Anne Krueger, del Fondo a la derecha
Es la subdirectora ejecutiva del Fondo Monetario Internacional, la primera mujer en ocupar un cargo semejante desde la creación de dicho organismo, en 1946, y la que preside las negociaciones con nuestro país. Inconmovible y tenaz, poco le importa la idea que el mundo pueda tener de ella
lanacionarAnne Krueger tronó en Buenos Aires como una fulguración en un cielo despejado.
(De Joaquín Morales Solá, en una de sus columnas de los domingos en LA NACION)
Un día un periodista le preguntó a John Wayne a quién ubicaría a su derecha. Palabra más, palabra menos, le respondió: "A nadie. La derecha termina conmigo". El cowboy más famoso de Hollywood, aquel gigantón de andar distintivo y que en el cine supo plasmar el orgulloso sentir de millones de norteamericanos, había dejado más que aclarada su ideología, su concepto de hacia dónde debía enfilar el mundo para alcanzar la perfección.
Atravesando él y su alma desiertos y montañas, según cuentan algunos libros sobre la historia del cine, Wayne representaba al hombre y su destino. Y el western, que también los norteamericanos llegaron a cuestionar porque consideraban a este género como distorsionador de la realidad histórica y social, tuvo, y tiene, a su vez, un gran atractivo tanto para los actores como para el público mismo.
Cuando –acorde con la actividad industrial de la cual proviene– el acerado secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Paul O’Neill, dice que tiene que defender la plata de los plomeros norteamericanos, justificando de ese modo la reticencia en brindar ayuda económica a la Argentina, lo dice, ciertamente, con lenguaje cinematográfico y al mejor estilo John Wayne. Cuando la segunda del Fondo Monetario Internacional (FMI) y amiga de O’Neill, Anne Krueger, dice que los países, como las empresas y los individuos, "deberían honrar sus deudas y sufrir cuando no lo hacen", también lo hace a punta de pistola, bamboleando su pesada humanidad sobre el mismo escenario, hablando para el público, su público, que no dejará de aplaudir aunque reconozca y acepte las distorsiones de una realidad –nuestra deuda, en este caso– histórica y social. ¿O acaso no hay corresponsabilidad del FMI por tantos años de alabanza al modelo que, impulsado por ese organismo, llevó adelante la administración menemista durante diez años?
Afiliada al Partido Republicano, identificada con el sector más conservador del presidente George W. Bush y destino de Premio Nobel de Economía –frustrado, finalmente, al ser convocada por Horst Kohler, director del Fondo, para ocupar el lugar dejado por Stanley Fischer y con el apoyo explícito del amigo O’Neill–, la profesora de Humanidades y doctora en Economía Anne Krueger, de quien no se conocen demasiadas cosas de esas que ventilan las revistas del corazón, pero sí se sabe lo suficiente, dobló la apuesta de John Wayne al permitir que de ella se afirme que, en lo ideológico, "está a la derecha de la derecha", y que, en lo institucional, "es más dura que nadie". Ira de los movimientos antiglobalización, salón de fiestas para los países más poderosos de la Tierra, prestamista insaciable para las economías quebradas, el diario español El País definió así, hace poco, la estructura del FMI: "Dentro del FMI, el director ejecutivo puede protegerse con argumentos políticos; el economista jefe se parapeta tras la teoría y los números, y lo más expuesto es la subdirección ejecutiva. Ese es el cargo al que acaba de acceder Anne Krueger".
De un nivel académico de dimensiones planetarias, sus ideas políticas y económicas son tan inquebrantables como rígida es su postura frente a la demanda social, esto es, primero las cuentas, luego la gente.
Tal vez no haya muchos en el mundo que defiendan como ella las bondades de una economía absolutamente global, sin grietas ni excepciones.
No sólo es enemiga del proteccionismo (el senador demócrata Jay Rockefeller la definió como enemiga de la industria estadounidense, por su afirmación de que la siderurgia ya no tenía cabida en la estrategia económica de los Estados Unidos y que debería cederse a países menos desarrollados): la existencia de bloques comerciales –Mercosur, Unión Europea, Nafta– alimentan, según su análisis, el proteccionismo nacional y, por lo tanto, deben ser abiertos o eliminados. Lo curioso del caso es que está dicho por quien hoy ocupa –pongámoslo ahora formalmente– el cargo de primer subdirector gerente del FMI, institución financiada por los Estados Unidos, mandamás del Nafta, por la Unión Europea y por Japón, país sustancialmente proteccionista.
Pero Anne es así. Severa, suficiente, autoritaria, inconmovible, temida, brillante, estructurada y tenaz.
Sabe, la señora Krueger, que la imagen que entrega no es como la de una dulce abuelita que corta rosas de su jardín o que prepara ricas tortas los domingos, para deleite de los nietos. Ya fue hecha incluso la broma de que, si fuese actriz, calzaría bien en el papel de hermana de Freddie Kruger.
Poco le importa, en realidad, la idea que el mundo pueda tener de ella y su dureza, aunque se cuida de que se sepa demasiado de su vida privada. Cuanto mucho, que nació en Endicott, un poblado muy pequeño levantado a orillas del río Susquehanna, en el sur del Estado de Nueva York, un 12 de febrero de 1934; que su pueblo natal, hoy con apenas 14.000 habitantes, fue uno de los lugares donde comenzó a desarrollarse la investigación informática; que su segundo nombre es Osborn, y que rara vez aparece en los currículum y en las páginas de Internet de las universides y del propio FMI; que hace de la comida liviana una regla inviolable; que no regala sonrisas porque sí; que no le cuesta ser agradable cuando la ocasión lo amerita; que no le molesta que la llamen profesora; que son muy pocos los que la llaman Anne y que es la primera mujer, desde que el FMI se fundó en 1946, en ocupar un puesto ejecutivo. La coronación fue el 1° de septiembre de 2001, y su reinado se extenderá por cinco años.
Antes de acceder al trono mayor del capitalismo, Krueger se desempeñaba como profesora de la cátedra Herald L. y Caroline L. Ritch de Humanidades y Ciencias del Departamento de Economía de la Universidad de Stanford. Simultáneamente ejercía funciones como directora del Centro de Investigaciones sobre Desarrollo Económico y Reformas Políticas de la misma Universidad, e investigadora principal de la Hoover Institution.
Fue presidenta de la American Economic Association, vicepresidenta del Banco Mundial y miembro de la Academia Nacional de Ciencias. Reconocida mundialmente, recibió numerosos premios y distinciones. Entre los más importantes, se destacan el Premio Robertson, otorgado por la National Academy of Sciences, en 1984; el Bernhard-Harms Prize, del Kiel Institute of World Economics, en 1990; el Kenan Enterprise Award, en 1990, y el Seidman Prize, en 1993.
La posibilidad de acceder al premio Nobel, al decir de varios economistas de primer nivel, no estuvo lejana.
Acostumbrada a las exigencias de los claustros de las universidades de mayor prestigio de su país, Anne exige. En lugar de reflexionar, advierte. En lugar de pedir y sugerir, ordena y reclama.
"Durante mucho tiempo –advierte– existió la percepción popular de que el FMI debe ayudar a la Argentina. Esa percepción popular fue tomada por las autoridades argentinas, que no son lo suficientemente realistas sobre la posibilidad de que les prestemos dinero cuando no se ha hecho lo necesario."
"El gobierno argentino –ordena y reclama– debe restaurar el orden en el sistema bancario, el sistema de pagos y el mercado de cambios. Debe enmendar las normas sobre insolvencia y rechazar la ley de subversión económica con el fin de proporcionar un marco legal compatible con los patrones internacionales. Debe resolver el problema de la debilidad fiscal que ha estado en el centro de las dificultades argentinas y restaurar una posición presupuestaria consolidada y firme en el mediano plazo." Anne Osborn Krueger. Esa mujer. La cara más dura del Fondo. Algo así como la primera dama del Primer Mundo.
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