución de los resultados.
Como en la serie, hay liderazgos dicotómicos. Kendall y Siobhan son tan diferentes como Larreta y Bullrich, y representan dos modelos de país. Larreta no es carismático, pero es un buen gestor. Su no carisma lo deja más cómodo tratando de cerrar la grieta que creó el kirchnerismo, sentándose a conciliar con quienes degradaron las instituciones del país: los Baradel, los Moyano y otros.
Bullrich tiene una personalidad carismática, ideas claras de qué quiere y qué límites no pasará. Y no se va a sentar con quienes cree que dañaron al país. Un liderazgo “tibio” y otro “caliente” observados por la gélida mirada del fundador de Pro, Mauricio Macri, que tuvo su aprendizaje en el poder y ahora preferiría ir más rápido con los cambios, en lugar del gradualismo que aplicó.
El imperio que Logan armó puede revitalizarse o caerse en pedazos dependiendo del líder que lo suceda. De forma similar, el futuro de nuestro país podría llamarse como la serie, pero con un toque de ciencia ficción porque en este país nunca se sabe qué va a pasar mañana. Nuestra Succession criolla puede ser una sucesión dolorosa o una que nos muestre una luz al final del túnel.
En 1949, Ernesto Palacios escribió Teoría del Estado. Allí explicaba que la menor o mayor suma de poder no depende del sistema que se practique, sino de la persona que lo ejerza. Un gran estadista, con condiciones de mando, tiene autoridad, la gente lo sigue, lo respeta y obtiene poder. Un gobernante mediocre provoca resistencias, y toda resistencia es una disminución del poder. Palacios ejemplifica esto con la monarquía francesa. La monarquía de Luis XIV fue un gobierno fuerte; el mismo régimen, sin variación constitucional, es débil con Luis XVI. No hace falta ir muy lejos para ver qué sucede con un presidente vaciado de poder, solo y con pocos aliados. Opciones que los argentinos tendremos frente a nosotros para pensar en el país que queremos.
Un drama de ficción, pero inspirado en familias reales y poderosas
Jesse Armstrong, el creador de la serie, que concluye con la actual temporada, aseguró que los Roy son una familia ficticia. Pero con el tiempo reconoció cierta inspiración: “Pensamos en dinastías famosas como los Hearst (el Ciudadano Kane), hasta los más actuales Redstone (dueños de Viacom y CBS), John Malone (dueño de la Fórmula 1), Robert Fitz (de Comcast), Robert y Rebekah Mercer (fundadores de Breitbart) y los Murdoch”, dijo en una de las entrevistas compartidas en el sitio web de HBO.
La comparación inevitable es precisamente con el patriarca de la familia Murdoch (director ejecutivo y principal accionista de la compañía Fox News), que, a los 92 años, no tiene intenciones de bajarse del trono. A la lista se suman los Sulzberger: Arthur, es el cuarto en su familia en ocupar el cargo de director de The New York Times; Robert Maxwell, quien construyó un imperio editorial británico, y, por supuesto, al clan fundado por Donald Trump.