El 15 de octubre de 1984, el científico argentino se enteró de que había recibido el galardón y lo primero que hizo fue compartir ese logro con sus seres queridos, a quienes invitó a la ceremonia de gala en Estocolmo
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Hace exactamente 40 años, un 15 de octubre de 1984, llegaba al país una noticia de esas que son una caricia para el orgullo nacional: el químico argentino César Milstein ganaba el Premio Nobel de Medicina. Nacido en Bahía Blanca y graduado en la Universidad de Buenos Aires, este científico, que tenía 57 años entonces, había desarrollado la investigación que le valió el galardón en el Laboratorio de Biología Molecular en Cambridge, Inglaterra, lugar donde vivía desde 1963. Fue allí, en un alto de su trabajo, cuando Milstein se enteró de que lo habían premiado. Y fue allí también donde festejó la obtención del logro descorchando champagne y brindando con sus colegas.
Más allá del enorme avance científico que llevó a este Doctor en Química bahiense a ser galardonado con el Nobel -el principio para la producción de anticuerpos monoclonales-, es intención de esta crónica rescatar cómo fueron los pormenores de la llegada de este premio a la vida de un científico brillante y trabajador, que en su momento de mayor gloria mantuvo la modestia y pensó en una sola cosa: compartir su felicidad con sus parientes.
“Ni bien nos enteramos del premio, él empezó a hacer toda una movida para que su familia esté con él. Eso fue muy bello, como actitud. Entonces nos invitó a todos los que éramos adultos a esa altura”, cuenta a LA NACION Diana Milstein, docente, investigadora, doctora en Antropología Social y sobrina de César Milstein. Así fue como, dos meses después del anuncio, en la gala de entrega de los Premio Nobel, en Estocolmo, los familiares más cercanos del científico argentino estuvieron presentes, de punta en blanco, en la elegante ceremonia.
“César ganó el Premio Nobel”
“Yo fui la primera en enterarme”, dice, sonriente, Celia Prilleltensky, esposa de César Milstein, en un testimonio que quedó inmortalizado en el filme Un fueguito, la historia de César Milstein. Allí, la mujer cuenta que aquel 15 de octubre estaba trabajando en el laboratorio del Instituto Brabaham de Cambridge -ella también era química- cuando recibió el llamado de un “miembro de la Academia” para decirle que su marido había ganado el Nobel.
“No sabía cómo reaccionar -continua Celia con su relato- así que decidí llamar a César inmediatamente”. Pero César en ese momento estaba en un seminario. “Ni bien termine el seminario, que me llame”, le dijo Celia a la secretaria de su esposo. Pero la noticia ya había llegado a algunos periodistas y comenzó a correr como reguero de pólvora en Cambridge.
En el mismo material audiovisual es el propio Milstein el que cuenta de forma risueña cómo la buena nueva le llegó a través del director del Laboratorio de Biología Molecular, Sydney Brenner: “El director levanta el bastón, baja las escaleras así (hace el gesto con el brazo en alto) y dice: ‘Tengo que hacer un anuncio: César ganó el Premio Nobel”.
Ana Fraile es guionista, directora y productora audiovisual. Ella es la creadora del mencionado filme, Un fueguito, sobre la vida de Milstein y es, además, sobrina nieta del científico y de Celia. La realizadora, de 49 años, que recuerda las visitas de Milstein y su mujer en su infancia como algo “divertido” y “un evento extraordinario”, estudió cine en Cuba y para el año 2000 comenzó a planificar una película junto a su tío abuelo. En principio, el filme iba a ser sobre las dificultades que tenían coincidentemente los artistas y los científicos para poder desarrollar su creatividad si no tenían una oportunidad. Pero Milstein falleció el 24 de marzo de 2002 y el proyecto no continuó. Hasta el año 2004, en que Ana le propuso a Celia continuar con la película, pero centrada en la vida de su marido.
“Me acerqué a mi tía abuela, estuve unos meses con ella en 2004. Ahí empecé a entender más sobre el Premio Nobel. En casa de Celia la presencia del premio era importante. Hablé mucho con ella, con amigos, vi fotos, videos, descubrí un archivo de mi familia que no sabía que existía”, cuenta la realizadora en diálogo con este medio.
Champagne en el laboratorio
El documental recorre la vida y carrera completa de César Milstein y tiene el tono necesariamente formal y riguroso que se corresponde con la biografía de un científico. Sin embargo, en un par de momentos la narración visual expresa una mirada festiva. Es precisamente, el momento en que se conoce que el argentino ganó el Nobel. Aparecen entonces secuencias de fotografías en las Milstein se ve rodeado de colegas y levantando copas de champagne.
“En el laboratorio fue muy lindo el día del anuncio -explica Fraile-. Ahí hay una especie de tradición. Como en el laboratorio donde trabajaba César hay muchos Premio Nobel, como no era la primera ni la última vez que uno ganaba el Nobel, cada vez que sucedía se compraba champagne para todos y todo el laboratorio se juntaba en el último piso, que era una cafetería y todos brindaban”.
Las botellas de champagne se podían conservar como recuerdos del galardón. En las imágenes del documental, Milstein está firmando una de ellas a un joven colega. Y Ana Fraile cuenta que en la casa de Celia y César, cuando estaban ordenando, encontró una botella de otra celebración: la del festejo del Nobel de Química (el segundo en su caso) que recibió el bioquímico Fred Sangers, uno de los tutores de Milstein, en el año 1980.
La palabra de su padre, Lázaro
Mientras tanto, ese 15 de octubre, el revuelo en la Argentina por el quinto hombre nacido en esta tierra que recibía el Nobel fue tal que los periodistas fueron en tropel a consultar a Lázaro Milstein, el padre de César, a su casa de Buenos Aires. Le preguntaron sobre lo que sentía por el premio de su hijo. Como consta en las páginas de LA NACION, el hombre contestó con sencillez: “Ni él ni yo estábamos preocupados por el Premio Nobel. Hace seis años que estaba propuesto, desde que inventó ese asunto por el que le dieron el premio y sirve mucho a la Medicina. Lo llamaron muchos laboratorios, especialmente de los Estados Unidos, de Alemania, de Suiza. Pero él sigue trabajando, sigue estudiando, como si no hubiera pasado nada”.
Diana Milstein, hija de Oscar, el hermano mayor de César, explica, en sintonía con Lázaro, que el reconocimiento a su tío fue “muy emocionante, muy impactante”, pero que al mismo tiempo “no te modifica los propios valores, no te pone en otro lugar con relación a las personas”.
La docente e investigadora se explaya: ”Para mí César era un tío de locos: venía, viajaba, jugaba y la pasábamos muy bien. Con él podías discutir y tenías la sensación de que te escuchaba y te discutía con seriedad. Esas características no cambiaban. La sensación era: acá hay un reconocimiento pero no va a cambiar nada desde el punto de vista de lo humano. Somos los mismos”.
“La culminación de mi sueño”
Poco menos de dos meses después del anuncio del Premio Nobel, el 10 de diciembre de 1984, César Milstein estaba vestido de frac, con camisa y moño blanco, sobre el escenario de la Sala de Conciertos de Estocolmo, dispuesto a recibir el galardón correspondiente: la medalla de oro con el perfil del rostro de Alfred Nobel, un diploma y 190.000 dólares. El lugar estaba adornado con claveles rojos y unos 10 kilos de mimosas, que eran una flores amarillas enviadas a la ceremonia como gesto de amistad por la ciudad italiana de San Remo, el lugar donde Nobel pasó los últimos años de su vida.
Milstein no estaba solo. Junto a él, en sendos y ampulosos sillones rojos, se encontraban los otros dos ganadores del Premio Nobel de Medicina -el británico Niers Jerne y el alemán George Köhler- y los que obtuvieron los de Física, de Química y de Economía. En otro sector del escenario estaba el rey de Suecia, Carlos XVI Gustavo, que era el encargado de entregar los galardones, acompañado de su esposa, la reina Silvia.
Pero lo importante para Milstein era que, en las butacas próximas al escenario, como testigos de la ostentosa ceremonia, estaba buena parte de sus seres queridos. Diana, que fue invitada a Estocolmo, pero por su situación personal no pudo ir, enumera: “Los que viajaron a la ceremonia fueron mi abuelo Lázaro, mi papá Oscar, mi mamá Sara, mi tío Ernesto y su esposa, mi tía Noemí. Desde Inglaterra, porque vivían allá, fueron mi hermano Gustavo con mi cuñada Silvina”.
“Para mí eso era la culminación de mi sueño, de cierto tipo de sueño -dice el propio César Milstein, charlando en un primer plano, en el documental Un fueguito-. El reconocimiento no solamente uno lo busca de sus pares científicos, sino también de su familia, de que uno no ha perdido el tiempo, yo que sé... y yo los tenía ahí, para mí yo estaba contento, no pensaba en nada, era simplemente recibir placeres, ¿no?”.
Rigurosa etiqueta
Una cosa que destaca Diana de la previa de la ceremonia, según le contaron, fue la manera en que la familia se tomó el hecho de tener que vestirse de etiqueta: “Hubo que ir y alquilar la ropa. Mi papá con moñito... se reía con la ropa esa y cómo le iba a quedar. Convengamos que él usaba siempre traje, porque era ingeniero, pero esto era otra cosa, esto era real, una super gala. Todo fue muy divertido. Creo que esa frivolidad se la tomó con más seriedad mi abuelo, algo que a mí me llamó la atención. Y le sentaba muy bien la ropa. Mi mamá creo que lo disfrutó como loca, le encantaba y estaba hermosa”.
En relación con los atavíos de la inolvidable premiación, Ana recuerda algo: “Mi tía abuela tenía un recuerdo muy lindo de la ceremonia. Todavía tenía el vestido guardado”. Diana también recuerda a Celia, que falleció en 2020, y su indumentaria de aquella época: “Ella se compró un vestido. Mientras que César se vestía más o menos adecuado, a ella siempre le encantó eso de Inglaterra, ese halo de mucha señorialidad, como Estocolmo, por los reyes. Ella tenía valores que nada que ver con los reyes, pero disfrutaba. Nosotros fuimos mucho después para allá y nos mostró su vestido y las alhajas que había usado”.
Las imágenes de archivo muestran cómo Milstein se acerca al monarca sueco para recibir su premio. Sonriente, le da un efusivo apretón de manos al rey mientras le agradece con un movimiento de cabeza. En el aire suenan fanfarrias ejecutadas por la filarmónica de Estocolmo y los aplausos unánimes de todos los presentes. Es un momento de gloria.
Reyes y anarquistas
Ana Fraile señala una situación que destacó de ese momento, y que tenía que ver con las ideas políticas de su familia: “A mí me pareció gracioso el hecho de que se encuentren ahí mi bisabuelo, que era un anarquista, mi abuelo Oscar, y César, que también lo eran, ahí, que estén todos con los reyes. Creo que debían estar riéndose y jugando con la situación, sorprendidos y gozando del momento”.
Con respecto de esta especie de choque de concepciones del mundo que se dio en el proscenio de la Sala de Conciertos de Estocolmo, Diana añade: “Es verdad, la institución del reino lo estaba premiando, pero eso no lo movió de su lugar a él ni a su familia. ‘Es mi lugar, me reconocen, acepto el reconocimiento porque me merezco ese premio’. Así era César: ‘Me lo recontramerezco y acá estoy bien’”. Luego, la sobrina del Premio Nobel acota un detalle simpático: “En la foto de ese día es impresionante y es lo que llama la atención la diferencia de altura entre el rey y César. Es una cosa... él era muy, muy petiso”.
En relación al costado ácrata del ganador del Nobel de Medicina o Fisiología, Diana Milstein cuenta una anécdota desconocida de la estadía de César en Estocolmo: “Mi papá y César habían tenido militancia anarquista en la universidad. Había una comunidad, la Comunidad del Sur, en Uruguay, que estaban en tipo kibbutz, de Israel. Con la dictadura uruguaya vinieron a la Argentina y después, con la dictadura de acá, algunos se fueron a Estocolmo, donde refundaron la comunidad. Ir a Suecia para mi viejo y César fue reencontrarse con esa gente, que eran amigos del alma”.
Fiesta, baile y el llamado de Alfonsín
Pero la noche de la gala no concluyó en la ceremonia protocolar. Hubo más tarde una fiesta, un ágape, del que participaron los premiados y sus invitados. De allí queda como registro una fotografía en la que César y Celia, ambos de rigurosa gala, sonríen mientras llevan adelante algún paso de baile que, por la forma en que están entrelazados, puede ser un vals, o incluso un tango. “Seguramente el que más disfrutó ahí fue mi papá, que le gustaban mucho las bebidas especiales y tomaba muy bien vino”, dice Diana.
También al hablar de su hijo galardonado en la mencionada entrevista, Lázaro Milstein su gusto por los asados y por la bebida derivada de la uva. Y lo hacía con un tono simpático: “También le gusta el vino. Porque se puede ser Premio Nobel y también gustarle el vino. Cuando pesca un vino viejo de esos que hace muchos años lo compra y habla de él como si fuera una cosa preciosa”.
En esa inolvidable jornada en que se hizo con el Nobel, Milstein también recibió un llamado telefónico del presidente Raúl Alfonsín, que lo felicitó, en nombre del pueblo argentino “muy especialmente por todo lo que hizo, por todo lo que ha hecho y por todo el prestigio que usted gana, no solamente para usted, sino para la medicina argentina, y para la ciencia argentina en general”.
En este punto, Diana Milstein hace una aclaración sobre su tío, que había nacido en la Argentina pero también se había naturalizado británico: “Me acuerdo que cuando fue lo del Nobel estaba muy celebrada la argentinidad y la verdad que no, pero no porque a él no le gustara la Argentina, venía a cada rato, hablaba castellano super porteño, no era eso, sino que el valor de esas cosas supera todos esos fanatismo nacionales, políticos. Él era un tipo que le parecían horrorosas las formas de nacionalismo y los fanatismos. El reconocimiento era vivido de otra forma. No era inglés. No era argentino. Esto es para la humanidad y así hay que tomarlo”.
El sentido del humor de un Premio Nobel
Otro rasgo de la personalidad de Milstein que se evidenció en los días de la entrega fue su sentido del humor. Dos días antes de la ceremonia, en la sede del Instituto Karolinska, que es el que entrega el premio de Medicina, él tuvo que ir, protocolarmente, a dar un discurso acerca del descubrimiento que le valió el galardón: el desarrollo de los anticuerpos monoclonales.
El asunto es que antes de comenzar con su discurso, a sabiendas de que era largo, el flamante Nobel advirtió a los presentes: “Quizás experimente un deja vu en algunas partes de mi discurso y algunos de ustedes se estarán preguntando: ‘cuándo nos darán el refrigerio’ (risas). Sí. Pero debo hacer mi trabajo. Me han pagado muy bien para ello (risas). Así que déjenme comenzar”.
“Él sentía que seguía trabajando, que esa era parte de su trabajo -reflexiona Diana-. No es un honor de otra naturaleza. No. Es su trabajo. ‘Soy investigador, este es mi trabajo, a esto me dediqué y me pagan muy bien por esto y me parece bien que me paguen muy bien. Cumplo con mi trabajo y sigo trabajando’. Esa valoración del trabajo que tenía para mí es tan importante... valoró lo que hay que valorar, el trabajo humano que era la pura creatividad. El trabajo humano que lo tienen que reconocer de abajo y de arriba”.
“Siguió con su vida, pero más feliz”
Diana y su hija Ana coinciden en que la vida de César Milstein no cambió luego de la obtención del trascendente premio. “El día después de enterarse del Nobel él salía del laboratorio a buscar hongos con un colega”, cuenta la sobrina nieta de Milstein. “Siguió con su vida, iba y hacía su trabajo como lo tenía que hacer”, acota su madre. Sin embargo, ante la repregunta de si todo realmente seguía igual después de semejante acontecimiento, Ana señala: “Seguía más feliz, no es que seguía igual”, y Diana sentencia: “Es mucho más fácil todo con ese tesoro (el premio) que cuando estaba sin él”.
40 años después, César Milstein continua formando parte de ese olimpo argentino integrado por los cinco premios Nobel obtenidos por los nacidos en este país. Su moneda de oro con la cara de Nobel, en tanto, está exhibida en una vitrina en el Colegio Darwin, de Cambridge, y la mayor parte de sus documentos, papeles y cartas, en The Archives Center del Churchill College, en la Universidad de Cambridge.
Las fotos que tenía Celia, sin embargo, escaparon a este destino y fueron heredadas por Ana Fraile, que utilizó muchas de ellas para su documental sobre su tío abuelo. Pero más allá de todos estos legados tangibles, la realizadora y productora audiovisual quiere destacar una frase que César Milstein decía y también transmitía a sus estudiantes: “La ciencia cumplirá sus promesas cuando los beneficios se repartan equitativamente entre los verdaderos pobres del mundo”.
“Esta cita él la pone en el año 2000, en una fiesta en que se junta a todos los premios Nobel en un festejo en Estocolmo y es significativa para lo que íbamos a vivir a partir de ese año -cuenta Ana-. Es su lectura sobre lo que hacen los grandes laboratorios, las empresas de biotecnología con la ciencia, donde hay una ciencia para pocos que es muy buena y una que sigue como atascada, para una mayoría. La frase hace pensar: ¿Para qué sirve la ciencia? Hasta que no sea para todos, no sirve para nada”.
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